Cuadros de viaje

Cuadros de viaje  

HEINRICH HEINE

Edición crítica y traducción del
alemán de Isabel García Adánez

Los relatos de viaje del venerado poeta romántico
reunidos por primera vez en un solo volumen.

En Cuadros de viaje Heinrich Heine nos ofrece pasajes y paisajes de un lirismo conmovedor basados en sus viajes por diferentes países. Ahora bien, esa sensible admiración por la naturaleza y sus monumentos contrasta con la ironía y el humor que le imprime a sus «cuadros». Y es que Heine pretende desencantar la naturaleza y poner de manifiesto lo hueco que resultaría refugiarse tan solo en la belleza del paisaje o en los suspiros del amor mientras Alemania se encuentra en una desastrosa situación histórica y social. El paisaje, por bello que sea —y sin duda Heine sabe bien cómo recrear esa belleza—, ya no ofrece consuelo ni refugio y no responde a las muchas dudas e inquietudes de lo humano.
Estos «cuadros» de Heine, dispersos en varios géneros, y recogidos ahora por primera vez en una edición crítica y en un solo volumen, son cruciales para entender la totalidad de su obra, pues en ellos se revela una visión del mundo y una poética a las que el autor se mantendrá fiel a lo largo de toda su trayectoria vital y artística: su estética de la discordancia, su sentido del humor y las digresiones en torno a ese centro que —según nos dice— es el corazón roto del poeta, pero que, en realidad, es una mente de una lucidez y una modernidad sin parangón.
«Como fruto de su época, la literatura de Heine representa de una manera muy realista la decepción, lo roto, lo impuro y lo fragmentario, pues es la realidad misma —con todas sus coordenadas— la que hace pedazos a quienes intentan cambiarla.»
ISABEL GARCÍA ADÁNEZ

 

Poeta y ensayista, es considerado el último mayor representante del Romanticismo alemán. Estudió en las universidades de Bonn y Berlín. En esta última recibió clases de G. W. E. Hegel y August Wilhelm Schlegel. Durante su estancia en Berlín, en 1822, Heine publicó su primer libro de poemas. En 1827, vio la luz su Libro de canciones, fuente de inspiración de compositores como Schumann, Schubert y Brahms. Su radicalismo y sus cínicos ataques a la Academia alemana lo obligaron a exiliarse en París, en 1831, donde conoció a Victor Hugo, Alfred de Musset y George Sand. En esta ciudad pasó los últimos veinticinco años de su vida trabajando como corresponsal. Entre sus libros destacan títulos como Intermezzo lírico (1823), Cuadros de viaje (1826-1831), Sobre la historia de la religión y de la filosofía en Alemania (1835), Noches florentinas (1836), Alemania: un cuento de invierno (1844) y Romancero (1851).

FRAGMENTO DE LA INTRODUCCIÓN
«Mi corazón lo atravesó
la enorme grieta del mundo…»

Por Isabel García Adánez

Podría decirse que, de algún modo, Heinrich Heine es la «oveja negra» de la literatura alemana: un autor que amó y odió a su país tanto como su país le amó y le reconoció. […]
Ya los Cuadros de viaje […] cosecharon incontables reproches en varios sectores, pues Heine no se atenía ni a las normas sociales o morales, pero tampoco a las literarias, además de faltar al respeto a numerosos contemporáneos con nombres y apellidos, a los valores alemanes y a la religión. Judío convertido al cristianismo, no mostraba recato en sus blasfemias contra todo, admiraba abiertamente a Napoleón y ridiculizaba a los alemanes, se burlaba de los ilustres filósofos, hablaba de placeres del cuerpo, mezclaba la fantasía con la realidad, criticaba a la aristocracia y reivindicaba los mismos derechos y bienes para los pobres. En suma, no dejaba títere con cabeza y no hacía concesiones ni políticas, ni estéticas ni personales, y así hubo de luchar constantemente contra la censura y las críticas más feroces. […]
Inicialmente, los Cuadros están basados en los viajes que Heine realizó en esos años: entre 1821 y 1823 había estado estudiando en la Universidad de Berlín y trabajando para varios periódicos como lo que hoy sería un corresponsal de cultura (las Cartas datan del primer semestre de 1822); en la misma época viajó por la parte prusiana de Polonia, mejor dicho, por el territorio de lengua polaca entonces dividido entre Austria, Rusia y Prusia; en 1824 recorrió a pie el Harz —al parecer con la intención de encontrarse con Goethe en Weimar—; en 1825 viajó a Hamburgo y a la isla de Norderney; en 1827, a Inglaterra; y, en 1828, en varias etapas, a Italia.
Ahora bien, sus «cuadros» no son verdaderos relatos de viajes en su sentido más estrecho, puesto que ni son estrictamente narrativos, ni el centro o hilo conductor de las obras lo constituye la documentación de sus descubrimientos y detalles de los viajes. Como en la práctica totalidad de sus obras, el único factor unificador o hilo conductor para Heine es la subjetividad y el capricho de quien escribe, que siempre lo hace en primera persona.
FRAGMENTO DEL LIBRO
Sobre Polonia
Por Heinrich Heine
Llevo algunos meses recorriendo a lo ancho y a lo largo la parte prusiana de Polonia; por la parte rusa todavía no he llegado muy lejos y por la austríaca ni he pasado. Gente sí he conocido a mucha, y de todas las zonas de Polonia. La mayoría eran nobles, naturalmente, y aun de los más distinguidos. Aunque mi cuerpo solo se haya movido en los círculos de los palacios de los Grandes de Polonia, mi espíritu también ha viajado a menudo a las chozas del pueblo llano. He aquí el estado de la cuestión para avalar mis conclusiones sobre Polonia.
De lo que es el aspecto externo del país no sabría decirles grandes detalles de interés. Aquí, en parte alguna hay riscos escarpados, románticas cataratas, bosques llenos de ruiseñores, etc.; lo que hay son grandes superficies de tierra cultivable, y por lo general buena, y espesos bosques de pinos enfurruñados. Polonia vive exclusivamente de la agricultura y la ganadería; de fábricas e industria apenas hay rastro. La estampa más triste es la que ofrecen los pueblos polacos: establos bajos de adobe, recubiertos de tablones o de delgadas hojas de lata. En estos vive el campesino polaco con sus animales y el resto de familia, da gracias al Señor por la vida y lo último en lo que se le ocurre pensar es en tontunas estéticas. No se puede negar, de hecho, que el campesino polaco suele mostrar más cabeza y más sensibilidad que el campesino alemán de muchas regiones. No pocas veces he hallado, en el polaco más corriente, esa chispa original (no ingenio de intelectual, sino sentido del humor) que en cualquier ocasión hace brotar un torrente de maravillosos juegos multicolores, ese aire sentimental y soñador, esa fabulosa irrupción de un sentido de la naturaleza digno de Ossian y cuyo estallido en los momentos de pasión se produce de forma tan involuntaria como el ruborizarse. […]

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