Pensamiento

La erosión, de Antoni Martí Monterde

La erosión

Antoni Martí Monterde

Editorial Minúscula

Barcelona 2021   317 páginas

 

    ÉPICA DEL VIAJERO

 

Por Íñigo Linaje

 

Más que para hacer turismo, uno viaja muchas veces para extraviarse, para encontrarse, para saber más de sí mismo. Según Jorge Bustos, viajamos para volver de nuestro destino con una prueba de cargo contra aquel que éramos antes de nuestra partida. “Cierro la puerta de casa deseando que cicatrice. Me voy lejos para poder estar cerca de mí”, anota Antoni Martí en las primeras páginas de La erosión, el libro que editó en catalán hace veinte años y que acaba de publicar en castellano -en versión firmada por el propio autor- la editorial Minúscula.

La erosión es el diario de un viaje que el escritor realizó a Argentina -en dos etapas distintas- en 1996 y 1998. Pero también es el diálogo fértil con otros ilustres viajeros o expatriados: desde Santiago Rusiñol hasta Josep Pla pasando por Julio Camba o Gómez de la Serna. “Buenos Aires es la ciudad del mundo donde más gente desesperanzada ha ido a parar durante el siglo XX, y ha podido poner en marcha una nueva esperanza sobre la derrota”, escribe Martí cuando llega a la ciudad. Witold Gombrowicz anotó esta frase los primeros días de su exilio en Sudamérica: “…de pronto yo, en la Argentina, absolutamente solo, cortado, perdido, anónimo”.

El libro, que a menudo toma la complexión de un dietario, también de crónica histórica e incluso de ensayo, es un fresco misceláneo donde la mirada de Monterde -siempre curiosa e indagadora- es un imán poderoso que pone su objetivo en una geografía tan atractiva en sus iconos más suntuosos como en los más insignificantes. Y es que el escritor valenciano, un enamorado de las estaciones de paso y de su particular mundo de ayer, fija su atención en la arquitectura de la ciudad, pero, sobre todo, en elementos urbanos que, con el paso del tiempo, han experimentado una notable decadencia.

De esta manera, nuestro flaneur solitario no pasea por Rosario buscando los lugares estratégicos señalados en los mapas turísticos, sino dejando que el cuerpo de la metrópoli le sorprenda en sus vagabundeos. Así, al doblar una esquina cualquiera o al llegar al final de una avenida encontrará una estación de tren, una librería o una antigua biblioteca. Y, por supuesto, se refugiará en esas guaridas anónimas que eran antaño los cafés. Unos establecimientos -que nombra con mayúscula- desde cuyo interior puede pararse a contemplar la vida a través de una ventana. O leer tranquilamente un periódico. Y pensar. Y escribir.

“Al entrar en un Café argentino siempre encuentras a alguien escribiendo. Porque estos Cafés son todavía lugares donde quedarse, concebidos para la tertulia. Y para estar solo; para aprender a estar solo”. Antoni Martí Monterde encuentra en ellos lo que ya no encuentra en los de su ciudad natal o en los de Barcelona, donde vive ahora: simples lugares de tránsito convertidos en parada para turistas y desprovistos de intimidad y silencio. Unos locales que han cedido -como otros que mantenían cierto halo de pureza- a la especulación y a la voracidad urbanística, a los intereses del capitalismo más feroz y desalmado.

Página a página, los fragmentos que conforman La erosión van ahondando en una de las preocupaciones cardinales del libro: la soledad del creador y la del hombre moderno. Y, por otro lado, en el estudio del género por antonomasia del yo: el diario íntimo, que es, al fin y al cabo, el que practica el autor en esta obra poliédrica que, gracias a sus diversos ensamblajes narrativos, adquiere múltiples formas y resonancias. Mientras Monterde redacta la conferencia que tiene que pronunciar en una universidad de la ciudad, teoriza de esta manera sobre la expresión de la intimidad: “Si lo íntimo es aquello que tiene de incomunicable la experiencia individual, el lenguaje ha de ser de su misma naturaleza; por tanto, el acto de expresar la intimidad resulta una manera de explorarla, y esta exploración no cuenta con leyes, ni normas, ni preceptos”.

De la misma forma que el escritor anota ideas al azar para su conferencia, el conjunto del libro está trufado de aforismos y pensamientos, de pequeñas reflexiones de corte filosófico que acercan al texto los postulados de Barthes y Blanchot. También de poemas, notas a pie de página y referencias de los libros que compra -como buen bibliófilo- en las librerías de viejo de la ciudad. Así, La erosión, además de conformar un excelente cuaderno de bitácora lleno de confluencias y hallazgos, terminará convirtiéndose en una crónica autobiográfica del protagonista, donde fragmento a fragmento irá desvelando notas puntuales de su historia personal: un itinerario vital que esconde recuerdos y evocaciones y que configura un doble retrato moral e intelectual.

Hay en estas páginas una exaltación de la decadencia de un mundo -no lejano en el tiempo- que convierte este relato en elegía y en canto a la vez. Hay una desolación soterrada en los apuntes de esta travesía, una épica de la derrota y el fracaso (“Desde la calle del atardecer veo la mesa de la mañana, deshabitada”, escribirá Monterde), pero al mismo tiempo hay una perseverante curiosidad, una voluntad de seguir observando el mundo con los ojos ávidos del asombro. Al final de su estadía en Argentina, después de tantas visitas y adioses a otras ciudades, Antoni Martí escribe: quien decide irse una vez anticipa la posibilidad de irse en cualquier momento de todas partes. Porque la vida es imposible en cualquier sitio, y quien ya no tiene patria -dice parafraseando a Adorno- encuentra en la escritura su lugar de residencia.

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