Robert Burns en el lago Ness
Por Antonio Costa Gómez.
En Fort Augustus por las mañanas paseaba hasta el lago Ness y disfrutaba ese silencio donde cada cosa destacaba como algo metafísico. La niebla se iba levantando y los jirones de árboles se asomaban como apariciones. Pensaba en el monstruo en el fondo al que no permitimos existir porque todo tiene que estar razonable y controlado, el mundo tiene que funcionar como las cuentas de un contable. Y tampoco existimos del todo nosotros ni nuestros asombros. El canal empezaba allí para ir hacia las Hébridas, en esa comunicación de agua que enlaza dos mares, y los barcos descansaban plácidamente como si la vida no requiriera tanta prisa, y sí más atención.
Por allí estuvo también Robert Burns y escribió un poema sobre una cascada que nosotros vimos desde el barco. Robert Burns recorrió toda su querida Escocia con su poesía suelta y viva. Tuvo montones de novias, atacó a las clases dirigentes y a los puritanos calvinistas, celebró la vida y sus sabores. Es tal vez el poeta más querido y celebrado del mundo por sus poemas en que se muestra sensible a todas las formas de vida y a celebrar la vida sin rémoras en cada instante, como hacían los celtas.
Y allí me acordaba de su poema “A través del centeno”, que inspiró tantas canciones y novelas, aunque no siempre lo comprendieron. Los amantes se arrastran a través del centeno, sumen sus cuerpos en el suelo encharcado, y no quieren que nadie los controle. No como en esta sociedad tecnocrática donde está controlado y vigilado y los cuerpos vivos se evaporan en fórmulas. Mantienen su erotismo húmedo y su vitalidad secreta: “La pobre Jenny siempre está encharcada, / Jenny rara vez tiene el cuerpo seco, / arrastra sus enaguas / a través del centeno”. Las aguas y la densidad del centeno, el cuerpo tocando la tierra, eso necesitamos también nosotros, y no tantas abstracciones.