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La chica de la ventana

Por Àngels S. Amorós

Xavier Estévez (texto) y Fernando Llorente (ilustraciones). La chica de la ventana. Zaragoza: Editorial Edelvives, 2018, 198 pp. A partir de los 10 años de edad.

Hay historias que merecen ser contadas una y otra vez desde todos los ángulos posibles, sin miedo a repetirnos, a cansar y mucho menos a exagerar o a faltar a la verdad. Hagamos la prueba: una ciudad atravesada por canales, unas calles donde resuenan pasos atemorizados, bombas que iluminan noches sin sueño, vecinos y amigos de siempre que desaparecen para no volver jamás. También vamos a encontrar almas buenas que lo arriesgan todo para ayudar a desconocidos y otras que, en cambio, son capaces de lo peor.
¿Qué hay de nuevo? Una familia humilde, unos padres que no le ocultan la verdad a su único hijo y un niño enfermo de once años que se aburre. Añora a sus compañeros de colegio, a todos; incluso a los que un día dejaron la escuela. Por eso, un telescopio es el mejor regalo de cumpleaños que pueden hacerle. Con él podrá observar el firmamento, las estrellas y también los edificios que están frente de su casa, donde no vive nadie, lo mismo que la fábrica de mermeladas Opekta que está abandonada. O tal vez no.
Un día, el chico descubre el rostro de una chica con la que poco después se comunicará mediante breves mensajes.

—¿Le has hablado a alguien de mí?La pregunta le sorprendió. No entendió la importancia de aquello.—No.

Él se llama Lucas y ella es Ana. Se hacen amigos a la distancia y comparten confidencias que harán germinar una gran amistad, aunque a él le gustaría que fuese algo más especial. Lucas descubrirá un día que Ana le dedicó unas páginas en su diario. Un diario que recorrerá el mundo como testimonio de que nunca hay que perder la esperanza y que, a pesar de la tragedia, hay espacio para la felicidad.
No es una historia nueva, lo sabemos; al menos algunos personajes y el contexto histórico no lo son, pero merece la pena ser contada.

Cerró las cortinas y volvió al libro que estaba leyendo. Robinson Crusoe trataba de sobrevivir en una isla. Lo mismo que le sucedía a él. Su cuarto se había convertido en una tierra aislada, y él en un náufrago solitario. La soledad era el mar que lo rodeaba, y no hallaba modo de navegarlo.Y como Robinson descubrió la huella de otro ser humano […] la imagen de la chica en la ventana ocupó todo su pensamiento. ¿Acaso ella se sentiría como él: sola y aplastada por el silencio, deseosa de encontrar otro ser humano en su isla?.

Publicado en ESCRITORAS EN RED

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