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Los ‘capitanes intrépidos’, de Rudyar Kipling

ANDRÉS MUGLIA.

Nacido en Bombay en 1865, Kipling llevaba en sí la contradicción de miles de ciudadanos británicos que no habían nacido en suelo inglés. Quizás por eso nunca renegó del mote de «escritor del imperio». A los seis años, su padre, un militar británico con ciertas dotes artísticas (era escultor), lo envió junto a su hermana a educarse en un colegio internado en Inglaterra. Al terminar sus estudios se dirigió a Pakistán, donde comenzó a trabajar como periodista. Este trabajo como redactor le sirvió para emprender sus primeros viajes por el mundo. En 1892, ya siendo conocido como escritor, se casó y se mudó a Vermont, EE.UU. En campestre aislamiento, solo con su mujer y su primera hija, escribió su obra más célebre e imaginativa: El libro de la selva.

Considerado el escritor británico por excelencia, aunque rechazó todos los máximos honores que el gobierno inglés quiso concederle (incluso el título de Sir); aceptó el premio Novel de literatura de 1907. Tuvo la desdicha de sobrevivir a dos de sus tres hijos, su primogénita, muerta de pulmonía en 1899 y su único hijo varón, caído en combate a los diez y ocho años en la Primera Guerra Mundial. Esto lo llevó a escribir artículos críticos hacia la estrategia británica durante la guerra, que fueron censurados. Sus últimos años los dedicó a viajar (aunque nunca dejó de escribir) junto a su esposa Carrie, con la que estuvo casado cuarenta y cuatro años, hasta su muerte en 1936.

Si bien Capitanes intrépidos no está a la altura de lo mejor de Kipling, sí tiene todo lo que lo hizo famoso como escritor. A media distancia entre un libro para jóvenes y uno para adultos, Capitanes intrépidos puede encajar bien en una colección de novelas de aventuras. Tiene además el personaje típico de Kipling como protagonista: un adolescente que debe superar peripecias dignas de un aventurero, sin flaquear y echando mano a su inteligencia y valentía más que a su fuerza; Kim y El libro de la selva van también un poco de eso.

A mí se me ha antojado hacer de Capitanes intrépidos (digo dentro de mi cabeza y en antojadiza clasificación), una suerte de continuación o libro complementario de Moby Dick. Porque si Moby Dick es (entre otras cosas) la mejor descripción hecha sobre la caza de ballenas, Capitanes intrépidos lo es de la pesca del  bacalao.

El Gran Banco de Terranova es el escenario donde transcurre la novela. El protagonista, Harvey Cheine, malcriado hijo único de un multimillonario americano, cae por la borda de un trasatlántico en el que viaja con su madre. Milagrosamente un pescador lo rescata y lo conduce en su bote hasta la goleta We´re Here. Allí el capitán Disko Troop (Spencer Tracy recibirá el Oscar en 1938 por su interpretación de este personaje en la pantalla grande) lo tomará por loco al escuchar sus historias de ricachón, y en lugar de conducirlo a Nueva York, donde Harvey le promete la recompensa de su padre, lo toma como segundo grumete (el último escalafón del barco) y lo pone a trabajar. Promete también pagarle treinta y cinco dólares al final de su viaje. Lo irónico es que Harvey llevaba ciento treinta y seis cuando cayó del paquebote – cantidad que por supuesto pierde.

Ante la protesta irrespetuosa de Harvey, el capitán le propina el primer golpe de su vida y lo manda a fregar la cubierta. El joven se resigna y encuentra en Dan, hijo del capitán y primer grumete, un amigo y un maestro en las artes de la pesca.

La novela, además de una parábola sobre el valor del trabajo para moldear la personalidad de un joven, es una descripción interesantísima y detallada de la vida en un pesquero pequeño (tripulado por ocho hombres) en las gélidas aguas del Atlántico Norte. Su fuerza reside en esa descripción de una tarea durísima y peligrosa, y de la comunidad de goletas que surcaban un mar del que parecían dueñas en busca del escurridizo banco del bacalao; del que el capitán Disko Troop, con una mezcla de conocimiento e intuición, es experto rastreador.

Harvey Cheine no sólo tuvo la suerte de que lo rescatasen, sino de caer en manos de un capitán religioso y puritano que mantiene a su tripulación lejos del alcohol y otros vicios. En contraste, el barco de un capitán borracho y cargado de deudas que forma parte de los habitués de la pesca del bacalao, se hunde en el mar sin dejar sobrevivientes, en una no demasiado sutil parábola. Harvey atravesará una serie de aventuras entre la niebla y los bancos de hielo que rodean Terranova. De allí aprenderá un oficio y sacará las enseñanzas que lo convertirán en otro joven diferente del estirado petimetre que cayó al mar.

Sin ser un gran libro, Capitanes intrépidos es interesante por el universo que describe. La prosa de Kipling empuja todo el tiempo hacia adelante la historia, que nunca decae en su ritmo. Los personajes, aunque no están analizados profundamente en su psicología, están bien delineados en su personalidad. Kipling no es un estilista, ni provoca admiración en el lector por descripciones, metáforas o diálogos agudos. Kipling sencillamente escribe bien y sabe contar una historia. En otras obras más ambiciosas, demuestra talento para crear ambientes ensoñados o poéticos (Puck), aquí sencillamente se propone escribir una aventura con cierta enseñanza o moraleja y lo hace muy bien. Un librito que se lee rápido (con tiempo en una vacación no puede llevar más de dos días) y con el que se puede aprender a pescar bacalao, una enseñanza que uno nunca sabe cuándo puede llegar a ser útil.

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