Meendiño en la isla de San Simón
Por Antonio Costa Gómez.
Hace unos días el poeta Anxo Pastor iba en tren desde Vilagarcía hasta Vigo y, en mitad de la ría de Vigo, vio la isla de San Simón. Tuvo una iluminación secreta, de esas que vienen con pies de paloma como decía Nietzsche. Y le hizo una foto a la isla.
Nadie puede olvidar que en ese islote solitario se sitúa uno de los poemas más fascinantes de la literatura de la Edad Media. El juglar del siglo XIII Meendiño fue la gloria secreta de mis estudios de Filología en Compostela. En un poema habla por la boca de una muchacha que espera en la isla de San Simón a su amado y no llega.
Por allí los piratas hundieron un día la flota de Indias que venía a España con el mayor tesoro del mundo. Por allí emergió en la novela de Julio Verne el submarino Nautilus. Por allí estuvieron los templarios. Pero a mí me importa el juglar Meendiño.
La chica espera en el islote y el amigo no viene. Y las olas van subiendo y la alejan de la tierra firme. Lo traduzco al castellano como puedo: “Estaba yo en la ermita de San Simón/ y me cercaron las ondas que grandes son. / Y yo esperando a mi amigo”. Es la esencia profunda de la saudade, que no tiene nada que ver con la morriña. La morriña es nostalgia de tu tierra, de tu pueblo, la saudade es nostalgia de no sabes qué. Se ha estudiado tanto. Para Ramón Piñeiro es el sentimiento de singularidad ontológica, de estar desgajado de todo. Y también la libertad inasible de cada uno. Para Rosalía de Castro será estar perdido en el infinito misterio de la vida.
Lo traduzco como puedo: “No tengo barquero ni sé remar: / Moriré hermosa en el alto mar. / Y yo esperando a mi amigo”. La soledad de una muchacha que se vuelve tan consciente de sí misma en medio del mar. Que sabe que es hermosa pero morirá sola. Porque el amigo no viene. Porque nunca viene lo que se espera.