Sobrevivir a lo vivido

 

José Luis Trullo.- «Vivir es fácil. Arduo sobrevivir a lo vivido», escribió José Ángel Valente. Esta frase podría figurar perfectamente como frontispicio del nuevo libro de Gabriel Insausti, Azul distinto (Pre-Textos, Valencia, 2021), donde parece celebrarse un aquelarre de la memoria personal durante el cual comparecen, en el escenario de un París entresoñado, las figuras (no los llamaré fantasmas porque en absoluto lo son) de un pasado que, más que haber transcurrido, parece haberse trasladado a otro ámbito, el del sentido, al cual puede acceder el poeta y del cual es capaz de rescatarlos si es capaz de revivirlos en el aleph particular de los poemas.

De hecho, el propio escritor lo afirma, mutatis mutandis, con estas palabras: «No ser no duele; / lo que sí duele, y mucho, es haber sido». En la sucesión de estampas que componen el poemario, uno percibe de manera clara la reverberación que los diversos episodios vividos en esa ciudad «justo al borde del agua», de ese heraclitiano río que todo parece arrastrarlo, provoca en un espíritu alerta, hasta el punto de, si ha estado a la altura del episodio concreto, haberlo proyectado a una dimensión atemporal. «Sigues ahí, aún no te has marchado», le dice a la vivencia puntual y concreta, pues, en la plenitud de la experiencia significante, uno puede llegar a afirmar, casi temerariamente, que «el tiempo es un error»… al menos, el tiempo sucesivo al que nos condena la existencia terrena. Si algún valor tiene aún la poesía, la literatura verdadera, es precisamente ese: el de rescatarnos de la inanidad profana para recordarnos que hay más vida tras la apariencia, que todo trasciende a poco que tengamos el arrojo de echárnoslo a la espalda y acompañarlo hasta su consumación.

Diseminados por los poemas me han resultado sumamente útiles, para orientarme en el torbellino narrado, los casi aforismos que, como buen cultivador del género, el autor ha tenido a bien desperdigar aquí y allá, a modo de Pulgarcito: «aprende a ver en cada bagatela / la prenda que ha dejado un dios ausente», «Eres adonde vas», «Solo cuando hace daño si la dices / se sabe que es verdad una palabra», «Ver que todo se va te obliga a amarlo»… Es más, gracias a estas pequeñas huellas en la nieve me ha resultado posible acompañar al poeta, cual Dante a Virgilio, sin extraviarme en el maremágnum de siluetas convocadas.

La impresión final que a uno le queda tras la lectura de Azul distinto es, a despecho de los presagios, de esperanza: pues regocija encontrar y reconocer a un espíritu afín que descree de los cantos de sirena de la caduca actualidad («lo que no es noticia, solo eso cuenta» porque «las cosas / obedecen sumisas a algún orden / más antiguo que el mar») para entregarse a la ardua tarea de sobrevivir a lo vivido, trascendiéndose con ello.

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