“Maricón perdido”: La luz al final del túnel
Por Gerardo Gonzalo.
El pasado junio, el canal TNT estrenó la miniserie de 6 episodios Maricón perdido, creada por el polifacético Bob Pop, que debuta en la ficción televisiva contándonos una historia inspirada en su propia vida.
Personalmente, empiezo por decir que me cae bien Bob Pop (lo cual ya aviso puede ir en detrimento de mi objetividad). Es un tipo irreverente, brillante y que ha sido capaz de transitar y narrar episodios de su vida, con un sentido del humor y una luminosidad donde cualquier otro solo vería drama y tinieblas. Y realmente la serie es esto, la mirada especial y única de su creador. Humor, inteligencia y una ternura que le convierte en un tipo adorable, aquí transmutado en la carne de los dos actores protagonistas, alter egos de Bob en épocas diferentes, cuya elección supone un acierto superlativo, ya que más que interpretar, encarnan el alma del autor. Carlos González y Gabriel Sánchez son todo luz, a pesar de estar acechados permanentemente por incomprensión y tinieblas, siendo capaces de generar un sentimiento de protección y empatía con el espectador pocas veces visto.
La historia es un cuento luminoso, optimista, tierno y nada revanchista (o casi, no olvidemos a esa fantasmagoría cruel que es el padre) sobre un tipo que quiere vivir su vida, que es todo corazón y que busca lo que todos buscamos, encajar, querer, que nos quieran y ser feliz sin incordiar a nadie.
El problema y el conflicto aquí, es que la condición sexual y la época, hacen más complicado de lo que debería, esta razonable y legítima aspiración. A pesar de esto, la serie deambula por un trayecto, que aunque escarpado y lleno de peligros, en ningún momento consigue arrebatar la inocencia y la bondad a un protagonista, capaz de consolarse a sí mismo y al espectador, con su ternura tras cada uno de los reveses a los que se enfrenta.
Una buena historia, muy entretenida, original, que rezuma sinceridad, desarrollada con ritmo (aunque para ello haya que olvidarse del, para mí innecesario, cuarto capítulo que frena un tanto la trama) y que tiene la virtud de evitar el riesgo de convertirse en el típico telefilm sensiblero o en una de esas historias tópicas y cursis de superación, carne de cañón para cualquier manual de autoayuda. Lejos de esto, se rebela por ser lo contrario, rehuyendo cualquier compadecimiento y rutina argumental y dándole un sello e identidad propia y original, que la convierten en un producto singular dentro del superpoblado mundo contemporáneo de las series.
La infancia, la amistad, la familia, las relaciones laborales, la enfermedad y por supuesto el amor, tienen cabida en este inventario de hechos que no es ni más ni menos que la vida de cada uno.
El final… Pues el final no se debe destripar, pero ya he comentado que la serie tiene un halo de cuento. Un colofón que cualquiera lo firmaría para sí mismo y que está engarzado perfectamente con el viaje personal que propone su autor y en el que nosotros le acompañamos. En fin, acabar encajando, encontrar tu sitio y hacerlo además junto a gente brillante y apasionante, con un protagonista que parece querer decirnos aquí estoy, soy razonablemente feliz y creo que me lo merezco. Yo también creo que se lo merece.
Enhorabuena Bob.