CríticasPoesía

«Palabras contra el silencio», de Eva Sarrias Rodríguez

Por Mario Álvarez Porro.

Una conciencia puesta en pie

   Habrá quien nos recrimine por invocar la palabra, «por el nombre terrible de las cosas», o como escribiera José Ángel Valente, quien ose a preguntar «cómo / escribir después de Auschwitz».

   Eva Sarrias Rodríguez (Isla Cristina, 1972), profesora de Lengua y Literatura en Educación Secundaria, tiene publicados los poemarios Memoria del cuerpo (2015), Isla interior (“Premio de la Fundación María del Villar Berruezo” 2016) e Islas artificiales (Accésit del “Premio Ciudad de Cáceres” 2018). En Palabras contra el silencio (colecc. raro Pegaso – Ediciones en huida, 2021), obra destacada ya en su momento por el jurado del “Premio Pilar Fernández Labrador” 2020, deja a un lado una poética de raíz simbolista e intimista para internarse en la memoria de un pasado reciente y, así, volver a nombrar una herida que cruza nuestra historia: el Holocausto. Desde una perspectiva muy personal, los poemas inician un largo viaje en una atmósfera atemporal donde las voces poéticas y las referencias históricas se entrecruzan, hasta hacernos testigos de una realidad que nos incluye. Con el propósito de dejar constancia de la necesidad de recordar los hechos y el sentimiento de impotencia e injusticia que queda cuando se silencian, se constata que las palabras cumplen una función esencial en la toma de conciencia para evitar que se repitan sucesos parecidos.

   La colección de poemas, en la que domina la silva polimétrica ante la necesidad de darle cauce libre a la voz, atiende a una estructura bipartita encuadrada por dos poemas a modo de prólogo y epílogo que lo convierten en un viaje a la conciencia del que no se regresa. Un viaje desde nuestro lado del muro, nuestro lado del tiempo, en el que se nos pone en situación por medio de una cita de Elie Wiesel: «Usted, que nunca vivió bajo un cielo de sangre, nunca sabrá cómo era». Por eso mismo, se nos introduce A ESTE LADO DEL MURO con un poema-prólogo con el que «asumir como herencia la derrota«, y así:

A este lado del muro, testigos de la historia
pediremos permiso
para poder alzar la voz contra el silencio,
con palabras cargadas de vergüenza
y esperanza.

   Tras ello, procederemos a iniciar EL LARGO VIAJE, título de la primera parte con la que se nos acerca al origen del horror, que hoy ya tan sólo reside en los objetos dejados atrás por aquellos que desaparecieron (EL ALMA EN LOS OBJETOS): «He mirado de cerca / el horror de la guerra en los objetos / expuestos en vitrinas».

   A continuación, subiremos a los trenes del Holocausto en la composición homónima a esta parte (EL LARGO VIAJE) para asistir como un pasajero más a este viaje al infierno: «Hacinados, inmóviles, unos sobre los otros, / cadáveres futuros / en medio de este sueño en la penumbra».

   Como se nos indicará en otro poema, somos los ELEGIDOS, en alusión directa al pueblo israelita, y «ahora estamos solos». Ya no hay Nadie con nosotros, y sólo se nos reconocerá por el número de la bestia, así en ADVERTENCIA: «Este número anuncia el final de tu nombre, / te reduce a la marca / que igualará al esclavo y al ganado».

   Para al final, hacernos astillas al fondo del foso «como árboles heridos / a los pies / de la tierra» y «ajenos a la muerte, / mutaremos en ángeles / de humo» (HUMO). Es por ello, que (LIBERACIÓN): «No bastarán palabras / para hablar del dolor que parte los recuerdos, / se romperá en los labios cada historia».

   Terminada la visita al otro lado del muro, regresamos en su segunda parte, MEMORIA HERIDA, a este lado del tiempo, de la historia, donde «el vacío oprime la garganta» (VACÍO DE LA MEMORIA) porque «llevamos algo roto en las entrañas, una fosa común en tierra ajena» (SUPERVIVIENTES). Y es que tras este despertar a la conciencia, ya no es posible el silencio (REGRESAR AL SILENCIO): «En el hueco / de todas las palabras silenciadas / habitan las razones de la angustia».

   Se hace, por tanto, más necesaria que nunca la palabra (PALABRAS NECESARIAS), pero no cualquier palabra, sino aquella de raíz poética, aquella capaz de denunciar la realidad, pues lleva en su esencia la verdad con la que «levantar testimonio verso a verso» (TESTIGOS).

   Para finalizar, cerraremos este proceso hacia una conciencia plena reivindicando la memoria escrita, por medio de una alusión directa al Diario de Ana Frank, como prevención del horror humano en el poema-epílogo homónimo al libro: «Vuelven a la memoria / las palabras escritas en la casa de atrás / contra el silencio».

   Es manifiesta la indudable importancia que adquieren las fuentes de las que bebe Eva Sarrias Rodríguez, comenzando por la de los autores y autoras judíos que sufrieron directamente, en cuerpo y alma, la tragedia, y que, tras sobrevivir, se propusieron dar a conocer al mundo aquellos hechos por los que quedaron marcados de por vida. A lo largo del libro encontramos como ejemplo citas de Primo Levi, Elie Wiesel, Gertrud Kolmar, Rose Ausländer o Nelly Sachs. Sin embargo, una fuente primordial para la composición del conjunto poético será el Diario de Ana Frank. A esto, se añadirán las abundantes referencias a lugares visitados por la misma autora tales como el campo de concentración de Sachsenhausen; diferentes memoriales como la estatua cubista titulada La ciudad destruida de Rotterdam (diseñada por el escultor judío de origen ruso Ossip Zadkine que vivió los sucesos de la guerra) que representa un hombre sin corazón, como alegoría de la pérdida del propio corazón de la ciudad, arrasada tras los bombardeos nazis. También hay referencias a exposiciones o al Museo judío de Berlín (donde se encuentra la instalación Hojas caídas o el Jardín del exilio que inspiraron algunos de los poemas por el impacto que le causaron), diseñado para representar las tensiones de la historia judío-alemana.

   En cuanto a las influencias literarias, se intuye ,como una de las más importantes, la propia poesía de posguerra española, donde sobresalen autores como León Felipe, Blas de Otero o Dámaso Alonso. Todo ello da fundamento a una poética donde se persigue «agitar las conciencias» como dijera Miguel de Unamuno. Y para conseguirlo, la autora despliega un oportuno dominio del poema en verso libre, en concreto de la silva polimétrica con un predominio del ritmo endecasilábico, otorgándole a cada composición una libertad necesaria para dar rienda suelta a la palabra poética, revelando la realidad y denunciándola. El poeta se convierte así en testigo y conciencia no ya de su tiempo, sino en el tiempo, o como diría Vicente Aleixandre, «una conciencia puesta en pie hasta el fin«.

   Palabras contra el silencio no es sólo otro poemario que incluir dentro de la llamada renovada conciencia social, sino una obra que da un paso más allá, lo propio de un espíritu preocupado por los grandes males que afectan a la humanidad. Enfrentarse a la realidad, la de cualquier tiempo, es un imperativo desde una sensibilidad nueva y matizada. Una poesía no más comprometida pero sí más solidaria, una conciencia de la humanidad más crítica contra el desencanto y la desesperanza que genera la propia humanidad. Porque, regresando a Valente: «y después de Auschwitz / y después de Hiroshima, cómo no escribir».

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