Niños indefensos, crímenes y psicópatas en «El hombre almohada»
Por Horacio Otheguy Riveira
En el Reino Unido de Gran Bretaña se encuentra la mayor dedicación europea, y tal vez mundial a los delitos de sangre más abyectos, no porque tenga la exclusiva en estos sucesos, sino por el talento para sacarle un enorme partido artístico, especialmente en la literatura y en el cine, incluidas series de peso. En el teatro circula el tema de manera singular, de hecho, La ratonera, de Agatha Christie se ha representado en Londres durante 67 años de manera ininterrumpida; obras de Susan Hill como La mujer de negro, ya es longeva mundialmente, y piezas de Anthony y Peter Shaffer se reponen asiduamente como, por ejemplo, Equus, sobre la base real del estudio psiquiátrico de un adolescente que dejó ciegos a los caballos que le vieron en su primera relación sexual.
El tema de los niños maltratados por adultos en ambiente familiar se ha transitado especialmente en la novela y el cine, en algún caso con planteamiento de autoficciones, como sucedió con el debut en la dirección del actor Tim Roth en La zona oscura, 1999, donde retrató el pertinaz abuso de un hombre hacia su hija adolescente, y el novelista Edward St. Aubyn que reflejó muy directamente su propio tormento con padres sádicos en cinco obras breves editadas en castellano en un solo volumen; los cinco títulos fueron adaptados para televisión en cinco durísimos capítulos al borde de lo insoportable, dado el sufrimiento del niño y del hombre torturado en que se convierte con el tiempo: Patrick Melrose (editado por Random House y miniserie con Benedict Cumberbatch, actualmente en Movistar).
Cuentos con crímenes crueles
Martin McDonagh estrenó El hombre almohada en 2003. Es una pena que un autor con demostrado talento (estrenadas en Madrid: La reina de belleza de Leenane y El cojo de Inishmaan) haya sacado adelante un material tan pobre con más apariencia que contenido sustancial. Y además, dado el tema altamente morboso, ha tenido un éxito mundial considerable, a mi parecer solo justificado por ver a buenos profesionales metidos en camisa de once varas para sacar adelante un material que más parece un complejo borrador que una obra acabada, un quiero y no puedo bañado en convencionales trucos de psicothriller, aderezados de ambiciosos planteamientos.
Una escritora de unos 400 cuentos (de los que solo publicó uno en un periódico) —donde prevalecen historias de menores torturados— es detenida por dos policías convencidos de que ella y su hermano discapacitado mataron a tres niños según las pautas de sus relatos. El escenario se convierte en su encierro, y en el encierro escucharemos varios de esos cuentos, algunos representados simultáneamente con máscaras… para ir desvelando comportamientos y emociones que los cuatro personajes tienen en común.
Sin duda, la propuesta es sumamente atractiva, pero se empobrece con el modo en que el autor se regocija en los relatos terroríficos —con muy pocas situaciones dramáticas interesantes—. Además se habla demasiado entre acciones repetitivas, incluso los propios relatos se vuelven cargantes y los personajes no crecen en escena, se regodean en sus taras. A trancas y barrancas circula un conflicto que cuando se resuelve lo hace como en una película del montón, una serie b de psicokillers en la que uno de los personajes termina diciendo —en un presunto alarde de filosofía existencial— que «Este mundo es una puta mierda».
Se esgrimen tópicos muy gruesos en los cuatro, a cual más psicópata, y se suman patologías con otros que están fuera de escena; se agitan sus perfiles con tenebrosas áreas emocionales y el conjunto avanza poco y mal a lo largo de dos horas y media: un pesado primer acto con muy potente tramo final, y un segundo acto resuelto con un par de golpes de efecto que dan vergüenza ajena, pues choca que se haya retorcido el tema de por sí truculento para resolverlo con elementos sorpresa demasiado obvios, cargados de mensaje dulce y apocalíptico a la vez.
Resultan admirables la música y el espacio sonoro creados por Luis Miguel Cobo: sonidos angustiosos en justa medida y leves melodías que acompañan tiernamente relatos horrendos; con ello alivia la tensión de los espectadores y sugiere buen mar de fondo. Esta creatividad y el esfuerzo de director e intérpretes convierten en función interesante un texto que da muy poco de sí, a mitad de camino entre el clásico terror gótico y el deseo de ir más allá en la oscura dinámica de la creación literaria y la imaginación de los lectores…
EL HOMBRE ALMOHADA
Dirección y adaptación: David Serrano
Diseño de iluminación: Juan Gómez Cornejo (A. A. I.)
Diseño de escenografía y máscaras: Ricardo Sánchez Cuerda
Vestuario: Yaiza Pinillos
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Audiovisuales: Emilio Valenzuela (A. A. I.)
Ayudante de dirección: Nacho Redondo
Movimiento escénico: Carla Diego Luque
Diseño cartel: Carmen García Huerta
Fotografías promoción y cartel: Javier Naval
Fotografías de función: Elena C. Graiño
Producción ejecutiva: Lola Graiño
Dirección de producción: Ana Jelín
Producción General: Producciones Teatrales Contemporáneas, S.L.
Coproducción de: Produciones Abu, Teatros del Canal, Milonga Producciones, Vértigo Tours, Som Produce, Gosua, Teatro Picadero, Anexa.
TEATROS DEL CANAL. SALA VERDE. DEL 21 DE MAYO AL 20 DE JUNIO 2021