‘Aviones sobrevolando un monstruo’, de Daniel Saldaña París

Aviones sobrevolando un monstruo

Daniel Saldaña París

Anagrama

Barcelona, 2021

154 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

A lo largo de la vida uno tiene que nacer muchas veces. El trance más complejo que afrontamos seguramente sea este, el de nacer, junto a la muerte, claro está, y son los dos momentos de los que no nos libramos de la soledad. Nacemos solos y morimos solos. Hay que ponerse en el lado bueno de las cosas y pensar que, aunque nacemos solos, con todo el esfuerzo que eso supone, lo que viene después puede ser una bendición. La suerte nos la hacemos, así pues, está en nuestra mano, en buena medida, transformar lo que está viniendo en un regalo. Pero no somos del todo dueños de nuestro destino, un lugar que depende de los demás. El embrollo ha dado pie a mucha literatura barata, a mucho libro de autoayuda, y puede que incluso a alguna religión. Pero también a obras dignas de celebración, generalmente con carácter autorreferencial, como es este Aviones sobrevolando un monstruo, de Daniel Saldaña París (Ciudad de México, 1984), cuyo tema central es darse cuenta de que uno estaba equivocado al creer que había madurado, que no nos hacemos mayores y que renacer, volver a madurar, es una constante que debemos afrontar con amor propio y recordar con buen humor. Y luego está el amor a la literatura, que es el Mcguffin de la obra, el tema aparente, pero también el eje sanador.

A lo largo de estas reflexiones, vestidas de relato, de memorias o de ensayo, Saldaña París no cesa de preguntarse si esta etapa vital, la de estar en constante formación, tendrá fin algún día. Para ello revisa sus días en varios lugares del planeta, en todos los que fueron importantes en su construcción. La Ciudad de México, el lugar donde nació y al que termina por regresar, se nos presenta como un lastre y como un estímulo. Malcolm Lowry como un maestro en eso de ser uno su propio volcán. Montreal un lugar donde reinventarse y, para tal fin, elige la compañía de personas marginales, excéntricas, con las que comparte, o cree compartir, el factor común de la desintoxicación. Cuba como epítome de isla, con todo el significado metafórico que tiene una isla, que es una distancia respecto al mundo y una posibilidad de paraíso. Madrid servirá para hablar de una decadencia que atañe a la juventud, es decir, una aparente aporía que se resuelve por el mero hecho de constatar que existe. Y así cada lugar en el que aterriza se nos describe con su propia respiración, con su ritmo y con su ruido. También los ensayos sobre la peregrinación o sobre el halcón y la cetrería. Y sus lecturas, a las que debe la parte más firme de la formación, su sustrato, su seguridad, el suelo sobre el que pisa. Las que le permiten escribir con tanta sencillez como buen estilo, con una naturalidad que nos lleva de la mano a compartir su pasado, o el sueño y la invención de pasado.

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