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‘La noche de la verdad’, de Albert Camus

RICARDO MARTÍNEZ.

Como caso paradigmático de conciencia, es decir, como voz -literaria en este caso- que hubiese de estar respaldada en todo momento por el ejemplo de una opinión de conciencia (de adopción propia, en la realidad, del contenido expuesto) habría de citarse, necesariamente, la voz de este autor que se implicó muy directamente siempre en contra de la brutalidad de la guerra, de toda injusticia y a favor de la libertad.

Tal es lo que recoge este libro: los artículos publicados por el autor en sus colaboraciones aparecidas en la revista Combat correspondientes a los años de 1944 a 1947, esto es, el año anterior al final de la II gran guerra, y siguientes. Y la prueba de su postura crítica en contra de la barbarie y la opresión, del sinsentido de la guerra en contra del sagrado derecho de la libertad se encuentran bien pronto, a propósito de la postura de algunos industriales acatando las disposiciones dictadas por el gobierno propiciando, de algún modo, los intereses del enemigo: “No hay nada que tengamos más claro: el deber de los grandes industriales franceses en 1940 era ponerse, y esta vez en nombre de los verdadero intereses de la nación, por encima de la ley y del Gobierno” Una postura rebelde, enfrentada a cualquier tipo de injusticia o consentimiento del dominante

En otro caso está lo contradictorio o paradójico de la postura entre dos naciones amigas, vecinas, que, no obstante, toman decisiones divergentes en aras de su realidad o intereses propios: “Queda la política interior. Cierto es que se trata del pecado original de los franceses. Cierto es que nuestra prensa no siempre escoge entre la crítica clarividente y la polémica estéril. Pero nuestros amigos ingleses no deben olvidar que los franceses tienen cierta razón al mostrar cierta energía y, a veces, tanta violencia en sus reivindicaciones internas. Inglaterra no ha pasado, como nosotros, por el fenómeno de la traición oficial” aludiendo a la postura del general Petain, héroe en la Primera guerra, traidor en la Segunda.

El libro constituye, de alguna manera, un alegato ético respecto de la postura que, en un caso de tragedia como pueda serlo una contienda, ha de prevalecer por cuanto una cosa es la causa y otra la postura cívica en relación con ella. En tal sentido, en un momento dado se alude a la juventud como recipendiaria, también, de tanto horror y sufrimiento:”Pero, aunque nunca será posible fundir en una misma mentalidad a hombres cuyos sufrimientos son diferentes, al menos no hagamos nada que pueda impedirlo. En el presente caso, no añadamos a las angustias de los jóvenes franceses una condena que los sublevará si la consideran injusta y que los pondrá en una situación de inferioridad se les parece plausible. Tenemos muchas razones para caer a veces en la amargura. Pero, dentro de lo posible, debemos guardárnosla para nosotros mismos”.

Al fin, al enemigo común sólo se le venció con las armas de la solidaridad entre las naciones que defendían un ideario abierto en favor de la libertad; en contra de cualquier opresión, de cualquier dictadura. Y en cuanto a la función destinada a la prensa –en donde él mismo podríamos decir que estaba encuadrado- en tales situaciones de conflicto: “las condiciones del periodismo no siempre se prestan a la reflexión. Los periodistas hacen lo que pueden y, aunque inevitablemente fracasan, pueden al menos lanzar al aire unas cuantas ideas a las que otros darán mayor eficacia”. En su caso, sin duda, la labor llevaba a cabo -que ahora se recuerda como postura constructiva y de valor- ha sido fructífera.

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