Irene Némirovsky, narradora infatigable asesinada por los nazis
Por Horacio Otheguy Riveira
Narradora infatigable, siempre al borde de diversos abismos, fallecida en un campo de concentración nazi, pero muy viva desde que sus hijas descubrieran textos y brillantes editores se ocuparan de publicarlos para entusiasmo de críticos y lectores en numerosas lenguas. También llevada al cine parte de su obra, el caso de Irene Némirovsky impresiona por su enorme talento desde muy joven, y por su capacidad de lucha para no renunciar jamás a su pasión de contar historias de gente en conflicto con guerras, persecuciones, obsesión por el dinero y por la renuncia a los placeres para mantenerse en pie, aunque el placer infinito de amar y escribir nunca la abandonó.
Serena escritura, momento a momento, como si fuera una chica judía en un ambiente culto y liberal donde el desasosiego en la soledad adolescente encuentra en los libros leídos y escritos una liberación que la acompañará siempre.
Desde la primera obra hasta la última con fecha imprecisa, descubierta por una de sus hijas muchos años después de muerta, las creaciones de Irene Némirovsky (Kiev, Ucrania 1903-Auschwitz, Polonia, 1942) tienen un caudal de sorprendentes vicisitudes extraliterarias, algunas muy dramáticas, hasta alcanzar un final desesperante, pero ese contraste frente a sus historias minadas de conflictos serenamente relatados, pacientemente observados, con personajes retratados con gran conocimiento de causa, es mucho más, acaso el motor por el que su existencia de escritora fue acelerando sin mirar atrás: la vida y las palabras escritas que no ceden nunca, siempre encontrando un momento para unirlas y contar historias. Hasta que un campo de concentración alemán acabó con toda posibilidad. Aparente, claro. Porque la edición de obras póstumas ha hecho que su aliento siga presente y nos maraville sencilla, serenamente.
La hija de un banquero ruso se exilia en París, tras la revolución bolchevique. La madre es una burguesa obsesionada con la pérdida de juventud, de gigoló en gigoló, sin interés por su hija que le recuerda con solo mirarla que le ha deformado el cuerpo. El “homenaje” a este personaje tan sórdido y tan clave en su vida, se brinda en El baile, una novela breve donde una niña logra una ejemplar venganza hacia su madre.
Respecto a la vida de la gente adinerada que rodeaba a su padre escribió otra novela breve en la que no confiaba pero maravilló a un editor: David Golder. El abrumador ambiente de dinero, dinero, dinero la llevó a despreciar esos ambientes judíos, a tal punto que algunos la consideraron antisemita, sobre todo cuando, tras la ocupación alemana, ella y su marido se convirtieron al cristianismo, bautizando a sus hijas. Esto no le sirvió porque ignoraban que los nazis detestaban las conversiones.
Una existencia muy dura aliviada por la camaradería con su marido Michel Epstein, quien al enterarse de la detención de su esposa escribió al mariscal Petain, ofreciéndose a ir a Auschwitz en lugar de ella. No tardaron en detenerle a él también. Las pequeñas hijas fueron escondidas por una maestra del colegio en cuanto supo lo que había sucedido. Se las buscó intensamente para destruirlas en el mismo Campo. Así comenzó la itinerante historia de Denise y Elisabeth.
Denise Epstein (Francia, 1929-2013), atesoró durante años el manuscrito de Suite Francesa, la última obra de su madre, deportada y asesinada por los nazis, . Ella y su hermana pequeña Elisabeth la llevaron en una maleta con otros recuerdos familiares, durante su estancia de refugio en refugio en la Francia ocupada. En 2005, después de que Denise se atreviera a leerla y la transcribiera con «enorme paciencia y dolor», la novela se ha convertido en un acontecimiento literario mundial.
Desgraciada o felizmente, tengo muchos recuerdos, y muy nítidos. Puedo asegurar que Haber sobrevivido no es un regalo. Se siente culpa. Publicar Suite francesa me ha servido para desculpabilizarme por haber sobrevivido.
Por su parte, Elisabeth Gille publicó dos obras antes de morir en 1996 a los 59 años: una biografía sobre su madre El mirador (En España, titulada simplemente Irene Némirovsky) y Un paisaje de cenizas, novela histórica con referencia a la tragedia de la Francia ocupada y la de sus propios padres deportados a Auschwitz; tiene especial interés el retrato de los años vividos junto a su hermana Denise.
Elisabeth Gille se dedicó profesionalmente a la escritura y la literatura. Fue traductora de novelas de ciencia ficción anglosajonas al francés, directora del departamento de literatura extranjera de la editorial Flammarion, editora literaria de Éditions Julliard y de Rivages.
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(…) La señora Pain se dejó invadir por un ligero sueño, y de pronto, se encontró en un lugar desconocido en el que veía acercarse a Thérèse. Ella rodeaba con los brazos a su nieta, le acariciaba la cara y le hablaba… ¡Con qué sabiduría le hablaba! Le explicaba el presente. Le revelaba el futuro. La cogía de la mano y caminaban por grandes campos en los que ardían hogueras. «¿Ves? —le decía—. Son los fuegos de otoño. Purifican la tierra; la preparan para las nuevas semillas . Vosotros aún sois jóvenes. Esos grandes fuegos aún no han ardido en vuestra vidas. Pero se encenderán. y devorarán muchas cosas. Ya lo veréis, ya lo veréis…».
Se despertó. Ya apenas recordaba el sueño, que sin embargo le había dejado una especie de prisa. «¡Sí, tengo que decírselo cuanto antes a Thérèse —pensaba—. No me queda tiempo. A los hijos nunca se les habla. Tengo que darme prisa…».
Luego volvió a sumirse en una semiinconsciencia, de la que emergió para ver a Thérèse a la cabecera de su cama poniéndole compresas frías y diciéndole a alguien: Ha tenido un ataque.
Un ataque… ¡Qué tontería! —pensó la anciana—. (…) Indicó con señas que quería hablar. La hicieron callar. Por lo demás, a sus labios acudían tantas recomendaciones, descubría en su interior tantos tesoros de experiencia que habría querido transmitir a sus descendientes… Que había que destetar pronto a Colette, porque estaba agotando a su madre; que el pequeño Yves era muy inteligente, que pensaba mucho, que no había que decir nada delante de él; que sería mejor despedir a la mujer de la limpieza… Sí, tantas cosas que no conseguía expresar, que, al pasar por su boca, se transformaban en un tierno gemido infantil…
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Acerca de su novela póstuma, Suite francesa, trascripción parcial del excelente comentario de Rafael Narbona en El Cultural de noviembre 2005.
«Némirovsky no se muestra complaciente con ninguna clase social. Dividida en dos partes, su novela actúa como un pobladísimo díptico, que aspira a recoger toda la complejidad de la condición humana, agotando la gama de emociones que opone cada individuo a los acontecimientos ajenos a su voluntad. La burguesía no se preocupa de las injusticias, sino de sus propiedades materiales. Los obreros no están menos apegados a sus escasas pertenencias. De hecho, su intuición del peligro está más desarrollada. Los más acaudalados responden a la adversidad con estupor, mientras que los desfavorecidos se apresuran a conservar sus precarios bienes, sin renunciar a la rapiña ocasional. Apenas se ofrece resistencia a las fuerzas alemanas. El colaboracionismo prevalece sobre cualquier forma de dignidad. La derrota militar es menos significativa que el desastre moral. Se repite la misma cobardía entre señores y criados, prebostes y menesterosos. Las meretrices pierden a sus protectores y buscan el amparo de las fuerzas de ocupación. El caos asociado a la evacuación de París libera el malestar que anida en el corazón del tejido social. El instinto suprime las inhibiciones inculcadas por la cultura. Los huérfanos protegidos por un sacerdote se rebelan contra su tutela y lo asesinan. No interviene ninguna motivación definida. Su violencia es tan irracional como su destino, que les ha condenado a la marginación desde su nacimiento. Es el nihilismo de los desheredados, un gesto desesperanzado e inútil, pero inevitable en una sociedad gobernada por un azar ciego, que excluye y discrimina, ignorando cualquier principio de justicia o racionalidad.
El protagonismo coral no produce dispersión ni debilita el relato. La novela parece inacabada. No se escamotea el desenlace, pero la incertidumbre vital de Irène Némirovsky afecta a unas páginas teñidas de dramatismo. Se advierte cierto pesimismo que recuerda las disposiciones finales de un testamento. Irène y su marido son deportados y mueren en Auschwitz. La infamia no respeta la corta edad de sus hijas, pero la tenacidad de su tutora les libra de los hornos crematorios. El manuscrito de la novela sobrevive con ellas. Escondido en una maleta, será editado póstumamente por esas niñas que apenas conocieron a su madre. Sus páginas desprenden un aire crepuscular. Suite francesa es la crónica del ocaso de la civilización europea. La mística de los nacionalismos es la negación del sueño ilustrado. La inmolación del hombre en el altar de la sangre y el suelo malogra cualquier ilusión de progreso histórico».
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