El Tour como ficción 2021 (II). Y Odiseo Pogačar abandonó a Roglič en el Hades

Esta edición del Tour ha ofrecido una de las mejores primeras semanas de los últimos años, aderezada con todo tipo de increíbles sucesos susceptibles de ficcionalizarse al mismo nivel que las epopeyas de Chris Froome, quien, mientras todos se preguntan cuál será el límite de Odiseo, es decir, de Tadej Pogacar, prepara su epitafio como ciclista en una apasionante lucha para evitar el top-ten del furgón de cola, una lucha en la que lidia con otros viejunos ilustres como Tony Martin, André Greipel o el angango del Tour, del que ya se hablará más adelante, pues este sí que ha resucitado, vaya si ha resucitado, como ustedes habrán podido comprobar. Aunque tal vez no haya que adelantar acontecimientos: pudiera darse el milagro de que ese epitafio forme parte de un calculado epílogo en el que el viejo demiurgo ciclista rete al aventurero odiseico que masacró al pelotón con un ataque que no se recordaba, en cuanto a tipo de corredor, distancia, virulencia y éxito, desde los tiempos de Hinault… Varía tal apreciación, la memoria y la ficción si se toman en cuenta otras jornadas como las del Pirata Pantani, Disneylandis (genial hallazgo léxico de ciclismo2005), la todavía reciente de la autostrada o, en un triple salto, si no se toma en consideración nada de lo dicho anteriormente, así de caprichoso y variable es el parecer humano.

Pero, aunque hayan ocurrido muchas cosas, estas se pueden resumir en el título que antecede a este texto. Dos figuras han surgido victoriosas de estas etapas que han introducido a los ciclistas en el inframundo, adonde mi compañero Luis y yo, como enviados especiales, hemos seguido al pelotón. Digo inframundo porque la serpiente multicolor llegó a Tignes, por fin, después de que la última vez viniera la galerna y se llevase a todo el mundo por delante, también a Bernal, el escalador que salió de amarillo en 2019 y que, a pesar de vencer el segundo Giro coronavírico, debe preguntarse qué diantres le dijo Tiresias el oráculo a Odiseo Pogacar cuando este fue a buscarlo para preguntarle de qué manera podría llegar a París. Mientras se formulaba la cuestión, Troya, el Ineos, cayó camino de Le Grand Bornand.

El río Aqueronte se ha saturado de almas perdidas y, en parte, esto reforzó la tesis de que Pogacar era Ulises y Roglic, Aquiles. Si bien en el primer artículo de esta serie mi colega casi les convence de lo contrario, que uno y otro eran otro y uno, debido a su buen estilo, a su gracejo en la argumentación y, sobre todo, a su habilidad a la hora de trazar las reminiscencias de esta nueva mezcolanza cultural que se les propone a partir de la traditio helénica, la realidad es tozuda y el paradigma, susceptible de amoldarse a nuevas interpretaciones de los mitos de Occidente.

La fortitudo de Aquiles y la sapientia de Ulises, los pies ligeros de Brad Pitt y la astucia de James Joyce… Finalmente, la debilidad de Roglic y el arrojo de Pogacar. Porque sí, en un primer momento, el rol de cada uno de los eslovenos parecía bien definido: Pogacar como Aquiles, guerrero intrépido, de gran valentía. Roglic, calculador, aparentemente maestro en la optimización de esfuerzos. Pero estas nueve etapas han conducido a nuestros héroes a un destino inesperado, el Hades. Así, al principio, asomaron con fortuna algunos de los nombres más populares: Alaphilippe hizo de las suyas y ganó con solvencia la primera etapa en un despegue propio de un héroe interplanetario. Lástima que el mal tiempo que se ha ido intensificando desde el 26 de junio, fecha en la que arrancó todo en tierras artúricas, le haya arrastrado hasta el Leteo, en el que tuvo que borrar aquel milagro en la contrarreloj y la montaña de 2019. También dos personajes de suma importancia en este relato merecen ser recordados, pues propiciaron que Odiseo Pogacar decidiese convocar al oráculo del ciclismo en la octava etapa camino de Le Grand Bornard. Ellos, inesperados o anhelados aliados del nuevo héroe ciclista, se conocen desde hace eones, y participan en otras disciplinas en las que actúan con denuedo y carácter. Van der Poel, el auténtico representante de una saga de Palmerines en este Tour, nieto de Poulidor, usó su bestial condición física con astucia para hacerse con el amarillo y para pasar el primero por la meta en el Mûr-de-Bretagne: desterró así a Alaphillipe, quien comenzó su travesía hacia el Hades, e incluso premió a algunos de sus hombres con parte del botín: su gregario Merlier ganaría la accidentada tercera etapa que marcó el destino de tantos y tantos en este Tour.  Pero antes de marcharse rumbo a las olimpiadas de Tokio, porque Van der Poel es un personaje recurrente en otras historias, se citó con su némesis, Van Aert, el Patroclo belga de Roglic, en la maratón de casi doscientos cincuenta kilómetros de la séptima jornada.

La fuga numerosa que comandaron estos dos ciclistas llevó a una persecución de más de doscientos kilómetros que extenuó al batallón del UAE, el cual, inquieto por su líder Pogacar, intentó que la diferencia no se disparase, ya que no se terminaban de fiar de Van Aert, un generoso luchador con un físico más cercano al de un velocista que al de un escalador. Entonces, ¿de dónde tanta preocupación? El año pasado el campeón belga demostró que, en determinadas ocasiones, puede subir puertos de categoría especial tan bien como los capos de la general, maravillosa modernización de alguna de las doce pruebas superadas por Hércules. Si bien la etapa la ganó otro esloveno, Mohoric, del más que sorprendente Bahrein, la dureza y la mala suerte acumulada durante los primeros días hizo mella.

Fue entonces cuando cayó Roglic, terriblemente magullado por culpa de la caída que tuvo el tercer día de competición, en un lance con otro Bahrein, Colbrelli. La foto que subió a esas modernas crónicas visuales del postureo mostraba su paulatina conversión en un espectro. Espejismo fue su contrarreloj, bastante decente, pero claramente superada por la de su joven compatriota, el cual barrió a todos los especialistas y comenzó su viaje hasta el maillot amarillo: si Odiseo partió al quinto día de la isla de Calipso y tuvo que superar las inclemencias de Poseidón para llegar hasta la isla de los Feacios, Pogacar estableció una analogía en la que partió hacia el liderato en la quinta etapa y luchó contra la climatología cambiante para obtener el maillot amarillo. Roglic, por el contrario, se vio víctima de su talón de Aquiles, las caídas que ya le han costado una París-Niza y un Dauphiné, por no hablar de las que ha tenido tanto en la Vuelta -sin efectos- y en el Giro. Curiosamente, el tesón del Patroclo belga en su lucha contra el Palmerín, que provocó el caos en el pelotón con un ataque de Carapaz ante la retirada de las tropas de Pogacar, favoreció la caída (metafórica en este caso) del gran Roglic, quien no pudo seguir el ritmo en la última cota del día y cedió más de tres minutos sobre el grueso del pelotón. Las fuerzas ya no le daban y se perdió, camino al inframundo del Tour, pero todavía con fuerzas para, con la nobleza que le caracteriza, dar su bidón a un niño nada más finalizar su martirio.

La situación, por tanto, a la espera de la primera etapa de montaña era apasionante. También un mero disfraz: Pogacar no tenía equipo y eso habría todo tipo de posibilidades. Ah, ilusos. Ya lo sabía Van Aert, que después de sus correrías con Van der Poel confesó que era demasiado pesado para aguantar en la general. Y, a pesar de ello, los primeros kilómetros rumbo a Le Grand Bornand, al Hades, fueron frenéticos. Múltiples ataques, segundos espadas que se intentaban filtrar en escapadas, un sorprendente ataque de Porte, Valverde el Viejo que entró en la fuga del día pero que se congeló y acabó llegando en la última grupeta, ¡incluso varios ataques de Van Aert a los que respondió en persona Odiseo, quizás sediento de aventuras a más de 100 kilómetros de meta!

Pero lo único cierto era que Pogacar sabía que para clarificar todo debía bajar al Hades, y hacer bajar a los que todavía se resistían, mostrar al mundo su particular descenso y triunfo, su catábasis, su nekyia. Al igual que Odiseo, Pogacar desciende cerca del campo de los Asfódelos, allá donde los espectros de los grandes héroes campan acompañados de todo tipo de marroneros, en argot ciclista. Odiseo habló con Aquiles, o con su reflejo. El de los pies ligeros confiesa que preferiría ser un vivo don nadie antes que un ídolo muerto. El lamento de Aquiles (¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! ¡Desdichado! ¿Qué otra empresa mayor que las pasadas revuelves en tu espíritu? ¿Cómo te atreves a bajar al Orco donde residen los muertos, que están privados de sentido y son imágenes de los hombres que ya fallecieron?) es el lamento de Roglic, ya sin objetivos en el Tour. Vagó por las montañas a la espera del abandono, que finalmente llegó, a la espera de una resurrección olímpica o del establecimiento de su pascua en la Vuelta a España. Pogacar, cual Ulises, tras desentrañar los cauces por los cuales debía llegar a Ítaca, a París, emprendió la marcha y mandó a sus rivales más allá de los Asfódelos y cerca del Tártaro.

Así fue como arrancó a unos treinta y cinco kilómetros de meta y arrasó con todo y todos. Carapaz, semejante a un Áyax que también ansiaba quedarse con la armadura del gran Aquiles, intentó seguirle, pero tal fue el triunfo de Pogacar que el tío del mazo visitó al ecuatoriano e hizo que entrase en el grupo de todos los demás, a más de tres minutos del que podría ser tan legendario como Fignon, Hinault o Merckx, otros ciclistas mitológicos, si sigue haciendo cosas como subir los puertos a velocidades sobrehumanas, además de ventilar una ventaja de cinco minutos de los fugados en un visto y no visto. Fue tamaña la gesta, que los damnificados de esta primera semana se amontonan cual programaciones didácticas hechas por opositores: Geraint Thomas se replanteará si culminar el reto adoquinado de Roubaix que no consiguió su predecesor Wiggins tras verse desbordado para las grandes vueltas; Miguel Ángel López, MAL para los amigos, se vio más refrescado que nunca; el otro Patroclo de Roglic, el danés Vingegaard entró con cara de vinagre, sustancia que parece sugerir la posible hispanización fonética de su nombre, aunque descubro que una posible traducción podría ser la de “viñedo”.

Tal fue el impacto de la visita al inframundo de Pogacar que todos los demás se quedaron allí, incluso un Enric Mas que, en busca de amarrar una plaza en el podio, debió agradecer el “acto de venganza” perpetrado por su equipo contra Carapaz cuando Odiseo Pogacar, en la etapa maratón, parecía tener algún tipo de debilidad. No obstante, dicha plaza se ha complicado porque ayer, en la segunda etapa de los Alpes, mucho más calmada, triunfó un escalador de apellido joyciano, O’Connor, que, quizás anhelante de la luz de los vivos, se revuelva como un gato panza arriba para figurar en una inesperada foto junto al nuevo Ulises ciclista.

Este, en resumen, es el parte informativo-literario de esta muy homérica primera parte del Tour que, al revés que la edición del año veinte, no ha sido nada galdosiana: ni ha sido boba, ni hubo estafeta, ni tampoco, vaya por Dios, se apreció tacañería. Otro cantar serán las doce etapas que nos quedan, las cuales, probablemente, vistas desde la lontananza por el aventurero odiseico de sangre eslovena, ya cercano a su objetivo, tengan mucho de todo eso, pero en versión descafeinada. Junto a él, fuera del infierno, también las vislumbra con gran optimismo un personaje de corte folclórico y aún más increíble y ficcional: el angango del Tour, quien ha ganado dos etapas y amenaza el récord de victorias de etapa (treinta y cuatro) del caníbal Eddy Merckx. La literatura asume y renueva los mitos clásicos, y, en este caso, aparecen figuras que se explican gracias al buen tino de las hablas populares: tras soltar este bastinazo les prometo que me explayaré al respecto cuando acabe el Tour. De momento, solo queda esperar la culminación del viaje de Tadej Pogacar y la estupefacción ante las picardías de un angango que no hace tanto estaba donde están otros como Roglic, el gran Aquiles víctima de la resaca del ciclismo.

 

Anteriormente en Culturamas:

  1. El Tour como ficción 2021 (I). Aquiles y Ulises parten como favoritos.

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