«El beso», menos es más en una impúdica historia entre desconocidos
Por Horacio Otheguy Riveira
Isabel Ordaz y Santiago Molero resultan seducidos por personajes pertenecientes a la cautivadora región de Limburgo, una de las doce provincias del Reino de los Países Bajos, rodeada por Bélgica y Alemania. Su autor, Ger Thijs (su apellido se pronuncia como la última sílaba de levantéis) rinde tributo a una experiencia personal y al mágico paisaje de la región compuesta por 31 municipios. En uno de sus altos senderos, una mujer aparentemente altiva que acaba de llorar en silencio, se encuentra con un hombre aparentemente muy comunicativo. Ordaz y Molero los hacen suyos y la intención del autor de universalizar la carga emocional profunda entre dos que acaban de conocerse llega al teatro con una calidez muy grande, sobre el colchón de plumas de una traducción y puesta en escena que logran una atmósfera poética fascinante: desde lo más precario y elemental al desnudo más profundo; cuerpo y densidad espiritual, dolor sentimental y angustia existencial, logran darse cita en un contexto en el que el paisaje creado por la escenógrafa Elisa Sanz permite recorrer en círculo y en ruptura las frágiles existencias de un hombre y una mujer que aprenden a saberse únicos en la inmensa soledad del paisaje, en la a menudo mezquina soledad de las ciudades y pueblos de donde vienen. La iluminación de Felipe Ramos aúpa el toque surrealista del paisaje para convencernos de que todo es acogedora naturaleza, de que no hay más decorado que el que queramos imponer, porque lo que de verdad importa está en el misterioso devenir de un humorista profesional que tal vez sea un actor fracasado y una farmacéutica retirada, ambos faltos de amor correspondido.
Una obra intimista con reminiscencias de Tennessee Williams y Edward Albee como principales creadores de este subgénero basado en choque de culturas y ruptura de desencuentros. En la desolación a menudo dolorosa de las relaciones interpersonales de esta región europea, mancillada por histórica dificultad de romper el hielo incluso entre conocidos, El beso confirma que la única regla que importa es la que implica que no hay límites para la posibilidad de ser uno mismo bien recibido por otro cuando nada está previsto, pero todo sugiere la imperiosa necesidad de seguir con vida, marchando con energía, por muy doloroso que parezca el futuro.
Un paisaje por el que se deambula para escapar de alguna clase de dolor, o de todos los que les aguijonean, y les sorprende que quieran dar voz a los secretos, los misteriosos compases del corazón de una mujer que sufre y un hombre que bromea sin atreverse a sufrir.
Del primer choque de gente disímil se pasará a un reconocimiento paulatino, y del placer de sentirse verdaderamente acompañado, sin bullicio ni refugio de otras voces, brotarán sorpresas, besos antiguos, besos frustrados, miedos nuevos… Dos veteranos del combate de la vida cotidiana, capaces de reconocer la dulce piel que todavía necesita de caricias impensadas. En un momento clave de la función, se recuerda a Werner Herzog, sin nombrarlo, apenas la historia “del director de cine alemán” que realizó un peregrinaje de 800 kilómetros, Múnich-París, con la misión de llegar para salvar a su admiradora. Él contaba con 32 años y había realizado unas pocas películas que solo habían sido aplaudidas por la periodista gravemente enferma (1). Esta anécdota resulta muy importante en la trama y cuando llega lo hace de tal manera que la plena identificación de los espectadores ya está resuelta.
(1) En 1974 Herzog fue desde Múnich a París, 800 kilómetros que recorrió como un acto de fe con el que evitar la muerte de su mentora, la crítica Lotte Eisner, que languidecía enferma. El sueño idealista de una aventura romántica –que no amorosa– que el alemán recogió después en Del caminar sobre hielo, un libro escrito como en un sueño alucinado lleno de poesía, de pensamientos vitales, de encuentros sorprendentes, de miedo a la soledad en mitad del camino… Y de la muerte temida que esperaba en la meta. Porque Herzog creía, quería creer, que mientras caminara su querida amiga seguiría respirando. Y, las cosas de la vida, cuando Herzog se encontró con ella la muerte le había dado una prórroga que no se cobraría hasta nueve años después. «Abra las ventanas, desde hace unos días puedo volar», le dijo Herzog nada más verla.
La propuesta se plantea feroz y delicada y la acción siempre marcha alrededor de ese hueco que el universo parece querer hacernos para que nosotros también existamos, como en una de las pinturas de Caspar David Friedrich y, sobre todo, con una extrema sinceridad emocional y vital que a todos nos incumbe. Un teatro desnudo donde se muestra lo excepcional dentro de lo cotidiano, las heridas que arrastramos y la esperanza de que, en el amor, siempre podemos volver a empezar. Isabel Ordaz
DIRECCIÓN: MARÍA RUIZ
TEXTO: GER THIJS
TRADUCCIÓN: RONALD BROUWER
INTÉRPRETES: ISABEL ORDAZ Y SANTIAGO MOLERO
DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA: ELISA SANZ
DISEÑO DE ILUMINACIÓN: FELIPE RAMOS
DISEÑO DE VESTUARIO: SOFÍA NIETO (CARMEN 17)
DISEÑO DE ESPACIO SONORO: AUGUSTO GUZMÁN
DISEÑO CARTEL: DANIEL VILAPLANA
FOTOS CARTEL: CORAL ORTIZ
DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN: EVA PANIAGUA Y JAVIER MONCADA
MERITORIO DE DIRECCIÓN Y PRODUCCIÓN: JUAN FRANCISCO GARCÍA
UNA PRODUCCIÓN DE TEATRO ESPAÑOL, NAREA PRODUCCIONES, PRODUCCIONES COME Y CALLA
TEATRO ESPAÑOL. SALA MARGARITA XIRGU. Desde 16 JUNIO a 11 JULIO 2021
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