«Tiempo y deseo», de Hilario Barrero

Por Juan Francisco Quevedo.

Hay pocos poetas a los que un lector retorne con cierta asiduidad para disfrutar de su forma de hacer y de entender la poesía. Sin duda, uno de ellos es Hilario Barrero. Cincuenta años de trayectoria poética, en su caso unida ineludiblemente a su período vital ya que vida y poesía han caminado juntas y a la par, se ven reunidos en un espléndido volumen editado por Libros del aire, prologado por el crítico y poeta José Luis García Martín y epilogado por su editor y también poeta Carlos Alcorta.

Tiempo y deseo es el título de sus poesías completas, una obra que abarca composiciones que se extienden desde 1971 hasta 2021.

La poesía de Hilario Barrero se fundamenta en la memoria, tamizada por el tiempo, lo que hace de ella una sucesión de pequeños autorretratos en los que la voz poética se refleja, con crudeza y sin ambages, en el azogue desgastado de los años pasados. Ese ser, el que fue en su Toledo natal, donde se enfrenta a la moral de la época, el hombre que va creciendo sin miedo en la adolescencia, asumiendo su propia identidad, mientras descubre los misterios del amor y del sexo a través del deseo y ese último poeta neoyorkino de madurez, el que ve como la vejez va cuarteando su piel, es el ser que se proyecta en su poética. Lo consigue a través de la verdad, de su verdad, la que nos llega destilando autenticidad, sinceridad y belleza, la que trasciende al propio autor para vernos seducidos por ella, para sabernos, ahí su gran habilidad, partícipes de la misma más allá de nuestras tendencias vitales e ideológicas. Lo alcanza apelando a unos sentimientos universales con los que cualquier lector se identifica y lo logra con las complejas herramientas del lenguaje, que domina a la perfección, consiguiendo un equilibrio estético y formal que nos empuja irremediablemente en la lectura.

El juego de luces y sombras con las que llena de contradicciones y contraposiciones sus poemas más alegóricos y simbolistas hacen que podamos palpar los conceptos más abstractos, bellos y evocadores por sí mismos, mirando más allá de lo evidente, caminando hacia lo sugerido dentro de una tensión lírica avasalladora.

Hay una gran parte de la poesía de Hilario Barrero en la que nos lleva desde paisajes humanos interiores, que expone desde la experiencia, hacia paisajes urbanos exteriores, con Nueva York de fondo. En ellos, partiendo de una supuesta familiaridad trivial, de un hecho anecdótico, nos arrastra de lo cotidiano a lo trascendente en un quiebro de gran atractivo para el lector.

Desde su condición de neoyorquino de Brooklyn nos muestra las dos caras de una ciudad, una amable, de plenitud, tan solo ajada por la consciencia del deterioro que origina el paso del tiempo, y otra más amarga, aquella donde nos recuerda la plaga que supuso el SIDA, ante la que sucumbieron muchos de sus amigos y ante la que se institucionalizó un fuerte y sordo miedo a la libertad.

La visión del mundo que nos invita a contemplar Hilario Barrero a través del caleidoscopio de su poesía, es la del sabio que en él habita, la de un poeta que consigue lo que casi nadie logra, hacernos mejores. Disecciona la vida con la tranquilad pausada y serena de alguien que se asemeja al poeta y al hombre que se admira y se quiere, al que con un halo de bondad se manifiesta en cada verso. La plenitud de una vida entera, la de un gran poeta, en un libro que se define en su título, Tiempo y deseo.

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