«La resistencia», Diario de Agnès Humbert bajo la ocupación nazi
Por Horacio Otheguy Riveira
Joven madre de dos hijos veinteañeros, Agnès Humbert escribió entre fuertes conflictos y temerarias acciones unas memorias de combate en forma de Diario insólito, que no captura el día a día, que se salta a veces semanas, que incluso se escribe fuera de prisión como si estuviera en ella, pero siempre avanza con la vertiginosa urgencia de expulsar al invasor con armas aparentemente débiles, como impresión de panfletos que se dejan entre las ropas de una tienda de ropa o en la bolsa de la compra de un ama de casa, o en el silencio ante los interrogatorios de la Gestapo… y una larga serie de encuentros y desencuentros hasta la victoria final.
La situación resulta especialmente apasionante porque su autora es una joven dedicada al arte, conectada con artistas e intelectuales que aprovechan la parálisis inevitable de su actividad para convertirse en soldados en la sombra, en activistas de una capacidad de resistencia que convive con el miedo y la necesidad de convertirse en los mejores espías posibles en un acoso de nazis muy bien pertrechados, dispuestos a todo para dominar un país del que desde el primer día imponen impuestos de toda clase, empezando por el desabastecimiento alimentario y terminando con cualquier objeto valioso que intente vender o recomponer el ciudadano, ya que de todo han de llevarse un alto porcentaje. Botín de guerra. Alimentar al monstruo. Castigar a los que no colaboren: en celdas asquerosas sin tortura o fusilando o golpeando cabezas contra la pared hasta el último aliento… La amenaza constante bajo la protección del gobierno francés del Mariscal Petain, el gran traidor, y la ayuda del General De Gaulle desde su exilio en Londres.
La resistencia de Agnès Humbert, una obra testimonial en la que se entra con la seguridad de ser bien recibido en el último escondite de una mujer que nunca se plantea duda alguna, y que de este modo nos abre las puertas de su experiencia y nos la cuenta como si se tratara de una novela o, mejor aún, dado su ritmo trepidante, como una película de aventuras. Con gran talento narrativo, aunque solo había escrito un libro sobre arte (acerca del pintor Louis David) nos deja la firme convicción de que toda lucha no solo es posible sino imprescindible en el marco de las grandes injusticias.
Agnès Humbert (1894-1963), historiadora del arte empleada en el Museo Nacional de Artes y Tradiciones Populares, Palais de Chaillot, escribió un Diario que empieza con una angustia generalizada ante el avance alemán. El 8 de junio de 1940 escribe: «Me he olvidado de ir a comer. Son las tres, me quedo sin hacer nada en mi despacho. De vez en cuando cojo el teléfono y pido “los partes hablados”. Son decepcionantes, contradictorios, atropellados. Las puertas del Museo están cerradas, el silencio es mortal. Lo único que se puede hacer es esperar». Y el 10, desde su casa: «He hecho el inventario de la biblioteca de Friedmann. Hay cajas con libros y también con sus manuscritos y documentos. Todo se acumula en mi sótano. Le escribo diciendo que he hecho este pequeño trabajo únicamente por temor a un bombardeo. Pero no me atrevo a formular el verdadero motivo de este desmantelamiento; sin embargo, sé que guardo en casa, en donde a nadie se le ocurriría buscarlos, estos libros valiosos —estos documentos comprometedores—, por temor a la ocupación. Sí, hace falta acostumbrarse a este horrible hecho: pueden tomar París. Uno puede pensarlo, pero de ahí a pronunciar estas palabras: “pueden tomar París”, hay una gran distancia. Una especie de superstición hace que me calle. Hay cosas de las que es mejor no hablar por miedo a que se concreten…».
La siguiente anotación es del 20 de junio, seis días después de que el ejército nazi entrara en una ciudad desierta, acongojada, demasiado confiada en que la Línea Maginot a lo largo de 400 kilómetros de militares franceses les frenaría. Pero el mariscal Petain pacta y nace una colaboración que acabará en 1944.
«(…) Mi salida de París y la de millares de personas a pie, en bicicleta, en coche… esos coches pronto abandonados por falta de gasolina o de una pieza de recambio. Madres que llevan a sus niños… ¿Podré olvidar alguna vez a un joven extenuada, empujando delante de ella a un enorme bebé encajado en un cochecito de muñeca, del que desbordaba y amenazaba con caerse a cada paso…? Todas esas personas cargadas con bultos inverosímiles en los que sobresalían casi siempre un barreño y una jaula de pájaros. A Chambord nos llevó una estupenda chica de 16 años que se había ido de su granja por la mañana con toda su familia. Un camión militar francés, en la prisa de la huida, pasó por encima del hermoso cuerpo de la muchacha. Telefoneamos al hospital: ¡nadie responde! ¡Ya no hay médicos ni farmacéuticos! Un médico militar, alertado durante el trayecto, quiere detenerse unos minutos en el castillo. Me dice que no hay nada que hacer. Estamos alrededor de ella, mudos. Restaño la sangre. Le damos una inyección de cacodilato, cuidados irrisorios que no engañan a nadie. Ella muere, en apariencia, sin sufrir».
A medida que el control de la ocupación alemana se cerraba sobre París en el verano de 1940, Agnès Humbert, una respetada historiadora del arte, dio un salto de fe ciega y coraje imprudente. Con un puñado de sus distinguidos colegas en el Musée de l’Homme de París, ayudó a formar uno de los primeros grupos organizados de la Resistencia francesa. La improbable pero muy eficaz red del Musée de l’Homme también iba a ganarse un trágico lugar en la historia. En 1941, muchos de sus miembros, incluido su carismático líder Boris Vildé y la propia Agnès, fueron delatados a la Gestapo y encarcelados. Siete de los hombres fueron condenados a muerte y ejecutados por un pelotón de fusilamiento. Las mujeres fueron deportadas a Alemania como trabajadoras esclavas.
Estos son algunos de los hechos descritos con electrizante inmediatez por Agnès Humbert en su diario secreto, publicado por primera vez en Francia en 1946. Con un humor autocrítico y una inteligencia mordaz, ofrece una perspectiva personal y sincera sobre este período oscuro y dramático, mientras que las impactantes imágenes que atraen la atención de su artista añaden una intensidad gráfica y cinematográfica a las anotaciones de su diario. Negándose, incluso en los días más sombríos, a entregar su compasión, humanidad o talento para detectar lo absurdo, escribe con un toque hábil y un ingenio sardónico que desmiente la profundidad palpable de su convicción e indignación.
Escrita con toda la inmediatez de los hechos vividos, Résistance (publicada por primera vez como Notre guerre en París en 1946) se erige hoy como testimonio del espíritu indomable de una mujer y como un elocuente tributo al sacrificio y la valentía de sus camaradas que no sobrevivieron.
En 1949 fue galardonada con la Croix de Guerre con palma dorada de plata por su heroísmo.
Pasó sus últimos años viviendo con su hijo Pierre en el pueblo de Valmondois y está enterrada en su cementerio. Su último trabajo fue una introducción al catálogo de una exposición de Maurice Denis en el Museo Toulouse-Lautrec de Albi en el verano de 1963. Tras padecer diversas afecciones por su ajetreada vida, murió a los 68 años, diez días antes del final de la exposición.