Señora de rojo sobre fondo gris: de cómo aligerar la pesadumbre de vivir

Por Mariano Velasco

La frase se repite varias veces en el texto de Miguel Delibes a la hora de describir al personaje ausente: una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir. Ochenta y cinco minutos tiene por delante un insuperable José Sacristán para narrarnos, susurrarnos, matizarnos, gritarnos, llorarnos —y todo lo que haga falta— esta rotunda afirmación. Cómo era y qué sentía su personaje por esa mujer, ahora muerta, pero que entonces, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre de vivir.

Señora de rojo sobre fondo gris llega de nuevo al Teatro Bellas Artes de Madrid en un sobrio pero muy efectivo montaje de José Sámano que deja en manos de José Sacristán el monólogo que es en sí el texto original de Miguel Delibes, sin duda su obra más autobiográfica, solo «suavizado» con un par de breves intervenciones en off de la finada. Y créanme si les digo que en realidad no es necesario suavizar nada de nada en esta maravilla de texto, de interpretación y de espectáculo, en el que parecería que Delibes le hubiera dicho a Sacristán: «Pepe, ahí tienes mi texto más íntimo y personal. Lo pongo en tus manos, que de ti me fío».

Se trata, como es habitual en la obra de Delibes, de un relato sencillo y sin exceso de ornamentación, que nos habla de asuntos tan humanos como el dolor, la pena, la ausencia y, en definitiva, la supervivencia. A través del monólogo del protagonista, nos adentramos en la intimidad de una familia que diríamos de lo más normal, con la única excepcionalidad, eso sí, de sufrir a una hija en la cárcel, lo cual sirve sobre todo para dotar de contexto al relato: la España de 1975 en la que el régimen franquista daba sus últimos coletazos.

Él, Nicolás, es un pintor sumido en una crisis creativa desde que su mujer enfermó. Y ella, Ana, una mujer delicada, cercana, culta, bella, inteligente, brillante en definitiva y que, ya lo sabemos, era capaz de aligerar la pesadumbre de vivir. Pese al cambio de nombres y de oficio del protagonista, las referencias a la biografía de Delibes son continuas. Ya la famosa frase que tan bien define a la mujer ausente está extraída del discurso de Julián Marías para el ingreso de Delibes en la RAE: No se puede entender la vida de Miguel Delibes sin la presencia constante de esa alegría serena a la que solíamos llamar Ángeles. Esa mujer, maternal y niña a la vez, que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir.

Que el texto esté escrito como un monólogo y que así se mantenga en la versión teatral resulta al final un inteligente recurso que nos obliga a aceptar, y no nos da opción, la idealizada visión de esa mujer que nos ofrece el apesadumbrado viudo, sometida en consecuencia al mágico, y a veces distorsionante, filtro del amor. Así es el personaje de Ana y así, era, con toda seguridad, Ángeles de Castro para Miguel Delibes.

Señora de rojo… es también, además de toda una retahíla de sentimientos, un crudo y realista relato de la enfermedad y de su consecuencia final: la muerte. De cómo en muchos casos el abrumador poderío de esta es lo único capaz de acabar con la felicidad. Porque pese a la tónica general de tristeza, el texto nos habla también de eso, de felicidad. De esa felicidad absoluta que para Nicolás era permanecer sentado, en silencio, frente  a su mujer, llenos de vida todavía los dos:

Nos bastaba mirarnos y sabernos. Nada importaban los silencios, el tedio de las primeras horas de la tarde. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad.

El texto está salpicado también de anécdotas entrañables que Nicolás narra derrochando cariño y admiración, como cuando cuenta que ella tenía el don de ir pasando de invitado a invitado en las fiestas sin dejar plantado a ninguno mientras que él se enganchaba al primero que lo abordaba, el más pesado por lo general, y no encontraba manera de escabullirse. O cuando se subía al bus sin dinero y todos los pasajeros se mostraban dispuestos a pagarle el billete. O como cuando se ataba un hilo al dedo para acordarse de que estaba enfadada con él… Y pese a que sabemos cómo termina todo, esos momentos de felicidad tan dulcemente narrados nos hacen ilusionarnos, tontos de nosotros, con algún atisbo de esperanza, con que aquello pudiera incluso tenernos reservado un inesperado final feliz.

Pero entonces… A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, la descubrí con el rostro asimétrico. Bajé la vista, creyendo que se trataba de una alucinación, pero al levantarla de nuevo, la visión se confirmó: no era una alucinación. Su ojo derecho parpadeaba, en tanto el izquierdo se mantenía inmóvil, hueco, insondable. Es, tal vez, el momento definitivo, cuando Delibes/Nicolás/Sacristán, y también nosotros, nos damos cuenta de que no hay nada que hacer: La amarga impresión de que lo que había visto a través de su pupila estancada era la sombra de la muerte.

Miguel Delibes (Valladolid 1920-2010).

Con todo, no resulta del todo aventurado advertir que el magistral y hábil narrador que fue Delibes sí que nos tiene reservado un inesperado giro final, no tanto en el propio devenir del relato como en la naturaleza del mismo en sí. Porque su habilidad narrativa, su sensibilidad literaria y, en definitiva, su sinceridad, hacen que acabemos dándonos cuenta de que no, de que la muerte que Sacristán ve en la cara de su mujer no es tan poderosa e invencible como nos la pintan. Que los seres humanos, cuando hemos amado, guardamos un as en la manga y poseemos un remedio infalible contra la presuntuosa parca y para afrontar los terribles días de soledad que están por venir.

Se trata de los recuerdos, o mejor, del relato de ellos. Del arte de escribir y de la grandeza de la literatura que, como tan bien sabía hacer aquella señora de rojo sobre fondo gris, también es capaz de aligerar, en los peores momentos, la pesadumbre de vivir.

Adaptación: José Sámano, José Sacristán e Inés Camiña
Director Técnico: Manuel Fuster
Técnico de iluminación/sonido: Manuel Fuster y Jesús Díaz Cortés
Gerente Compañía / Sastra: Nerea Berdonces
Maquinista / Regidor: Juan José Andreu
Ayudante de Producción: Pilar López “Pipi”
Secretaria de Producción: Pilar Velasco
Coordinadora de producción: Cristina Lobeto
Administración: Eli Zapata
Voz de Ana: Mercedes Sampietro
Autor cuadro: Eduardo García Benito
Ayudante de dirección: Inés Camiña
Sonido: Mariano García
Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huerta
Diseño de escenografía: Arturo Martín Burgos

Diseño de Iluminación: Manuel Fuster
Directora de producción: Nur Levi
Producido y dirigido por: José Sámano

Una producción de: Sabre Producciones, Pentación Espectáculos, TalyCual y AGM

Teatro Bellas Artes de Madrid. Hasta el 27 de junio

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