Los libros de la isla desierta: ‘La senda del mal’, Óscar Hernández Campano
ÓSCAR HERNÁNDEZ CAMPANO. Tw: @oscarhercam
Colores. Tonalidad. Sonidos. Aromas. Sensaciones. El discurrir del tiempo. La tierra dura. El cielo plomizo o sereno. Naturaleza. Pasión. Tradición. Religión. Pecado y culpa.
Grazia Deledda (Nuoro -Cerdeña- 1871 / Roma 1936) fue una escritora sarda galardonada con el premio Nobel de Literatura en 1926. Su prosa, repleta de poesía y muy plástica y sensorial, fue descrita como verista, regionalista o decadentista. También se dijo que contenía un poco de todo o que no podía ser adscrita a un movimiento o escuela. Los grandes autores suelen abarcar todos los géneros y las tendencias porque describen una realidad que es, por sí misma, rica y diversa.
Deledda escribió sobre su tierra, Cerdeña, y sobre las personas y sus pasiones. En La senda del mal, novela con muchas ediciones, revisiones y cambios de título a lo largo de los años desde que fue escrita en 1892 y publicada cuatro años después, Grazia Deledda despliega todo un arsenal narrativo que he resumido muchísimo en las primeras dos líneas de esta reseña. La novela, ambientada en la región del Nuorense en algún momento del siglo XIX, presenta una sociedad tradicional dedicada a las labores agrícolas. La estructura social, cuasi feudal, consiste en amos -propietarios de tierras y ganado- y en sirvientes -campesinos, agricultores, siervos y criados-. Una taberna y algún comerciante son la excepción pseudo burguesa a una sociedad basada en la explotación de la tierra y que se rige por el calendario agrícola -siembra, poda, recolección, trashumancia- y por el religioso católico. Las gentes que habitan allí son los señores y los demás. La muralla entre ambos estamentos es inquebrantable; hasta que la pasión entra en escena.
Pietro Benu, joven huérfano con fama de gamberro, entra a trabajar como sirviente de la familia Noina, hacendados del lugar. Trabaja en el campo y duerme en la cocina, sobre una esterilla. Pietro es atractivo y pasional. Cree amar a Sabina, pariente pobre de los Noina, pero pronto su apasionamiento encuentra un nuevo objeto: María Noina, la orgullosa y mediterránea hija de sus patrones. La muchacha, educada en la tradición, está destinada a esposarse con algún joven terrateniente o con un hombre de su estatus. Jamás con un sirviente. Sin embargo, la pasión entrlaza a ambos jóvenes en un romance tan intenso como inquietante. Las contradicciones que afronta la pareja los distancia y María termina prometida y casada con un rico hacendado: Francesco Rosana. Pietro aprende una cruel lección: mientras sea pobre María no podrá casarse con él. Además, ya tiene marido. Pero ¿cómo detener tamaña obsesión?
La senda del mal es un texto colmado de sensaciones. Cada párrafo se ve, se huele, se mastica y resulta dulce o amargo, aunque siempre embriagador. Grazia Deledda juega con una paleta de colores impresionista a la que añade un estudio etnográfico preciso de la sociedad sarda que ella conoció de niña: la lengua, las tradiciones, los alimentos, las canciones, los ritos, la literatura o la música. En ocasiones, las reacciones, las descripciones, las miradas y el dolor resultan tan vívidos que el lector se encuentra en la áspera llanura sarda, a los pies de las montañas, soportando el intenso viento en el rostro. La sociedad descrita, antigua, férrea, beata y violenta, resulta tan injusta que el destino de los personajes se nos antoja hasta hasta natural.
La novela habla de la pasión, del deseo, de la frustración, del pecado y la culpa que se ha de purgar. Es una historia antigua que resulta terriblemente actual, ya que solo hemos cambiado el exterior, que es lo que cambia más rápida y fácilmente. Pero los prejuicios, las pasiones, los deberes y las creencias tardan mucho más en cambiar.
La senda del mal es una novela que arrastra al lector, que modifica los colores que lo envuelven conforme se suceden las estaciones y evoluciona la psicología de sus personajes. Es una novela bella, dura e intensa que merece ser releída en la isla desierta.