‘Ecocéntrico’, de Vicente Núñez
JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.
Nada locales, los escritos del poeta aguilarense Vicente Núñez (1926 – 2002) se concentran en su peculiar cosmología. Sus patrones ecológicamente pulcros abundan en lo universal para individualizar lo terrenal, asocian el destino humano al vegetal. Comparten las orgánicas exégesis de Palabras como árboles (Fundación VN, CEP Priego-Montilla, Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera, Córdoba, 2020) naturales puntos de enfoque, basados en sólidas creencias ecológicas, respaldadas por la escritura consustancial al añorado pensador español.
“Leer [a Núñez] es arribar a otro ámbito, otra galaxia”, sostiene la poeta española Juana Castro. Bioético un discurso biodiverso que, según la Premio de la Crítica 2010, “nos transmite la emoción de su emoción”, cuyas formas, apegadas al romántico desarreglo, “cambian nuestro imaginario y, por tanto, también nuestra realidad”. Reivindica Rafael Gómez Gago el acto de leer una poesía medioambiental “donde el juego enreda lo festivo y simbólico”, una literatura que, al negociar relaciones entre persona y lugar, “divisa un idealismo utópico de felicidad”.
Se empeña el académico en consignar los florecimientos de un credo donde “el triunfo es vivir, estar en contra de la poesía que nos aparta de la vida y la aventura”. A su vez, se recrea la crítica y profesora Beatriz Martínez Serrano en la esperanza articulada que rezuman los Himnos a los árboles (1989), “la fusión con la naturaleza, la pertenencia al reino de los seres arbóreos y el logro de la esencia del ser”. Sauces, olivos o encinas, “personificados como hablantes líricos, lamentan ser despojados de sus atributos”, en opinión de la ganadora del III Premio de Investigación Poética ‘Pablo García Baena’, señales de advertencia del “sujeto lírico [que] expresa su anhelo de fundirse con la naturaleza en una especie de retorno al origen”.
Al hundir sus raíces en el terreno de sus particularidades, la lírica de Núñez se nutre, según la investigadora andaluza Leonor María Martínez Serrano, de “la contemplación metafísica de altos vuelos” que perpetúa los usos del ecosistema, los habita con relaciones renovadas, los hurta al predominio del ego, “manifestación de una mente superior que todo lo impregna, ubicua y discernible en cuanto existe”. Obvias sus preocupaciones por el hábitat, concluye la erudita, “su creciente presencia en una poesía que contempla a los robles, abetos o cedros con mirada amable y cómplice, los abraza con todo su ser, y los traspone a la página y a la voz en forma de poemas enhebrados con palabras como árboles”.