«Incendio Mineral», de María Ángeles Pérez López
Por Pablo A. García Malmierca.
La luz muerde las palabras.
La última entrega de María Angeles Pérez López, Incendio mineral (Vaso Roto, 2021) nos muestra el poema como apertura total. Mundo y cuerpo se hibridan en un continuo que llevan al sujeto a diluirse en lo vegetal, en lo animal, en lo mineral. El cuerpo es boca que muerde y mediante un movimiento próximo al erotismo nombra y crea la palabra poética, palabra que nos hace ir hacia la claridad frente a la oscuridad que nos rodea.
Escribir es un doble proceso de escritura y aprendizaje, el mundo existe porque lo nombramos, y es ese nombrar el que nos hace a nosotros también ser, nos transforma. Así el acto de escritura se define en el momento: “Cuando va a amanecer y salimos desnudos a la habitación más fría del idioma, entregamos materia y ADN”.
Pero será la sangre, que como citan los textos bíblicos ,“es vida”, la que se constituya en hilo que una las genealogías de Ariadna y Penélope con la voz poética. De esa sangre surgen los poemas que manchan el suelo, que siguen enfadando a aquellos que quieren mantener el suelo limpio de sangre, de aquellos que quieren una poesía sin dolor, llega a preguntarse “¿es que acaso se incluyen en la palabra nosotros?” para decirnos si, acaso, estos son otros distintos a las poetas incluidas en esta genealogía. Se introduce aquí el problema de la identidad que se toma directamente de un título de María Ángeles Maeso ¿Quién crees que eres yo? A lo que se contesta “Sólo soy una herida en el lenguaje”. Verdadera declaración de intenciones.
Otra de las claves del texto es la importancia del mordisco-boca-lengua-dientes. Mediante el mordisco, como forma absoluta del amor, de hacer de uno el cuerpo de otro, nutriente y nutrido, a la vez “araña y mosca”, proceso reversible de muerte, vida y unión. La boca tendrá también un papel fundamental como lugar donde se nombra, pero también donde el amor es buscado y encontrado: “Desciendo hasta tu cuerpo y me oscurezco. Me pierdo en tu penumbra, en la apretada maraña de tu boca.” El perderse en la boca del otro, desaparecer en la oscuridad, a modo de mística negativa, donde la tiniebla no nos deja ver lo que está detrás, la tiniebla-oscuridad es preludio de lo que se oculta en la luz que habita tras esa neblina. Es interesante la taxonomía que de la lengua se da en el texto: “esa masa de carne muy blanda y flexible, ballena navegando tras los dientes, abejita que unta la geometría hexagonal en su deseo.” Será el amor-erotismo el movimiento necesario para des-velar esa luz. En algunos momentos se llega al éxtasis del goce que provoca la oscuridad más absoluta: “Cuando entro en ti, la noche me posee.” “El cuerpo pertenece a su placer.” Será el amor también el que alce al yo poético hacia la luz: “Zoología del amor que alza la luz”.
Este juego erótico se trasvasa a la ciudad donde se diluye el yo y el nosotros. Se juega con lo orgánico, la Química, la Biología, la tecnología, todo ello al servicio de la poesía. El amor poco a poco deja entrever que se trata de un juego donde lo que se busca es la palabra: “Cuando entro en ti, todo se borra: palabras que aprieto contra el paladar hasta volverlas agua; archivos de memoria que no encuentro, proteína que pierde su estructura en la embriaguez extrema del calor.”
La parte IV del libro se titula “Baja el polen como baja la nieve”, este símil incide en un elemento que considero básico para entender este libro de poemas, podríamos decirlo con una frase del TAO TE KING: “lo que es arriba es abajo.” Se produce aquí una equiparación entre la altura y lo que está a ras de suelo “¿Qué hacen aquí si son flores de altura? ¿No era suya la aspiración de cima? ¿De coordenada impropia cuando rozan los dedos de los pies?”
Sin embargo, es el lenguaje el verdadero protagonista del libro, y en su intensión, la palabra. Y será la palabra la llave, la herramienta que desvele esa oscuridad que nos traía el mordisco, el amor. Las palabras, humildes como las hormigas, deglutidas hasta la saciedad siguen teniendo la llave de la verdad, de la luz que se oculta tras el velo de la tiniebla. En este sentido es fundamental el capítulo V, donde se compara a las palabras con hormigas que “escarban bajo tierra por si hubiese otras acepciones más nutricias” y algo fundamental que entronca con la importancia de la boca-dientes-lengua-muerdo, “no necesitan decir hoja o decir savia para sentir la felicidad extrema de los dientes”. No es necesario nombrar para saber cómo saben las cosas, la palabra ¿es antes o después de la sensación?, parece que predomina la sensación, pero ambas parten del mismo lugar la boca como lugar que nombra, como lugar que siente. Pero también la voz poética recuerda “de golpe que yo también he crecido con palabras que otros lamieron y han masticado hasta la extenuación […]Las han poseído”.
No nos podemos olvidar de la fuerte impronta social que atraviesa toda la producción poética de María Ángeles Pérez López, que aquí también está presente. Todo se hace visible “las mendigas rumanas del supermercado”, “madres de otra plaza circular cuyo oscuro grito no termina de agotarse”. Y la crítica al mundo-pantalla en el que vivimos donde nos hemos convertido en meros extremos de un interfaz que nos mediatiza de tal manera que en muchas ocasiones no sabemos comunicarnos de otra manera. En “Termina el videojuego”, parte VI, la voz poética llega a decirnos “la oscuridad te ha consumido” en referencia a esa dependencia de la pantalla. La tiniebla de nuevo como leitmotiv que aparece una y otra vez a lo largo del texto, oscuridad que nos acecha en cada esquina y en el recodo de cada página. Serán las palabras el acceso de la oscuridad al cuerpo: “¿Escabullirme, cerrar las piernas y que no entre la palabra oscuridad? Suelta el sexo sus pavesas en la carcasa del oído.” Y no sólo son el acceso de la oscuridad al cuerpo, también arrastran el miedo lejos del cuerpo y “están a medio camino entre lo líquido y lo sólido. Son fluido translúcido que arrastra a su paso cuanto puede…”.
Si hay un tema central en este libro de poemas además de los ya citados, es el de la identidad de la autora, las partes VII, VIII y IX juegan con sus apellidos Pérez y López, podríamos caer en la tentación de hablar de autorreferencialidad, pero si este libro trata sobre la palabra y el nombrar parece normal que también trate de nombra a su autora, de anclarla a la palabra y qué mejor anclaje genealógico que nuestros apellidos. Pedro proviene etimológicamente de piedra, y las palabras son piedras son las que construir. La piedra-palabras es “materia granulada que no teme a su sombra” y “contiene la plena incandescencia y estalla en mil fragmentos…”, “en ella transpira lo inmutable”. La piedra lleva en sí misma la claridad que vence a la tiniebla, pero necesita un motor que será como hemos visto hasta ahora el amor-erotismo: “lo pétreo transformado hacia lo anfibio en la soberanía del deseo.” Así todo el mundo es cuerpo y viceversa, “piedra padre que todo lo ha fundado”.
Por otro lado, López es “hijo de Lope, hijo de lobo”. A través de la metáfora del lobo se sintetiza perfectamente la poética del libro, la boca como zona de creación de lo poético, lugar físico del que parten las palabras, fisiología viva, de nuevo lo oscuro que es donde viven-nacen las palabras. “Camada de palabras en la boca. ““La madre las arrastra por el cuello, protege en la piedad de sus colmillos cada cría que nace hacia lo oscuro.” Las palabras nos llevarán a la luz frente a la oscuridad, mística del cuerpo y la maternidad, sororidad, pero también origen del lenguaje, aquí el texto se abre a múltiples lecturas.
Cuando llega la noche y tengo miedo, reconozco en mi nuca la correa con la que estoy atada a mi apellido. Pero en la sombra suenan mis hermanas. Su aullido me permite levantarme de mi propia estatura, de la legislación de lo real. Casi a tientas, entonces, sacudo mi pelaje y, olisqueando la leche, subo a madre. A la inocencia extrema en sus colmillos y el fervor derramado de la luz.
La pregunta final con la que se abre el capítulo final “¿Y si eres nadie?” tiene su antecedente en las siguientes palabras: “manzana que alberga dentro galaxias y vacío. Nada le interesa el relato del Génesis, sólo la neutra confianza de ser siendo, su existencia independiente como unidad morfológica y funcional. ¿En cuál de estas palabras se desata el sabor?”, la palabra como fundadora de realidad y de discursos.
La manzana mordida, el mordisco como forma de amar, de hacer nuestro lo otro: “porque morder es unirse a aquello que ingresa en nuestra boca, de igual modo que cuando te beso con toda la impaciencia y cierro los ojos para no ver sino dentro de tu cuerpo…”
La dicotomía presente en el texto luz-oscuridad se explicita en terror-felicidad: “Terror en la noche de la especie para volverse tiempo que llega hasta mí. Pero también, cuando el cetáceo expulsa su sombra abisal y continúa en la felicidad del movimiento, espiráculo de luz y de energía.” Y será el amor el que “todo lo asperjas y amaneces.”
Será la luz la que surja de la unción y el sacramento de la materia. Pero no una luz que viene desde arriba que sería lo habitual, serán las lombrices, nueva metáfora de la palabra, las que “cuando entran en el mundo sin temor (…) conocen lo baldío, lo seco, lo atrapado en la intemperie. Pese a ello, descienden a la luz por ascensores de cristal en los que entra pastoso el territorio y trasladan la dicha a todas partes.”
Será la combustión del fuego, que una vez fue animal, el que transforme la palabra. “Incendio de aquello que fuiste”, que ha generado un páramo, un vacío. La boca que nombra será el lugar desde el que contemplar el mundo, pero “sólo se ve un espejo negro… alguna mano difusa tras tantas pantallas entreabiertas.” Sin embargo, debemos recordar que estamos conectados al universo, a la humanidad y aunque “desconoces quién eres (…) no importa.” No nos queda nada más que seguir adelante: “Con el agua que mana de sus letras humedeces tu frente y te levantas.”
María Ángeles Pérez López nos ofrece con Incendio mineral un libro de poemas donde el ritmo de pensamiento provoca un flujo poético explicitado en un poema en prosa que nos sorprende con su continuo uso de la metáfora. Un libro complejo que nos acerca al proceso creador, al incendio que supone crear poesía, como este proceso es una búsqueda incesante de la palabra y su significado más preciso, cómo la poesía puede ser compromiso y belleza, cómo, en definitiva, es luz.
Aldealengua 12/06/2021
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