“Cocaína” de  Aleksandr Skorobogatov

Aleksandr Skorobogatov es considerado como un exponente del surrealismo contemporáneo. Sin embargo Cocaína participa más de una tradición de la literatura del Absurdo. Más Ionesco, menos Beckett, Skorobogatov es una suerte de ilusionista que se divierte con el lenguaje al mismo tiempo que se recrea intercalando diferentes niveles en la narración, insertando relatos dentro del relato, juegos entre el narrador, el lector y el escritor. El narrador se confunde con el autor y se sirve de estas trampas metalépticas, estos saltos de entrada y salida en el texto, para configurar una novela-juego delirante y esquizofrénica, que mejor hubiese respondido al título de LSD.

Nuestro antihéroe deambula por una fría ciudad rusa aunque el escenario que nos muestra se corresponde más con su ruinoso paisaje mental y emocional. Podría el lector de esta reseña pensar que se trata de una novela psicológica, pero esta etiqueta también se nos queda corta al hablar de Cocaína. Porque la habilidad de Skorobogatov consiste en asimilar los tópicos de la novela rusa tradicional para desmontarla por completo. Su escritura es un escarpelo con el que disecciona el hilo narrativo, lo desmonta y lo vuelve a montar a su antojo. Aunque las situaciones suelen estar cargadas de tensión, el tono que se emplea para contarlas y la fragilidad de los personajes aligeran dicha tensión. Además, los giros inesperados, rescrituras de episodios, la aparición de personajes y el compendio de situaciones desquiciantes no dan tregua. Los anacronismos e incongruencias sirven de fórmula retórica en esta lisérgica narración en la que el protagonista y narrador huye siempre hacia adelante, como un César Aira enloquecido. Un escritor que busca/anhela/encuentra el amor, recibe el premio Nobel o se enfrenta a episodios violentos o cargados de sintentido. Hay momentos en los que percibimos la sombra de Gógol y del Dostoievski de El cocodrilo. Pero sobre todo al leer, al entrar en el inframundo perturbador y divertido de Skorobogatov nos damos cuenta de que posee una voz única. Es depositario de una ironía desbordante que nos parecería más amarga si no fuese porque el relato está tejido como un sueño fabuloso y un humor chispeante.

Al final, a pesar de lo absurdo y rocambolesco de cada uno de estos episodios, los personajes se nos hacen entrañables. Una niña amante o una mujer que en realidad es una silla. El humor se traduce en ternura cuando se recorta en un horizonte tan extraño. Quizá porque en un mundo de locos, en el que la lógica pierde vigencia, ser humano se convierte en el único subterfugio que nos queda para poder dar sentido a la “realidad”. Aunque en esta novela la realidad es solamente el telón de fondo para que lo surreal adquiera sus contornos y se configure.

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