“Plenitud y vacío”, de Álvaro Galán Castro
Ana Isabel Alvea Sánchez.
Los problemas del ser para aprender a estar.
Álvaro Galán Castro lleva una brillante trayectoria literaria, con varios premios de poesía en su haber -Premio Salvador Rueda, Rafael de Cózar, Ricardo Molina, Premio de Poesía Málagacrea-, y con Plenitud y vacío le han concedido el XXIII Premio de Poesía Generación del 27.
Plenitud y vacío parece gestado durante el confinamiento, una situación que aparece de fondo. En él encontramos filosofía, Budismo Zen, inquietud existencial, la realidad cotidiana, la pandemia, crítica social (el griterío de las redes sociales, el circo social, el mísero sueldo del mensajero de Amazon), circunstancias personales, los sentimientos y continuos interrogantes. Búsqueda de respuestas sobre la vida, planeando alrededor del concepto oriental de la misma como un vacío, de hecho, se considera al Zen como “la doctrina de la nada”. De este modo, los extensos poemas suponen un collage de pensamientos, al hilo de múltiples referencias culturales, en el que se describe la realidad y donde afloran los sentimientos, envueltos en el ritmo y la música de la poesía, en su verso blanco, y expresadas en un lenguaje coloquial, un diálogo -tal vez consigo mismo- que provoca en el lector cercanía. Usa vocablos cotidianos, pero también tecnicismos, sin faltar el asombro, ingenio y lirismo de sorprendentes metáforas e imágenes, en un estilo narrativo y ecléctico, con el que interpela al Budismo Zen y a la filosofía, y cuyo tono irónico provoca una sonrisa gracias a su autoparodia, con la que suaviza la angustia existencial.
Con una estructura cerrada, donde los poemas se encadenan unos con otros, en su primera parte, “Precuelas”, abarca temas generales y teóricos, los misterios de la vida y nuestra falta de respuestas, la necesidad de vivir en el aquí y ahora, en el mejor de los mundos posibles. Planteamientos y soluciones que él busca ante la curiosidad de su hija. Y asalta el problema del lenguaje, su tema principal: ¿qué somos si no lenguaje? Por un lado, el lenguaje determina el modo de pensar; por otro, el lenguaje es incapaz de transmitir la realidad o la verdad, nombra siempre la ausencia. Este tema, de modo circular, se repetirá en el último poema del libro, como broche final. Y con el lenguaje, formado de signos vacíos que nos llevan a la nada, tal como indica el Budismo, qué hay sino vacío. Siente nuestra pequeñez y la falta de sentido de la existencia y, en cierto modo, la busca, como el caballero de El séptimo sello. Y a todo esto, dónde queda el amor, sin duda tan necesario.
En “Vacío y plenitud”, segunda parte, resulta más intimista, personal y cotidiano. Nos invade una sensación de encierro, pues en todos los poemas está la casa cerrada, a excepción del último poema, Un cuenco tibetano. Contrapone el concepto de dentro y fuera: el sujeto poético está encerrado por fuera, pero no hay mayor cárcel que la de su propia mente, la de dentro. En este trayecto siente un dentro y un fuera, cuando realmente no existe esta dualidad según el budismo, no tiene sentido hablar de dentro y fuera, dirá en el poema Un cuenco tibetano. Pretende crear un vacío en el que borrarse para poder resurgir o resucitar.
Cabe resaltar un segundo contraste: la oposición entre el silencio y el ruido. Busca el silencio, pero a pesar de todos los ruidos externos, no hay peor ruido que el de su mente, por lo tanto, todo es ruido: A veces son iguales el ruido y el silencio.
Se describe en ocasiones la práctica de la meditación, en la cual el sujeto está atento a sus sentidos -los sonidos de la habitación, el mundo microscópico y casi invisible de los insectos, las noticias, todo aquello que ocurre en su interior y en el exterior-. Nos habla una conciencia que se desdobla y relata con distanciamiento, como si fuese una cámara, un narrador omnisciente que lo describe todo con cierta ironía. El poema resulta el espejo de una mente que se dispersa y salta de un tema a otro.
Escribir se parece a meditar, a bucear, ir al fondo: Escribir / un poema / se parece / al buceo / en apnea.
Afloran con naturalidad los sentimientos de pérdida: el mundo es un pañuelo flotando sobre el viento: / señal de despedida, (Mundo flotante). Una ausencia que llega a aceptar: Tan vital es dejar entrar al otro / como hacerlo salir cuando no quiera.
Aparece también el padre que orienta y guía a su hija por los temas esenciales en la brevedad de la vida, de la vida eterna en sus cinco minutos, y que le aconseja no olvidarse de la extrañeza de estar en el mundo. Nos retrata igualmente los temas de la transparencia y de la compasión, propios del Budismo.
En “Secuelas”, su tercera parte, notamos una actitud más aliviada, más relajada, como quien va por un agradable paseo de un kilómetro, en el tiempo impuesto de una hora, y se olvida de toda cuestión.
Lacan decía que solo éramos lenguaje. Tal vez la nada o el vacío budista, su silencio, sea un consuelo ante el rugido del mundo y el propio. El libro se adentra en el pensamiento, y práctica, del Budismo Zen en busca de sabiduría y calma necesaria para saber estar en nuestra pequeñez y en el sinsentido de la vida. Una poesía, en definitiva, que hace pensar sobre el ser y la existencia. Espiritual, sentimental e intelectual. En él escuchas a un hombre, y nuestros dilemas.
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