El espectador (Apuntes, 1991-2001), de Imre Kertész
El espectador (Apuntes, 1991-2001)
Imre Kertész
Traducción de Adan Kovacsics
Editorial Acantilado
Barcelona 2021 233 páginas
IMRE KERTESZ EN LA ANTESALA DEL ADIÓS
Por Iñigo Linaje
Recuerdo la lectura de La última posada, el diario de Imre Kertesz publicado póstumamente por Acantilado en 2016, como uno de los testamentos literarios más desoladores y descarnados que he leído los últimos años. De todos es sabido que el Nobel húngaro estuvo prisionero -en su adolescencia- en el campo de concentración de Auswchitz, experiencia que determinará su vida y su obra y de la que dará testimonio en un libro terrible: Sin destino.
La editorial Acantilado, que editó hace años Diario de la galera, fechado entre 1961 y 1991, acaba de publicar ahora el tomo central de su particular trilogía diarística bajo el título El espectador, que recoge los apuntes del autor durante los años noventa del siglo pasado. Así, este diario, toma el testigo del primero y precede al último, donde expone con una desesperación y crudeza terribles los estertores de su acabamiento y su adiós definitivo en 2016.
Kertesz no tarda en fijar su particular poética existencial en estas páginas: “Escribo para salvar y rescatar nuestras almas de la fatalidad espiritual que crea la política, la economía y la ideología que las sostiene”. Una visión de la realidad marcada por sus vivencias juveniles que, no obstante, cualquiera podría suscribir al vislumbrar nuestra historia reciente. Pero sus notas de diario trascienden lo histórico o el ámbito social para inmiscuirse también en su intimidad. De esta manera, el autor consigna lecturas de Wittgenstein y Thomas Mann, anota reflexiones puntuales y atiende las lecciones de su compatriota Sandor Marai: que no pase un solo día sin leer unas líneas de Tolstoi o escuchar una pieza de Bach.
El diario se activa y toma vigor hacia la mitad del volumen, coincidiendo con la enfermedad y posterior muerte de su mujer, un acontecimiento que enfrenta a Kertesz a ver el itinerario de su vida desde una perspectiva aun más angustiosa: la de una soledad radical y dolorosa. “Quien no ha sido feliz no sabe morir”, escribirá esos días en algunas de las notas más amargas del diario.
Entre reflexiones sobre la actualidad de su país, remembranzas de un pasado siempre presente y lecturas discurren las últimas páginas de El espectador, donde Kertesz confiesa su último deseo: terminar los proyectos literarios emprendidos. Algo que tomará cuerpo en las devastadoras anotaciones incluidas en La última posada, que, acaso, anticipan estas palabras: “El hombre cree que su vida tiene sentido porque es el único ser capaz de concebir el sinsentido de la vida”.