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First Cow (2019), de Kelly Reichardt – Crítica

Por José Luis Muñoz.

Despojemos al western de toda épica, de su estética de sombreros tejanos de ala ancha y centauros del desierto, de la violencia intrínseca al género (peleas a puñetazos en tugurios, balaceras, duelos…), de vasos de whisky deslizándose por las barras húmedas de los saloons, pianistas que se queman los labios con los cigarros mientras aporrean las teclas y bailarinas de dudosa reputación, y tendremos un film minimalista como First Cow que, en realidad, es un antiwestern más próximo al Jim Jarmusch de Dead Man (ambos comparten citas del poeta William Blake) o al cine intimista del realizador portugués Miguel Gomes que reinterpreta a lo largo de toda su filmografía los géneros cinematográficos.

Un cocinero de origen polaco, Otis “Cookie” Figowitz (John Magaro), poco amigo de peleas, y un emigrante chino llamado King Lu (Orion Lee) cruzan sus caminos en una zona remota de Oregón hacia 1820, junto a un fuerte regido por un terrateniente (impecable caracterización de Toby Jones, el único actor conocido del reparto) y emprenden un negocio de fabricación y venta de buñuelos a costa de la primera vaca, que llega como un tesoro río arriba, a la que ordeñan clandestinamente cada noche hasta que, literalmente, se descubre el pastel y de qué están hechos los que tanto éxito tienen entre los que viven en el fuerte.

Esta irónica y simpática película de la directora independiente Kelly Reichardt (Miami, 1974) sobre estos dos emprendedores y primitivos capitalistas que suman la plusvalía de su talento a su producto (la leche no es suya, la obtienen por un medio ilícito, pero el esfuerzo de ordeñar a la vaca cada noche sí está en su haber así como la fabricación de la masa y su freído), es un film tan minimalista como bello rodado buena parte de él con cámara fija, fuera de plano y elipsis.

First Cow se une así a la corriente desmitificadora del género, en las antípodas de las películas de John Ford, en la que no hay luchas épicas, los colonos parecen unos homeless por su desaliño y suciedad (algo que ya había explotado hasta la caricaturización los espagueti western) y los revólveres no hacen falta ante el poder persuasivo de unos exquisitos buñuelos.

La historia de Estados Unidos, como todo gran imperio, se forjó entre la violencia y la usurpación, pero Kelly Reichardt rehúye expresamente esos dos aspectos en First Cow. La antigua colonia británica dobló su superficie gracias al territorio arrebatado a México por la violencia y tratados ventajosos, la compra a Rusia de Alaska y la conversión de Nueva Ámsterdam en Nueva York. A sangre y fuego se domesticó un territorio salvaje e inabarcable que generó un género épico que llenó las salas de cine desde su nacimiento hasta nuestros días con un relato inamovible que empezó a cambiar cuando algunos realizadores se esforzaron en restituir la dignidad y el honor a los nativos norteamericanos, pero no todo fueron epopeyas heroicas ni valientes exploradores de gatillo fácil, y también la historia se construyó a partir de pequeñas anécdotas como las que cuenta esta directora de Florida con muy buen tino en un film tan extraño como bello y desmitificador.

Buenas son esas puntualizaciones como First Cow que ponen su foco no en unos bandidos o en unos aguerridos agentes de la ley y el orden, sino en un par de antihéroes que huyen de toda pelea, los buñuelos exquisitos que fabrican y una complaciente vaca que se deja ordeñar sin protestar en cuanto sale la luna. No todo fueron cabalgadas y luchas sin fin contra los nativos o entre ganaderos y agricultores. Michael Cimino, en la tan atrevida como ruinosa económicamente hablando La puerta del cielo, ya apuntó en otra dirección, en la importancia económica de los burdeles según avanzaba esa colonización ávida de oro pero también necesitada de mujeres en esos primeros momentos. La realizadora vuela más bajo que el director de El cazador y se sirve de dos personajes pusilánimes que trenzan una sólida amistad precisamente para mantenerse a salvo en ese ambiente hostil en el que se sumergen. El resultado es un film insólito que lanza una nueva mirada sobre una historia mil veces contada.

 

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