‘Un mar sin límites’, de David Abulafia
RICARDO MARTÍNEZ.
El mar ha sido, históricamente, uno de los grandes escenarios que ha acogido la atareada vida del hombre. Lugar-hogar de heroísmos y traiciones, de conquistas científicas y nido de piratas, de historias que atañeron, de uno u otro modo, la compleja y rica vida humana. Para narrar la historia de tal escenario majestuoso y en permanente renovación viene de nuevo la pluma ágil y la sabiduría del profesor Abulafia, quien, hace unos años, nos trasladó con minuciosidad preciosista de historiador consciente la historia del Mediterráneo, uno de los ejes sobre el que osciló una gran parte de la cultura occidental
Ahora, en este libro tan denso y didáctico, comienza el autor por deslindar los campos de estudio en cinco partes de acuerdo a un trazado muy bien definido y alusivo, a saber: El océano más antiguo, el Pacífico; los océanos de tamaño medio: el Índico y sus aledaños; el océano más joven, el Atlántico; el diálogo de los océanos (y aquí delimita entre dos fechas precisas: 1492-1900, para narrar la mayor versatilidad de su función geográfica e histórica, desde el descubrimiento de América hasta, digamos, la consolidadición, en 1833, de la abolición de la esclavitud) Por último, el apartado de ‘El dominio de los océanos’ trayendo su estudio hasta la actualidad.
El libro lo completa un conjunto de índices valiosísimos como apoyo nominal y de notas para refrendar y validar el texto, y oportunos gráficos y mapas que hacen de este rico volumen un aparato de consulta sumamente útil en cuanto a información, y sospecho de larga vida como referencia en tales estudios.
Es de destacar, a mi entender, los apartados que resalta en su estudio en cada una de las partes genéricas, y así, la consideración de capítulos tratados con especial minuciosidad como Guerra y paz-y otra vez la guerra; Los grandes galeones de Manila; El desafío inglés; Los habitantes y las lindes oceánicas o ‘Levante y Poniente’, por citar algunos, que contribuyen a precisar y ahondar en el interés que el seductor mundo de los mares suscita y ha suscitado a lo largo de la historia, fueran cuales fuesen los intereses en que uno u otro de los episodios se amparese.
A título particular –y acaso vencido por la consideración eurocéntrica de la historia- he de confesar que me interesó especialmente su punto de vista de la función de la significación trascendental que supuso la empresa comercial de la Hansa. En tal sentido podemos leer (la cita es larga pero creo, expresiva) lo siguiente: “La Hansa teutónica no fue simplemente una red comercial de naturaleza marítima.
En el siglo XIV, sus integrantes ya habían pasado a conformar una de las mayores potencias navales de la región, dado que se revelaron capaces de derrotar a los diversos rivales que trataron de disputarles el control de las aguas en que comerciaban (…) Menos atención suele prestarse al papel de las ciudades del interior, pese a que su rol en el comercio de la Hansa con Inglaterra fue muy importante” Y precisa, un poco más adelante, después de citar a Bergen y Londres como principales accesos por mar y Novgorod en el interior continental: “La Hansa era una potencia que se basaba tanto en tierra firme (o quizás habría que decir ‘en las redes fluviales’) como en el mar, y, de hecho, su capacidad para aunar los intereses de aquellas urbes de las regiones interiores de Alemania que ofrecían la posibilidad de salir al mar le confería una enorme fortaleza económica”.
Y concluye, al fin, que, como tal empresa comercial “se centró en el transporte de incontables cantidades de toneles de arenque, bacalao, centeno…” constatando, además, que “la Liga Hanseática fue una fuente de artículos de lujo desde las pieles de Rusia hasta las especias de Oriente (a través de Brujas), pasando por el ámbar del Báltico” comercio éste que, se ha estudiado bien, sirvió para abrir un eje norte-sur en Europa que propició la universalización de lo que ha sido tarea sustentadora de actividades tanto comerciales –la eterna ocupación cotidiana del hombre- como de confrontaciones sociales, políticas o religiosas, pues en todas esas ‘tareas’ ha estado, y está, ocupado el hombre en su cotidiano vivir.
En fin, un libro para tener cerca, y cuyo contenido no solo acudirá en nuestra ayuda para el conocimiento de la cultura universal sino también en el goce de una historia narrada con amenidad, implicación personal y disfrute literario. Y en ello quepa resaltar la ingente y apreciable labor llevada a cabo por el traductor.