‘Obras completas I-II’, de Emilia Pardo Bazán
RICARDO MARTÍNEZ.
En un sentido más o menos figurado, las onomásticas forman parte de la obra de un autor en la medida en que señalan, critican, exponen y actualizan las características propias de la obra del autor celebrado.
A la vez, el autor ha de ser señalado por clasificaciones y tendencias que, si le han sobrevivido, no siempre permanecen a la hora de referirnos a su trabajo literario. Ahora bien, el naturalismo de la autora que nos ocupa, doña Emilia, si lo traducimos hoy por el marchamo definitorio del cultivo de una obra realista estaríamos dentro de sus intereses éticos y estéticos sin demasiados errores.
Al fin, la Pardo Bazán, mujer de intensa y extensa cultura, hizo lo que todo escritor: hurgar en el baúl ontológico de donde habrían de salir personajes sociales propios de su época: cura, don Juan, poeta herido…) y al tiempo algo así como ‘ritmos de costumbre’: amor trágico, código moral interesado, una propensión a lo material como vínculo de comportamiento que recorre de continuo todas las tramas… A la vez, acercamientos a la sutileza de la poesía, a la enjundia de un decir consciente y elaborado, esto es, el ensayo… Y los viajes, enriquecedores, en el conocimiento personal y humano.
Ella fue, muy sustancialmente, una autora humanista en el sentido más rico, y, dada su condición de mujer, solidaria sin ambages con la defensa de la condición mujer, con la defensa de ese valor ontológico y social que le ha de ser propio.
En el primer volumen, en efecto, aparecen obras de aprendizaje y comprensión de los distintos matices que componen la realidad del vivir cotidiano y que habrían de ser el germen, necesariamente, de obras de un mayor contenido y trascendencia hasta elaborar un corpus que hoy día conserva su vigencia; ahí ven la luz temas tratados ya con un estilo libre, inteligente, musical y significativo para todo lector especulativo, observador, que se precie. Por ejemplo, en la ‘Autobiografía de un estudiante de medicina leemos: “Sí, oh debilidad, arcano y misterio del hombre! Oh, condición la suya peregrina, de ningún novelista bien descrita, de ningún sabio enteramente penetrada! ¿Quién no pensara que con tal pormenor había de cobrar yo tedio, cuando no aborrecimiento, a aquellos pillastres? Pues razón tenía Pastora: puntualmente ocurrió lo contrario” Aquí, repárese, aparece ya un papel –más o menos explícito- de referencia protagonista, significativ, de la mujer, tal como en adelante se observará en su obra.
Con todo, tal como leemos en la demorada introducción, el primer tomo recoge “el testimonio de un aprendizaje novelístico (‘Pascual López, autobiografía de un estudiante de medicina’, Un viaje de novios’, La Tribuna’ y ‘El Cisne de Vilamorta’) que la autora gallega emprendió en 1879 y que después, en 1886, le llevaría a publicar una de sus obras maestras, ‘Los pazos de Ulloa’.
El segundo tomo se inicia con unos vivos y frescos y alusivos ‘Apuntes autobiográficos’ llenos de enjundia literaria donde confiesa: “Siempre me agradaron los escritos de carácter confidencial, en que un autor se revela y descubre, dando al público algo de su propia vida, no como pasto de frívolas curiosidades, sino como alimento nutritivo, sazonado con la sal y pimienta de una franqueza decorosa (Permítaseme decir aquí que, en mi condición de crítico, siempre he defendido –y escrito- que la ‘cocina’ de un escritor es uno de los argumentos más y mejor definitorios de su condición de tal) En países extranjeros he notado cuánto se aprecia este género, tenido en concepto de sabroso aperitivo y delicada golosina, estimadísima de los refinados sibaritas del entendimiento. Allí –dicen- se ve al escritor más desprevenido y espontáneo; se transparente su complexión moral, y aun sus predilecciones, costumbres y manías; y por estos hilos se va sacando el ovillo y deduciendo consecuencias (…) Casi equivalen semejantes escritos a tratar al autor”
De ahí, en efecto, de esos aditamentos y productos nutritivos de la imaginación e inteligencia, derivarán luego páginas tan expresivas y elocuentes, alusivas y armonizadas como podemos leer en sus ‘Pazos de Ulloa’, transcripción de una innovadora valentía: “…para el abad de Ulloa, la última de las degradaciones en que podía caer un hombre era beber agua, lavarse con jabón de olor y cortarse las uñas; tratándose de un sacerdote, el abad ponía estos delitos en parangón con la simonía. –Afeminaciones, afeminaciones- gruñía entre dientes, convencidísimo de que la virtud en el sacerdote, para ser de ley, ha de presentarse bronca, montuna y cerril; aparte de que un clérigo no pierde, ipso facto, los fueros de hombre, y el hombre debe oler a bravío desde una legua”
Literatura en estado puro, en fin, que a día de hoy guarda, salvadas las distancias de connotación sociológica propias, una vigencia redentora, nutritiva, como alimento bien aderezado.
Ricardo Martínez