«Cinco horas con Mario»: una insuperable Lola Herrera y un matrimonio “bien avenido”
Por Mariano Velasco
Se diría que a un matrimonio bien avenido, de esos de los de antes, de los de toda la vida de Dios, solo lo llega a destruir la muerte de uno de los cónyuges. Es lo “bueno” que tenían. Aunque no alcanzaran a ser más que eso: un matrimonio bien avenido. “Avenido”, lo que nuestro diccionario define como “conforme”, de “conformarse”. Por lo que llegamos a saber a partir del magistral monólogo de Lola Herrera en Cinco Horas con Mario, así lo fue en el caso de Carmen, la viuda, y Mario, el finado. Un matrimonio bien avenido. Nada más.
Un texto como el de Cinco horas con Mario, publicado como novela por Miguel Delibes en 1966 y estrenado como obra de teatro en 1979 por la propia Lola Herrera, podría parecer hoy reflejo de una España caduca que se nos antoja lejana y superada. La de aquellos matrimonios bien avenidos de los años 60 en los que a la mujer, siempre era a la mujer, le tocaba conformarse con lo que había. Y punto pelota. Pero… ¿y si no hubiésemos avanzado tanto como creemos? ¿Y si el modelo de matrimonio bien avenido que nos dibujan la Carmen y el Mario de Delibes no nos resultara tan ajeno, transcurridos 60 años, como pensamos? Aún hay más motivos para defender la rabiosa actualidad de este magnífico texto que, además de hablarnos de un tipo de relación de pareja muy de aquella época, pone sobre el escenario temas tan universales y atemporales como el mismo amor y sus diferentes formas de manifestación, además de la incomunicación, la monotonía de la vida, la pérdida de ilusiones, la frustración, el vacío, la soledad. la falta de deseo, la contención del mismo, la resignación y, al final, la culpa.
Acomodándose en la piel de un personaje que ya es suyo por derecho propio, actriz y texto recorren una delicada línea ascendente que va avanzando muy lentamente, con sus vueltas hacia atrás y sus hábiles giros sobre sí misma, pero en continua escalada hacia el clímax. Desde cuando narra ahogada en la pena cómo le descubre muerto de mañana mientras le toca y le dice “vamos Mario, que se te va a hacer tarde”, pasando por el retrato de la viva imagen de la mujer resignada, hasta la explosión de llanto desesperado final, provocada ya no por la ausencia del marido, sino por ese otro sentimiento que va invadiendo poco a poco a la viuda hasta convertirse en el verdadero convidado de piedra del relato: el remordimiento, el arrepentimiento…, en definitiva, la culpa.
Uno de los muchos aciertos de Cinco horas con Mario es el de saber narrar una situación tan íntima como la que se cuenta, con el cadáver siempre de cuerpo presente, echando mano de un finísimo sentido del humor, de ese que hay veces que uno no sabe si reírse o no, de puro respeto. Así nos pasa con los continuos zascas y más zascas que la viuda le acaba por soltar al marido, que si era inoportuno hasta para morirse, que si no le dio ni un pequeño capricho, que si era un intelectual que aburría a las ovejas, que si ni una pizquita de pasión… Vamos, que el velatorio acaba siendo para Carmen, más que un sufrimiento, una completa liberación.
Luego está lo de Lola Herrera, que es para echarle de comer aparte, si se me permite la expresión, dicha con todo el respeto y admiración del mundo. Leíamos hace poco a la escritora Anna Freixas, en una excelente entrevista que publicaba El País, reivindicar sin complejos la ancianidad: “déjame ser vieja, orgullosamente vieja”, decía a sus 75 años. Lola Herrera tiene 86, y ha de estar orgullosa de cada uno de ellos, porque la han convertido en la Actriz que es. No es una errata, la mayúscula está puesta adrede. No puede hacer uno otra cosa más que reivindicar la ancianidad después de ver a esta mujer merendarse el texto y luego chuparse los dedos como se los chupa.
Viene muy a cuento comparar este Cinco horas con Mario de Lola Herrera con la Señora de rojo sobre fondo gris de José Sacristán (otro que tal baila), quien precisamente se traslada estos días al Teatro Olympia de Valencia después de su exitoso paso por Madrid. Dos textos de Delibes que tienen mucho en común y, al mismo tiempo, acaban por resultar radicalmente distintos. Me parece que hay, a pesar del protagonismo primero de la enfermedad y después de la propia muerte, mucha más “felicidad” en “Señora…” que en “Cinco horas…”, que paradójicamente, y pese a la presencia de ese fino sentido del humor al que antes aludíamos, acaba resultando un relato, o al menos a uno se le antoja así, mucho más pesimista que el primero.
Hasta el punto de que no queda otra que acabar por lamentarse de que ella, que no había podido tener ni un seiscientos, la pobre, no acabara de caer del todo en la tentación subida en el “Tiburón” de Paco. Y preguntándose si ese buen hombre que yace en el ataúd, que habrá querido a su mujer a su manera, no hay por qué pensar que no, la habrá hecho en algún momento del matrimonio bien avenido realmente feliz. Uno apuesta por que no, pero tal vez Carmen nunca lo supiera.
Texto: Miguel Delibes
Adaptación: Miguel Delibes, Josefina Molina, José Sámano
Escenografía: Rafael Palmero
Iluminación: Manuel Maldonado
Técnico de iluminación/sonido: Alfredo Guijarro
Música: Luis Eduardo Aute
Fotografía: Daniel Dicenta
Diseño Gráfico: David Sueiro
Productores: Nur Levi
Coordinación de producción: Marta Fonseca
Secretaria de producción: Eli Zapata
Distribución: Pentación Espectáculos
Una producción de Sabre Producciones
TEATRO BELLAS ARTES. DESDE EL 1 DE SEPTIEMBRE 2021
Duración: 80 minutos.
Edad recomendada: mayores de 12 años.
(Esta recomendación no impide el acceso a la sala.)