El alumno aventajado, de Josep Roth
Por Víctor González (@chitor5)
Durante los últimos años he notado cómo Joseph Roth (bueno, su literatura, sus libros) me perseguía. Rondaba mi vida, mis lecturas, pero nunca encontraba el espacio. Quizá porque lo que siempre me encontraba de él era esa «Leyenda del santo bebedor» en alguna edición suelta, como libro individual; quizá porque necesitaba encontrar una edición como esta de Nórdica (en traducción de Alberto Gordo y Juan Andrés García), con más relatos del autor, con textos añadidos, con alguna forma más, alguna mirada diferente, con la que conocer más y mejor a este austrohúngaro que es, según José María Guelbenzu de Babelia, así no lo digo yo (porque no lo sé) todo «un seguro de lectura».
Vayamos por partes. El libro se titula El alumno aventajado. ¿Por qué? Fácil. Porque es el título de uno de los relatos de Roth, con el que se abre el libro. Aunque en realidad se abre con otra cosa, ese añadido que comentaba antes y que hace que esta edición sea aún más interesante: el prólogo de Friderike Zweig, que está sacado de la biografía completa de Stefan Zweig, y donde esta habla sobre la relación entre Zweig y Roth. Todavía no vayamos al más conocido relato de Roth, pero en este hablar de una experiencia vivida ya hay mucho del alcoholizado Roth.
Como decía, el primer relato que encontramos es «El alumno aventajado», escrito en 1916. En él nos encontramos con el hijo de un cartero, al que conoceremos bajo el nombre de Anton Wanzl. La ambición de este niño, que veremos hacerse adulto, no tiene límites. Quiere romper el techo creado en su familia y lo hace. ¿Hasta dónde? Hasta la nada. Es una ascensión hacia la bajeza más absoluta. Una subida social a la vez que una bajada moral. Esa caída la viviremos nosotros desde dentro, hasta el final. Y viéndolo en la tumba sonreiremos por la primera y última tranquilidad de Wanzl. Igual que él.
El segundo relato aquí es «Barbara», escrito en 1918. En él conocemos a la propia Barbara, que ve a su madre morir cuando ella tiene diez años, y a su padre muerto incluso en vida, ausente siempre, tan jugador que acaba perdiéndolo todo, también la vida. Barbara tendrá un hijo y entonces la mirada hacia ella misma desaparecerá, porque solo habrá ojos para él. Ella, que se sabe «incomprendida y sin comprender», que es sabedora del «dolor de una vida desperdiciada» girará, como un satélite, alrededor de su hijo. Y su hijo o no será consciente o no querrá serlo, pero por culpa de él una madre, la suya, se consumirá. Y nosotros viviremos la extinción. Él también.
Y por último, «La leyenda del santo bebedor». El relato más conocido y aplaudido y comentado y leído de Joseph Roth. Su vida en ficción, su alcoholismo en ficción, su apagón vital en ficción. Porque es este, aunque nos cuente la vida de un borracho que no para de encontrarse dinero que no es para alcohol pero siempre acaba siéndolo, es, decía, un testamento en vida, un reconocimiento de un andar solitario entre la gente, que diría Muñoz Molina, con el único acompañante fiel de la botella. Dicen que en este relato podemos ver al Roth más personal, y da pena. Y lo peor es que disfrutas esta pena. Porque no sabría decir mucho sobre eso de que Roth es un seguro de lectura, pero lo que sí puedo decir es que con mi experiencia leyéndolo es verdad que ofrece una lectura segura. Leerlo enriquece, da mucho más que lo que quita (porque solo quita tiempo y el tiempo leyendo nunca es tiempo quitado), y te ofrece calidad disfrutable. ¿Qué más pedirle a un libro? Pues aquí le puedes pedir mucho más, porque te lo da. Supongo que por eso dicen que Roth es tan bueno.
Un libro más de Joseph Roth para nuestras bibliotecas.