Dino Campana en Génova
Por Antonio Costa Gómez.
Una vez pasé por Génova de camino a La Spezia. Iba a ver a un poeta italiano al que conocí en la tumba de Rimbaud, en Charleville, al norte de Francia. Pasé por Génova y me pareció muy fea. Así se lo dije a la mujer del poeta y me dijo: Sí, Genova é brutta. Y sin embargo yo me equivocaba porque Génova en el puerto popular y bullicios es encantadora. Y tampoco conocía entonces “Mujer genovesa de Dino Campana.
Dino Campana en Florencia vendía su libro Cantos Órficos por los bares. Si creía que alguien no entendería algunas páginas las arrancaba, a algunos les dejaba casi solo las pastas. Quería comunicarse de verdad, no vender tópicos y palabras muertas. Le mandó el original a Giovanni Papini para publicarlo y el gilipollas de Papini lo extravió. Campana tuvo que reescribirlo todo de memoria. Que nostalgia durante un tiempo Pero la paradoja es que hace pocos años apareció el original de aquel libro. Y todos coinciden en que el libro reescrito fue mucho mejor.
En el libro baja a los infiernos como Orfeo para recuperar la belleza. En la tradición clásica el infierno es el mundo oculto, no es el castigo como en el mundo cristiano. El infierno es lo tapado, lo inconsciente. Aquí arriba están las certidumbres y las armonías, y allá abajo las inquietudes y las adivinaciones. Dino Campana amó a la intensa Sibila Aleramo y conoció los infiernos del mar en Odessa, en Génova, en Buenos Aires,
Pero nada como su poema Mujer genovesa: «Tú me trajiste un poco de alga marina / en tus cabellos y un olor de viento / que se escapó muy lejos y vuelve grave / de ardor en tu cuerpo broncíneo. La mujer es el mar y el viento, la vibración de los viajes. Y transfigura todo para sus ojos y los nuestros. Y lo destila todo para la poesía en el puerto donde nació Colón el viajero y los marineros comen focaccia: «Qué pequeño es el mundo y que leve en tus manos».