I Care a Lot (2020), de J Blakeson – Crítica
Por Gerardo Gonzalo.
No es de extrañar que en el contexto del panorama desolador, que también en lo cinematográfico ha supuesto el año 2020, una parte de la crítica (especialmente la anglosajona), haya elevado esta película como una de las más originales y refrescantes del año.
I Care a Lot, que se podría traducir «Me importa mucho», narra la historia de una mujer sin escrúpulos que promueve la incapacitación de jubilados y ejerce de tutora legal de estos, con el objeto de quedarse con sus bienes. Pero todo se complica con su última víctima, que no es lo que parece…
Y es que I Care a Lot, dentro de unas limitaciones, que a ratos la hacen deambular por algunos tramos de inconsistencia, hay que reconocer que no deja de ofrecer algunas dosis de audacia y cierto ritmo, que hacen que la trama no se desplome del todo en ningún momento.
Entre sus puntos fuertes está su protagonista, Rosamund Pike, que siempre está bien. Actriz solvente en casi cualquier registro, aquí encarna el papel, con ecos del que hizo en Perdida (Gone Girl, 2014), de una mujer sofisticada de doble clara, que alterna la aparente compasión y preocupación por el bienestar de los ancianos, con una crueldad contra ellos alejada de cualquier escrúpulo. Además, como ya he dicho, la película tiene cierto punto de originalidad en su argumento, algunos giros interesantes y la capacidad de suscitar un mínimo de curiosidad que te mantiene más o menos conectado a la trama.
Entre sus puntos débiles, está la dirección de J Blakeson, muy de brocha gorda. A esto además se añade una música machacona y poco apropiada y un aire de artificiosidad excesivo que se plasma también en la elección de actores como Peter Dinklage o algunos secundarios, casi todos meros arquetipos. Por último, hay que añadir a todo esto, un metraje que se extiende en exceso y que emplea más de dos horas en contar algo que podría hacerse en menos de 90 minutos.
Deteniéndonos en los defectos en la dirección, esta parece querer transitar por un estilo liviano y desenfadado que me recuerda un tanto a las películas más ligeras de Steven Soderbergh, pero sin conseguir su brillantez. Además, presenta unos personajes, todos malos y antipáticos, que necesitarían de una realización de mayor robustez, algo similar a la de hermanos Coen, capaces de generar una fascinación, que en esta cinta apenas llega a antipatía e irritación por una gratuita y caprichosa crueldad, en la que se nos hurta de cualquier conflicto interior o posible remordimiento, que acerque a los protagonistas de alguna manera al espectador.
Una película para ser vista con moderado interés y olvidada al poco rato de terminarla y que lejos de hacernos persistir en este tipo de cintas contemporáneas, debería incentivar que nos abracemos al cine negro más clásico, sus tramas, sus diálogos, y a esa estirpe de mujeres fuertes y fatales que pueblan el cine clásico norteamericano como la Barbara Stanwyck de Perdición (1944) o Faye Dunaway en Bonnie & Clyde (1967). Si no las habéis visto…. ya estáis tardando.