«La seducción», de Sofía Coppola
Por Rafa Mellado
Me pregunto qué diría Coppola leyendo a Aramburu… La seducción, señoritas en una “isla”, las rutinas conventuales, sus espíritus en crisálidas. La pálida languidez de aquellas ajenas al horror, pero conscientes del ruido de fondo. Una soledad que las recluye. Los lazos y las disciplinas las mantienen a salvo, en el seno de una comunidad familiar, autónoma, autosuficiente. Despiertan a la sexualidad, la reprimen, quieren abrirse a ella, la añoran, no saben qué es. Las mueve la compasión, el deseo, el miedo, la curiosidad, cuando irrumpe el pirata Farrell en sus vidas.
Da igual que no sea un pirata, o un soldado confederado, o un agente del S.W.A.T. El seductor Colin Farrell por el que las niñas beben los vientos, te saca de la época, de la película. Hecho un pincel, ¿quién lo habrá caracterizado? Pero no ellas. Ellas te mantienen en la fábula: Nicole Kidman, Kirsten Dunst, Elle Fanning, Oona Laurence… En esas estampas equilibradas, veladas, entre las frondas del bosque de Virginia (de donde sean las maravillosas localizaciones), la bruma, las paredes de un mausoleo y sus ventanales. Ellas recuerdan aquel grupúsculo fantasmal, reducto de hipocresía y alta cuna en la Indochina francesa, que invitaban a cenar a Martin Sheen (Willard) en una película de otro Coppola. Afortunadamente, los productores cortaron la secuencia del metraje oficial.
Íbamos por el revuelo que se monta, la decisión, el juego, los suaves algodones flotando por el aire, ¿lo entregarán a las autoridades?, ¿lo adoptarán como cobaya? El interno parece indefenso, pero es un macho del otro bando, no lo olvidemos. Pero parece un mueble, la pata de palo en alto, o un pez fuera del agua (aunque no llega al tono de comedia). Claro está, en la segunda parte se descubre la máscara del cobarde. El peligro que representa para sus virginidades, no es de extrañar que el hombre se ponga bruto. Debe llevar estreñido desde su ingreso, tal es la idealización de los personajes. Muchachas que ni tienen, ni sabrán qué es la regla. ¿Dónde orinan?, ¿no son humanos?, o, ¿sólo en parte? La que le interesa a Coppola. ¿Estereotipos, cartón piedra? Sabemos que comen, sienten, desean. Son contención, estilo, ahorro y lenguaje cinematográfico. La cosa funciona así. Y, ¿por qué dos personajes funcionan poniendo música de cámara, no sería económico eliminarlos del reparto?, ¿liberarlos de la angustia del adorno? Perderíamos ambiente, magia, el color de las notas. Un cuento bonito, pero cansa. El mérito de Sofía Coppola es una fantástica planificación de esta revisión feminista de El seductor (basadas en la novela de Thomas P. Cullinan). La moraleja del varón castrado y el empoderamiento de la mujer.