“Primavera, año cero”, de José Mateos
Por Jesús Cárdenas.
Cuando llegó a las librerías Primavera, año cero, de la mano de la incipiente editorial Milenio, se impuso una mezcla de asombro y naturalidad. Asombro porque el libro destaca por una altura superior al resto de los habituales libros de poemas. Y naturalidad porque todo lo que escribe el conocido poeta jerezano, José Mateos, parece que viene dado por la varita de la claridad poética.
Primavera, año cero figura dentro de un proceso que Mateos realiza en pos de una poesía comunicativa, intensa y natural. Tras el hito que supuso La niebla, gracias al ritmo impecable y sublevador del endecasílabo, volvió la vista al “verso del pueblo”, empleando una expresión concisa en versos de metro corto, blancos o asonantados, como hicieron antes: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Luis Cernuda y Miguel Hernández, entre otros. Así lo atestiguan las publicaciones: Canciones, Después de Otras canciones y Un sí menor. En la misma línea tituló, tan atinadamente, una antología de su obra poética hasta 2016, Poesía esencial (Renacimiento). En aquella antología comentaba su prologuista, Pedro Sevilla, la desconcertante paradoja con la que el lector de Mateos debe enfrentarse a textos que, en apariencia, transparentes, ocultan una gran exigencia artística. Y en este título tan actual, Primavera, año cero, aparece tan logrado el proceso de exploración que aborda el lenguaje poético, que termina produciendo entre los lectores una sensación de asombro y extrañeza, y plenitud al cabo.
El conjunto está cuidadosamente planificado: tres partes sin titular, más o menos simétricas, más un poema introductorio y otro de cierre. A ello habría que añadir la sutileza de emplear fragmentos de poemas anónimos medievales como hilo que trenza las partes. Junto a la altura del libro, la forma en que se enmarcan los poemas (nunca más de veinticinco versos) resulta de una belleza impagable, respirando en el blanco de las páginas impares.
Las palabras escogidas de Eloy Sánchez Rosillo en la contracubierta no figuran en vano: “Un tema inagotable, viejo y nuevo. Y un poeta hondo. En tiempos de oscuridad y desánimo, José Mateos ha escrito su libro quizá más luminoso y sereno, lleno de confianza y de fe en la vida”. En suma, el autor nos propone un cántico, el triunfo del ser sobre los peligros invisibles que nos acechan, un fruto lírico que tiene como telón de fondo a la dichosa pandemia.
Al comienzo, el hecho de nombrar es presentado como el mayor acto mágico existente: mediante una palabra se invoca aquello que no tenemos. La naturaleza sugiere al sujeto lírico paseante fragilidad y asombro, cualidades de las que carece el lenguaje poético, por ello el poeta jerezano trata de captar lo esencial desde lo más hondo, al estrecho contacto de lo que la naturaleza alude, tal vez, una expresión poética que nos devuelva a lo que somos:
Un idioma que es pobre
y es tan suave
que parece, en la noche,
nieve que cae.
En la primera parte la palabra agarra el diálogo alegórico en “El mandato” o en “La cita”, cuyos estos heptasílabos blancos manifiestan la incertidumbre vivida, expresada, aquí, desde el convencimiento de la inutilidad de la batalla cuando nos sobrevuela el ángel de la muerte, ese ángel que recuerda a Alberti: “No sé por qué luchábamos. / No sé quién ha vencido”. Sobresale la inquietud vivida el pasado marzo en el poema “Canción sin confinar,” un canto en coplas octosilábicas asonantadas, donde, a pesar de la inquietud existencial y también en clave metapoética (“¿Se cierra acaso un poema / tras su última palabra?), se resiste a ser enclaustrado, acaso con la palabra el sujeto lírico deshaga las paredes en vista de su conclusión: “Lo cerrado es solo el miedo. / Aunque parezcan cerradas, / abiertas están, abiertas, / las puertas y las ventanas”. Un discurso poético que avanza a contracorriente en el panorama poético español.
Los versos anteriores conectan con la segunda parte, en concreto con el sobresaliente, “Protegidos”. En él se describe los sentimientos que tuvimos todos los humanos, salvados gracias a la cultura (“libros, buena música”) tras un brillante símil: “Vivir tras un cristal, como los peces”. Nos transmite la calma, pese a percibir “cómo la vida pasa sin nosotros”. El libro nos recuerda el ahogo en que todos hemos vivido los meses primaverales de 2020. El otro foco de atención es la conexión con la naturaleza, desde su sencillez nos conmueven los heptasílabos de “Azahar”: “¿Pero cómo no veis, / en ese patio, al viento / libando eternidad / en la flor del naranjo?”. Refleja la creencia en que la naturaleza permanecerá, a su intensidad debemos acogernos: “canta a esa poca tierra: // cuando pasa la Historia / solo ella permanece”. Como se ve, José Mateos practica una absoluta coherencia en su escritura entre el fondo y la forma.
Se canta lo que se pierde, la larga noche y la orfandad en la tercera parte. La entrega es total, nada se guarda el poeta jerezano. Nos deja un poema magistral dedicado a su madre. Y lo es por la expresión tan emocionalmente contenida en endecasílabos blancos. El sujeto lírico se derrama, mostrándose tan verdadero como vulnerable ante la falta de protección materna: “Tú no me dejes solo, no me mandes / a la calle de noche a coger frío. / Déjame que me esconda en tu regazo todavía”. Tan indiscutible como la propia existencia se nos muestra José Mateos en estos poemas, así concluye “Pequeña elegía”: “Y cómo / le cuesta al alma ahora / aprender lo que sabe”, y de este otro modo, en “Resurrección”: “Yo solo soy lo que dejó la muerte”.
Para terminar, el libro nos envuelve con versos desatados, que buscan la libertad a tanta desazón, a tanta inquietud y miedo vividos, y lo hace mediante una de las formas poéticas preferidas por José Mateos, “Canción final”, con la que recomendamos este libro de verdadera poesía, que salió en un momento oscuro para poner en marcha, de nuevo, nuestras vidas:
No el junco o el guijarro
que se empeña en ser fondo;
el agua que resbala entre las manos.
Un leve despedirse
y un no quedarse en nada.
Ser solo fuga.