‘Contra la España vacía’, de Sergio del Molino
Contra la España vacía
Sergio del Molino
Alfaguara
Barcelona, 2021
278 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Creamos una paradoja si afirmamos que un debate no existe y a continuación exponemos las razones que nos llevaron a tal conclusión. De no existir ese debate, no existirían los motivos que empujaron al razonamiento. Creamos una paradoja si suponemos que cierta etapa histórica no ha influido en la situación actual, pero nuestro análisis se cimenta en una historia que no puede obviar ninguna etapa. Ese recurso, la creación de paradojas, es una de las especialidades de Sergio del Molino (Madrid, 1979) en tanto que ensayista. Ahora recurre a ellas para reaccionar ante las reacciones que provocó su libro La España vacía. Recurre a las paradojas y recurre al ingenio, a un estilo depuradísimo y eficaz, y a esa erudición que abandona el avispero en que se puede convertir una cabeza para demostrar que un intelectual bien tallado sabe destilar cada dato que va entrando en la biblioteca de la memoria.
“Dónde vivir es una cuestión que lleva implícita cómo vivir”, explica, para aclarar que ambas preguntas articulan el libro “que se interroga por el país que habitamos, por el campo y la urbe, y por la ciudad de provincias como expresión media de la polis ideal”. “Cuando todo se reduce a una elección libre, no cabe discusión”, señala, porque las respuestas que se nos han ido entregando, que corresponden, a su juicio, a un liberalismo bisoño y radical, son simples y hacen perder su sentido hasta a los movimientos sociales. Pero, ¿quién es la persona que así opina? Sergio del Molino comienza por exponerse, por dar salida a una confesión de carácter social y político, la de un demócrata liberal, que nos ubicará a la hora de interpretar el texto que vendrá a continuación, y nos ayudará a encuadrarlo como sensato y no como polémico –“una democracia liberal es tanto más fuerte cuanto más débil es su política. O, mejor dicho, su fortaleza es mayor en la medida en que la discusión política no desplaza a las demás discusiones”-. Del Molino ejecuta con tono afable y humorístico las presentaciones, riéndose de uno mismo, sin caer en la versión de la vanagloria que se esconde muchas veces tras ese tipo de burla. Da por bueno el invento del Estado moderno, que explicará cómo surge y sus más importantes trazas (o virtudes): “Un militante comunista tiene una noción muy clara del mundo en el que le gustaría vivir, como la tiene un liberal o un conservador. En una democracia, todos rebajan sus expectativas para adaptarlas a los límites de la polis (…). La oposición se lo pondrá difícil e intentará abortar sus proyectos, y tanto unos como otros fracasarán, porque el fracaso continuo es el triunfo de la democracia”, sostiene, haciéndose fuerte en la aporía.
En ese sentido, durante la lectura uno no cesa de preguntarse cómo encuadrar a Sergio del Molino en la línea de los pensadores. No queriendo ser un reduccionista, el lector recuerda la taxonomía básica que ideó Umberto Eco: apocalípticos e integrados. Del Molino nos va pareciendo un integrado, porque no exhibe melancolía ni expone rabia, porque confía en que estamos en un buen sendero y al menos no se han abandonado todas las trazas de humanidad que funcionan como lastre a la hora de ralentizar el progreso fracasado, y como oxígeno a la hora de poner en marcha proyectos en los que involucrarse. En realidad, lo que cimenta en este libro son los principios para un discurso que de pie a una dialéctica en la que entendernos, y eso es bastante revolucionario:
“Para Diamond, el paso de la sociedad de cazadores-recolectores a la sociedad sedentaria, compleja y organizada en Estados supone el tránsito de la igualdad a la cleptocracia. Todas las civilizaciones se basan en la usurpación, el dominio de una élite sobre un pueblo explotado, de tal modo que nunca ha habido diferencia alguna entre democracias y tiranías. Si acaso, la distinción es de grado, no de concepto”.
El afán por el tono de conversación, y este libro, más que nunca, da pie a una conversación entre el lector y el autor, se muestra en cómo va definiendo y nos incita a cuestionar leyendas que se imponen en el acerbo social contemporáneo, desde la definición de populismo (que sacará de este ámbito a muchos de los que descalificamos con este término) a la de nacionalismo, desde los hijos de Walden y Thoreau hasta el orgullo de una España inundada por términos como Apple, Champions League o Ikea. Uno se atreve a calificar este ensayo como realista. Al mismo tiempo, y sin que desmerezca a todo lo que podemos disfrutar de él, a su originalidad, a su atrevimiento, no podemos evitar recordar, cada vez que recobra un tono de elogio a la civilización, aquello que sostenía W.H. Auden, un asunto que no está en las intenciones del autor abordar aquí, pero sí en las del lector tenerlo en cuenta durante cada minuto de vida: ninguna cultura es mejor que sus bosques.