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La cara de la ajenidad en la última novela de Leila Slimani

ANA BELÉN JARA.

El país de los otros, publicada este año por Cabaret Voltaire, es la última novela de la reconocida escritora Leila Slimani (Rabat, 1981), que aborda la historia de su abuela, a través del personaje de Mathilde, una joven alsaciana que emigra a Marruecos en 1944.

Con la rebeldía y la impronta de sus palabras, la autora ha conquistado el mundo de la literatura francófona. Su trayectoria por la ficción literaria comenzó con En el jardín del ogro (2014) y continuó con Canción Dulce (2016), novela con la que obtuvo el Premio Goncourt 2016. Pero este no es el único género en el que ha publicado, pues en el 2017 salió a la luz su ensayo Sexo y mentiras y, además, su compromiso con la lengua francesa y su visión feminista le han merecido puestos tan relevantes como el de representante en el Consejo de la Francofonía.

Este año, Slimani llegó nuevamente a las librerías españolas con la novela El País de los otro, traducida por Malika Embarek, la primera entrega de una trilogía en la que recorrerá su historia familiar. En esta oportunidad, nos transporta a Meknés, una ciudad en la que una joven francesa de 20 años comenzará una nueva vida junto a su esposo, Amín Belhach, un soldado marroquí que luchó en la Segunda Guerra Mundial en el bando francés. Fascinada con la sola idea de vivir una experiencia exótica en el exterior, la protagonista idealiza su futuro: vivirá una apasionada relación con su marido y construirá una familia estable en una finca fructífera. Pero nada será como lo imagina.

Marruecos, un limaranjo cultural

Desde el plano contextual, la obra es el testimonio de cómo un país colonizado, perteneciente al Protectorado Francés durante más de 40 años, se constituyó como un estado independiente en un proceso que no es nada fácil ni pacífico. La trama principal nos presenta la vida de dos jóvenes que han atravesado la guerra, aunque en contextos completamente diferentes. Amín y Mathilde representan, en cierto punto, la relación entre el país colonizador y el país colonizado, pues su vínculo de pareja se ve continuamente atravesado por las diferencias en sus rasgos físicos, sus orígenes, sus tradiciones, sus credos y sus modos de ver el mundo. Pero existe un punto de encuentro entre ambos, la búsqueda de la identidad ¿Quiénes son ahora que viven en Meknés y han elegido una vida juntos?  Ambos están en el centro de un país divido en dos, donde uno de los bandos está comenzando a revelarse ante la autoridad extranjera.

Paralelamente al climax social que se vive en el país, la autora aborda la intimidad de la familia y denuncia el machismo de la sociedad marroquí, no sólo en sus costumbres que someten a las mujeres a ciertos roles y comportamientos, sino narrando la violencia con que Amín trata a Mathilde. Este considera que debe educar a su mujer, porque la ve como a una niña caprichosa e insolente que en nada se parece a lo que se esperaría de una esposa.

Una de las escenas que mejor ejemplifica esta dualidad en el planteamiento es cuando Amín le propone a su hija, Aicha, crear juntos un árbol único y, para hacerlo, injertan una rama de un limonero a un naranjo, creando así un limaranjo. Esta será la metáfora de su familia y de su país: “Nosotros (…) somos como tu árbol, mitad limonero, mitad naranjo. No estamos en ningún lado”. El fruto de este árbol era incomible, y él sabía que al final la naranja vencería al limón y el árbol por fin daría unos frutos comestibles, como metáfora de que al final, unos dominarían a otros, pero ya no sólo en la búsqueda de la independencia, sino también en su propia familia, donde él terminará por someter a su mujer.

“Usted, señorita, no es de aquí”

La narrativa de Slimani no sólo es sumamente realista y nos zambulle en los sentimientos más profundos de los personajes, a los que juzga y comprende, sino que también esconde elementos que rozan lo maravilloso, pequeñas joyas que nos permiten saborear la exótica cultura marroquí que, al estar tan lejos de nuestra realidad, nos parecen propias de una narración fantástica. Esto sucede porque la autora no abandona la influencia que tienen las narraciones orales y el saber popular de su tierra.

La obra nos pone ante un país donde todos, absolutamente todos los personajes, son extraños. Los nativos, los esclavos, la burguesía francesa, los colonos racistas, los campesinos radicalizados, etc. Aquí no sólo interviene la configuración sociocultural de cada personaje, de dónde viene, qué religión profesa y con quiénes se relaciona. Slimani, al contrario, explora la experiencia personal y las vivencias que hacen que uno u otro personaje sea más o menos miserable, más o menos amable. Nos muestra sus luces y sombras, no sin antes ponernos en frente todo lo que ellos cargan en sus espaldas.  Para lograr este efecto, la autora se pone en los ojos de una niña, de una mujer elocuente y exigente, de un marido machista y temeroso, de una adolescente marroquí que quiere explorar el mundo, de un colono racista y violento, etc. Sabe ponerse en los ojos de los otros.

Pero no estamos ante dos mundos, el occidental y el oriental, el catolicismo y el islamismo, la mujer y el hombre, el francés y el marroquí. Estamos ante una novela que representa con amplitud el complejo entramado de relaciones sociales que habitan en el Marruecos de los años 50, donde no hay malos y buenos, no hay justicia, hay gente sobreviviendo en una sociedad sumamente compleja, que nada se parece a la idea que en Occidente tenemos de la vida en el país magrebí.

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