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Náufragos en lo inagotable: un libro que todo lo contiene

Elena Marqués.- Había en casa de mis padres, que yo recuerde, o que a mí me interesaran, dos colecciones de libros con los que podía pasar la tarde sin aburrirme nunca. Una estaba dirigida a los niños que entonces éramos y contaba con entradas muy variadas sobre mitos, leyendas, escenas cotidianas… Todo adornado con esquemáticas y vigorosas ilustraciones de colores llamativos. La otra era una enciclopedia (ese concepto en peligro de extinción) de la historia del arte que abarcaba desde las primeras manifestaciones rupestres, pasando por los relieves asirios, el Barroco español, los impresionistas franceses, hasta la pintura no figurativa, que resultaba entonces para mí tan misteriosa como los ídolos femeninos de la fertilidad. En esas páginas se contenía el mundo conocido en lo que concernía a su manifestación artística, que ya es bastante.

Si cuento esto es porque esa sensación abarcadora, de completitud, de inmersión en todo lo que el pensamiento humano es capaz de abordar, es la que me ha asaltado al enfrentarme al libro de Loris Pasinato Náufragos en lo inagotable; un título sugerente que capta a la perfección lo que contiene, que es eso, prácticamente todo, desde conceptos filosóficos, conocimientos científicos (matemáticos, físicos), reflexiones sobre la vida diaria que algunos podrían convertir en frases de autoayuda («Percibir cada instante en su plenitud de significado: he aquí el sello de toda vida cotidiana»), teorías estéticas, ideas sobre política, opiniones sociológicas… Con tales mimbres se sumerge en las procelosas olas de lo humano para demostrar, desde el primer aforismo («Todas las cosas conspiran, en su afán último, para que cada ambición humana se rinda ante el infinito»; o, un poco más adelante, «No hay cosa, en el mundo, que no hable de infinito»), la condición ilimitada del universo material e inmaterial (siempre lo que no se ve es más que lo que percibimos y la ciencia se queda en «un tamiz demasiado ancho que permite retener una porción ínfima de todo lo existente»), de la realidad en unos tiempos de descreimiento en que la domesticación de la naturaleza, el alcance de la investigación, el control de la biología, el dominio de cada gota del océano, en definitiva, el camino recorrido, parecía haber agotado todas las posibilidades de aventura, cuando esa, ciertamente, podría ser la única razón del hombre: el acto de buscar. El qué o el dónde es lo de menos.1

El naufragio al que alude el título, si como tal puede llamarse, se produce en el lector al no tener el libro ninguna estructura, ninguna división, aunque se distinga internamente la agrupación de ciertas materias y líneas temáticas. Como si una idea llamara a las demás por correspondencias. Como si Pasinato nos tirara un cabo desde el maderamen de la balsa de la Medusa. También podemos sentirnos algo perdidos o desorientados por el hecho de que el mundo en el que se nos introduce, la sociedad moderna, ese «monumento a la anestesia del ser humano», es la clara para nosotros, por conocida y vivida, contemporaneidad, con sus muchos lodos traídos de qué barros (capitalismo, egoísmo acérrimo, ruido ensordecedor, afán de poder, hipocresía enfermiza, prisa por llegar a no se sabe dónde…), por lo que el autor se ve impelido a volver los ojos, de una manera que en ocasiones puede resultar reaccionaria o demasiado conservadora, incluso algo clasista en su uso y abuso de la palabra «plebeyo», a valores que deberían en verdad resultar eternos. De hecho, con su visión integradora y perspicaz, pone en solfa realidades tan ¿incuestionables? como la democracia, ese «régimen político en el que cada uno es un potencial dictador al que los demás son libres de desobedecer».

Aunque quizás todo este descalabro vital y social se solucionaría atendiendo por un instante a la perfección de la música de Bach, al que dedica, a él y su hacer cuasi metafísico, a su atisbo real de la armonía, a su semejanza demasiado aterradora a los dioses, más de un fragmento de este libro, que, para ser ópera prima, parece un texto definitivo. Será porque, en efecto, al posar la mirada en ese gran ser diminuto que es el hombre, de ese microcosmos extrae, deduce la fuerza inagotable del universo.

Muchos son los fragmentos dedicados al pensamiento, a la inteligencia, al razonamiento como herramientas de conocimiento de lo absoluto; otros tantos consagra al arte, que ya desde el Romanticismo se ofrece como vía alternativa o complementaria para obtener una visión omniabarcadora. Volcar los sentidos no tanto hacia el exterior, sino hacia dentro de uno mismo.2 En cada caso se trasluce una cabeza bien ordenada que en ocasiones hace uso, por qué no, de la ironía («Lo más importante para los gobernantes es, pues, dejar transcurrir cuidadosamente un tiempo suficiente entre un atropello y otro»), ese recurso de los inteligentes que esconde una lúcida amargura y, a la vez, cierta suave y condescendiente ternura. No faltan tampoco sentencias más poéticas que socavan el general pesimismo (aunque quizás sea cierto que el pesimista es un realista bien informado) que rige estas páginas, con una de las cuales quizá fuera conveniente terminar este acercamiento, tambaleante por mi parte, a lo inagotable de Pasinato: «El misterio reside en abrir los ojos por la mañana y cerciorarse de que el mundo siempre nos precede». Toda una belleza.

 

1 «Una vez resueltos todos los problemas, acabadas las guerras, alcanzado el bienestar con los pueblos en armonía, ¿qué le quedaría por hacer al hombre? ¿No será que, por el contrario, su razón de vida está constituida exactamente por los problemas que lo afligen?». O un poco más adelante: «Cuando un ser vivo ya no está amenazado por nada, ese es el momento en que pierde el sentido de su vida».

2 «El verdadero viaje que anhelamos es la travesía de nuestro inconsciente, acompañados por un guía virgiliano que nos revele su oculta simbología». Eso quiero pensar yo también.

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