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‘Meridiano de sangre’, de Cormac McCarthy

DAVID PÉREZ VEGA.

De Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933) había leído hasta ahora dos novelas, No es país para viejos (2005) y La carretera (2006), que me gustaron pero que no me llegaron a deslumbrar. Cuando hace ya años comenté en mi blog La carretera y dije que no me parecía un libro tan sobresaliente como gran parte de la crítica afirmaba, recuerdo que algún lector, en el que yo confiaba, me dijo que realmente no había leído las obras más importantes de McCharthy, que serían, en principio, Meridiano de sangre y Todos los hermosos caballos. Así que me quedé con la idea de que en algún momento del futuro tenía que acercarme a estos libros. En diciembre, poco antes de las vacaciones de Navidad de profesor, empecé a buscar información sobre Meridiano de sangre, y vi que muchos críticos la consideraban una de las grandes novelas norteamericanas del siglo XX. Me animé y la compré en una librería por internet. La empecé a leer el 1 de enero de 2021, tras haber llegado al ecuador de los Cuentos completos de Thomas Wolfe.

El protagonista de Meridiano de sangre es «el chaval», al que McCharty decide no darle un nombre, y de este modo le convierte en un testigo un tanto genérico de toda la violencia que le va a hacer contemplar. El chaval nace en 1833, y en el parto muere su madre, algo que su padre alcohólico parece reprocharle. El chaval ha llegado al mundo con un pecado original y los catorce años dejará su Tennessee natal, y se lanzará al mundo. «No sabe leer ni escribir y ya alimenta una inclinación a la violencia ciega.» (pág. 11)

Aunque McCarthy nació en Rhode Island, en el norte de Estados Unidos, creció en Tennessee, que ya pertenece al sur, y aquí parece que se establece un paralelismo entre el personaje y el autor. El chaval vagará por el sur de Estados Unidos, Menfis, San Luis, Nueva Orleans, Tejas, etc.

La acción principal de la novela se va a desarrollar en 1849, cuando el chaval tiene dieciséis años. El chaval ha sido arrojado a un mundo tremendamente violento, un mundo de trabajos precarios, robos y mendicidad. Un mundo de compañeros fugaces, en el que no es algo extraordinario que entren tres amigos a beber en un bar y horas más tarde salgan dos, porque uno de ellos ha muerto en una pelea.

McCarthy sitúa la acción de su novela en una época de fronteras imprecisas entre Estados Unidos y México. En un principio, el chaval parece encontrar acomodo como soldado en un ejército irregular que va a hacer su propia guerra en el territorio mexicano. Cuando este ejército es desbaratado por los apaches y él sobrevive, se unirá a otra formación mercenaria a la que le pagan los mexicanos por acabar con los apaches. Una formación que si no encuentra a apaches a los que arrancarles las cabelleras, para justificar un cobro, no dudará en arrasar pueblos de mexicanos a los que hará pasar por apaches para poder cobrar así las recompensas.

El mundo de McCarthy además de ser violento es profundamente amoral, es un mundo sin Dios, un mundo de hombres que luchan y matan como si fuesen animales salvajes, bajo la inclemencia de unas condiciones naturales extremas.

La compañía de mercenarios está capitaneada por Glanton, un líder alocado y violento, pero su líder en la sombra ‒o «líder espiritual», como lo llaman en la contra del libro‒ es el juez Holden. El juez Holden, que por supuesto no es un «juez» real, es una de las creaciones más importantes de esta novela. Holden es un hombre de más de 1,90 metros de altura y 150 kilos de peso. De piel muy blanca en la que no tiene ni un solo pelo. Un hombre muy cultivado e inteligente, que habla varios idiomas y cuyo vocabulario e ideas están muy por encima que los de sus compañeros de aventuras. Sin embargo, el juez Holden también es un refinado canalla, otro violento amoral muy acorde a su grupo de acompañantes.

Según lo que he leído en internet, al personaje del juez Holden la crítica lo relaciona con la obra de Herman Melville, ya que considera que este personaje de McCarthy podría ser una evocación del capital Ahab, pero, a la vez, también de Moby Dick. La blancura y la ausencia de pelo de Holden nos conducen a Moby Dick y la obsesión y la búsqueda al capital Ahab. Porque además de ser un erudito, Holden es un hombre curioso, que va recogiendo muestras de rocas o de flora y fauna de cada lugar por el que pasa la compañía, sobre las que anota en sus cuaderno. «Todo aquello que existe, dijo. Todo cuanto existe sin yo saberlo existe sin mi aquiescencia.», leemos en la página 209 en boca del juez Holden, una muestra de su autoproyección mesiánica.

En un momento del libro, el chaval y el juez Holden deberán enfrentarse, y no nos encontraremos aquí, como podía ocurrir en Moby Dick, con una lucha entre el bien y el mal, sino entre principios vivos diferentes, entre lo amoral y el mal, un juego más sutil y fuera de las leyes de los hombres.

Las descripciones de la naturaleza son impresionantes en Meridiano de Sangre. McCarthy se ha empapado de la fauna, la flora y la historia del territorio y la época que retrata. En letra bastardilla aparecen en la novela palabras y frases que en el original están en español. Incluso en estas frases el lector de lengua española se puede encontrar con un vocabulario desconocido y remoto. En más de un caso, la violencia de las escenas terrenales se desplaza hacia una mirada sobre las estrellas, sobre su oscuridad y silencio, como si McCharty le quisiera decir al lector que, en realidad, todo lo que está contando, todo el desgarro y la muerte, son insignificantes a los ojos del universo, un universo enorme y sin dios.

Los detalles narrativos son muy ricos y poéticos. Así, por ejemplo, en la página 51 leemos: «Pasaron por Castroville, donde los coyotes habían desenterrado a los muertos y esparcido sus huesos, y cruzaron el río Frío.»

Al leer Meridiano de sangre he encontrado algunos paralelismos con La carretera, publicada veintiún años después. La carretera está ambientada en un futuro cercano, en el que ha habido un desastre (tal vez una guerra nuclear) y los pocos supervivientes vagan por un mundo en cenizas, buscando latas de comida o recurriendo al canibalismo. La carretera era una novela sobre la violencia en el ser humano, una vez que cualquier idea de Estado o comunidad ha desaparecido. En Meridiano de sangre la violencia y el poder de las armas rigen los designios de sus personajes, de un modo casi similar al de La carretera, porque en esa frontera huidiza el poder estatal parece ausente. Los norteamericanos, los mexicanos o los apaches, todos son violentos y ejercen las violencia sobre los demás en la medida que pueden. «El sendero se estrechaba entre unas rocas y al poco rato llegaron a un arbusto del que colgaban bebés muertos.», leemos en la página 67 de Meridiano de sangre, un detalle de violencia extrema que podríamos haber encontrado en La carretera. Una referencia más directa; en la página 171 de Meridiano de sangre leemos «Una de las yeguas había parido en el desierto y aquella frágil criatura pronto fue espetada en una vara de paloverde colgada sobre las brasas mientras los delaware se pasaban una calabaza que contenía la leche cuajada extraída de su estómago.» En La carretera un grupo de hombres tienen retenida a una mujer embaraza y cuando da a luz también hacen un espeto con el bebé (en este caso humano) y se lo comen. Imagino que McCarthy sería consciente de la repetición de escenas, y quiso colocar en La carretera una mucho más espeluznante que la de Meridiano de sangre. Sin embargo, me parece que Meridiano de sangre es un logro literario mucho mayor que La carretera.

Si bien, Meridiano de sangre huye de la introspección, y todos los personajes van a quedar definidos por sus palabras y sus actos y no por sus pensamientos, la lectura de Meridiano de sangre acaba siendo hipnótica por la evocación de una época, una naturaleza y las relaciones brutales entre los hombres.  Meridiano de sangre es una de las más grandes novelas norteamericanas que he leído.

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