‘Mercancía robada’, de Lluna Vicens
REDACCIÓN.
Hay escritoras que nacen, y otras que se hacen. Lluna Vicens pertenece a esa primera categoría aunque haya tardado tres décadas en atreverse a publicar, seguramente por ese pudor que todo escritor tiene cuando da ese paso. Su estreno literario con Doce días, una vida (Parnás Ediciones, 2019) — una compilación rigurosa de textos, sobre todo reflexivos, aunque se colara, de cuando en cuando, alguna narración — ya nos daba idea de la hondura literaria de la autora que era capaz de transmitir al papel sus estados emocionales y provocar la empatía de muchos de sus lectores. Era esa miscelánea un libro escrito con un rigor encomiable, pedazos de buena literatura que el lector leía como latidos en su corazón. Un libro lleno de sentimiento que, sin embargo, huía de la sensiblería, lo que no siempre es fácil.
Mercancía robada, publicada por la madrileña Grupo Tierra Trivium, es muy distinto. En primer lugar porque es una novela, y muy negra, por añadidura, más negra que muchas que circulan por ahí con ese sello que les viene grande. Si se podía tener la duda de si Lluna Vicens podría armar una historia larga sin desfallecer literariamente en ningún momento, este libro es la prueba evidente de ello. Metaliteratura, o autoficción, puesto que se trata de un relato testimonial, un alegato, remarcaría yo, contra una de las muchas lacras que debieran sacudir a nuestra sociedad: la trata de blancas, la prostitución forzada. Se va a adentrar el lector, a lo largo de sus páginas en donde late el verismo, en el doloroso vía crucis de la protagonista; se va a enfrentar a un mundo sórdido y violento en el que los proxenetas aterrorizan mediante la violencia más descarnada a esas mujeres robadas, de ahí el título, engañadas, encerradas para ser pasto de clientes que, con su dinero, abren en canal sus cuerpos. Tras las luces de neón parpadeantes de los bares de carretera, tras esa impostada alegría que rodea al negocio del sexo venal, solo hay explotación, miseria y dolor que Lluna Vicens retrata con toda su crudeza.
No es Mercancía robada una novela maniqueísta sino realista que detalla, sin obviar nada, todo un submundo sórdido que subsiste gracias a la vista gorda de las autoridades y la complicidad de los usuarios del negocio del sexo de pago. Aún sigue siendo habitual, es una gracia más, que las despedidas de solteros se celebren en burdeles de carretera.
No vamos a abrir con esta novela un debate sobre la prostitución, si prohibirla o tolerarla mediante una legislación que proteja los derechos de quienes la ejercen de forma voluntaria (las menos), ni es ese el fin de su escritura; el libro es una denuncia de esas redes mafiosas que compran y venden mujeres como mera mercancía, las secuestran, las agreden y violan, engañan y explotan, hasta las hacen desaparecer, cuando les conviene, ante la indiferencia de la sociedad que mira hacia otro lado y estigmatiza a la víctima.
Una prostituta muerta no tiene la misma consideración que una mujer decente. Durante décadas, sin que lo detuvieran porque sus víctimas eran mujeres de la calle y no valía la pena investigar sus muertes, un monstruo llamado Samuel Little asesinó a 93 de ellas en Estados Unidos.
Pero Mercancía robada no es un libro de tesis sobre ese oscuro mundo que tan pingues beneficios tiene en nuestro país (unos 4100 millones de euros) gracias a las rendijas de una legislación laxa; estamos ante una novela con mayúsculas, bien escrita, sin imposturas, que avanza como un soplo aunque duela, y mucho, al leerla. El lector enseguida se mete en la cabeza, y en el cuerpo ultrajado, de la protagonista de este viaje al infierno en el que Lluna Vicens no elude los aspectos más sórdidos y siniestros para armar esta narración impactante con la que aterriza en el mundo de la novela negra. Si el fin de la literatura es no provocar la indiferencia sino hacer reflexionar y conmocionar, Mercancía robada lo consigue: su lectura no acaba cuando se llega a la última línea. Es un libro que no se olvida porque está escrito con las tripas y desde el dolor. Es una novela catártica. No se la pierdan y léanla, aunque les duela.