‘Ñamérica’, de Martín Caparrós

Ñamérica

Martín Caparrós

Literatura Random House

Barcelona, 2021

675 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

¿De qué tamaño es el mundo?

El mundo es del tamaño de un rasgo que a alguien se le ocurrió escribir, un día, sobre la letra ‘n’ para sumar al alfabeto un sonido extraño. Todas las emociones caben en una punta de alfiler y cada emoción, sin embargo, llega a poseer la extensión de una galaxia. El mundo es del tamaño del factor común, pero también de cada suma de almas, que ha alcanzado proporciones siderales al añadirse siglos a los siglos. Eso sí, para intentar descifrar el tamaño del mundo nos valemos de un idioma, cuya idiosincrasia puede resumirse en la letra ‘ñ’. Por lo tanto, si queremos expresar el tamaño del mundo, lo mejor será acomodarnos a aquella parte del planeta con la que nos podemos entender sin trabas, sin segundos idiomas ni apreturas de traducción. Apenas hay nada en el resto del mundo que no se contenga en América Latina, por lo que recorrerla es atravesar todas las caras del poliedro. Y hacerlo compartiendo un idioma es evitar escollos, algún posible engaño, ir desnudo, afrontar la piel del mundo para conocer su alma.

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) vuelve a escribir una crónica extensa, en la que prefiere repetir ideas antes de que continuar con la selección, porque caminar sobre el mundo nos supone repetir siempre los mismos gestos, ver los mismos soles, encontrarnos con los mismos sentimientos, reiterar las mismas ideas mientras nos abrimos a ideas nuevas. Hemos dicho crónica y no sabemos si se corresponde al género, aunque pudiera tratarse de la palabra más cercana al espíritu de un libro poliédrico, como el mundo, y vehemente, como los que habitan el mundo. No hay solución de continuidad, esos artificios que igualan cualquier género a la novela, sino una fragmentación que se corresponde a la de la misma realidad que nos impacta con sensaciones. Ni siquiera el estilo está depurado según los cánones académicos, porque la reiteración y las cacofonías caracterizan mejor la percepción que nos sale al paso que la farsa de una prosa blanquísima o el exceso de estilo. Es posible que no nos hallemos frente a un libro tan compacto como El hambre, la obra maestra de Caparrós, pero sin duda nos enfrentamos a un texto en el que no nos faltarán hallazgos a los que enganchar la atención.

El libro alterna la experiencia personal, que fragua los pasajes más sugerentes y más potentes, con el ensayo. De los viajes surgen encuentros que hilan el tapiz de la América que habla castellano. Oímos a los protagonistas, que han sido altos cargos o han ejercido de taxista, muchos de ellos de avanzada edad, relatando cuál es el tamaño del mundo, que se ha visto, a la fuerza, reducido a la geografía más inmediata. En ocasiones, organiza estos encuentros a partir de las grandes ciudades -México, El Alto, Bogotá, Caracas, La Habana, Buenos Aires, Miami, Managua-, y en otras surgen como anécdotas que nos llevan a lo concreto cuando el centro de interés es otro: la violencia, la pobreza, las consecuencias de la colonización, etc. Es aquí cuando Caparrós nos azota con reflexiones, que por lo general están más dedicadas a generar dudas que a llevarnos a conclusiones. Caparrós no parece soportar bien las ideas con que ahora se construye el pensamiento, que se limitan a consignas de corto recorrido y se olvidan de atender al mundo de forma holística. Reniega de lugares comunes cuando habla sobre colonización, neocolonización y anticolonización, incluida la contemporánea, por ejemplo. Intentar averiguar si detrás de la denuncia existe una propuesta, nos lleva a acostarnos en la cama de un faquir. Lo que se pretende, en realidad, es fomentar la costumbre de cultivar un pensamiento propio. La revolución, como sostiene muchas de las religiones orientales, será personal o no será. No es poco, en un planeta que se está construyendo a base de idiomas reducidos a 280 caracteres, que pueden dar para sorprender con un ingenio, pero no para la reflexión sensata, profunda y de elaboración emocional. Se alejan, mucho, de algo que a falta de una palabra mejor llamaremos sabiduría.

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