“Esto no acaba aquí (Antología Poética 2005-2015)”, de Diego Vaya
Por Jorge de Arco.
Fue Dámaso Alonso quien advirtiera de que dentro del lenguaje literario la relación entre significante y significado no resulta arbitraria, sino motivada. Es decir, que el significante se nos presenta como hecho concreto y material mientras que el significado lo hace mediante un apoderamiento intuitivo. Al cabo, extrapolando el análisis del recordado maestro al ámbito lírico, habría que colegir como su concepción estilística encuadraba la funcionalidad de la palabra desde la orilla del misterio. Y, en verdad, es inexcusable caracterizar a la poesía bajo ese manto halado que aúna sugerencia y enigma.
La reciente lectura de Esto no acaba aquí (Maclein y Parker. Sevilla, 2020), de Diego Vaya (1980), me ha traído a la memoria la citada reflexión, pues su decir dicta la verdad de un espíritu objetivado mediante un yo que armoniza y complementa la conciencia creadora.
Reúne la compilación sus cinco poemarios editados hasta la fecha: Las sombras del agua (2005), Un canto a ras de tierra (2006), El libro del viento (2008), Circuito cerrado (2014) y Game Over (2015).
En todos ellos, la mirada de Diego Vaya marca sucesivamente una aglutinación de realidades en las cuales convergen analogías temáticas que ocupan su intimidad. Cercano a la universalidad constituida por el amor, el tiempo y la muerte, el ser humano se aparece como expresión más adecuada para comprender el eje y matriz de una naturaleza donde se articulan anhelos y desconsuelos, dichas y desamparos. Y así, llevado por el mismo origen de su condición, profundiza en una búsqueda de un vitalismo concreto, perdurable:
Amanece, y el tiempo, como siempre,
Es quien tira de mí con su verdad.
Pero hoy todo pesa tanto… Como
Si el fin del mundo hubiese sido ayer
Y yo estuviese todavía aquí,
En pie, para contar lo sucedido,
Mientras el sol alumbra ese silencio
Que ahoga cada pájaro del alma.
Un tiempo cómplice desde el que alzar, a su vez, espacios comunes, ajenos a sometimientos y donde la libertad y la emotiva razón aúnen sus acciones. Porque, al cabo, su verso fluye desposeído de una pertenencia que no es sino voluntad para claudicar con cualquier limitación expresiva. Dese ese sentimiento empírico, de recurrente sustantividad, los poemas van creciéndose y afirmando una existencia que deriva en una ontología donde caben percepción y entendimiento. Claro que, la esencia que desgrana esa suma de valores, es estrictamente necesaria, que no fáctica:
Tan sólo conocemos nuestro origen
–desde el hueso y la carne–,
la certeza feliz
de haber formado parte de otro ser.
(…)
Y aquí, a la intemperie,
con un ruego en el fondo de los ojos,
extendemos las manos, esperamos
algo. Y no sabemos
qué será de nosotros.
El ordenamiento cronológico de la antología ayuda a discernir cómo en cada poemario va madurándose una palabra que cumple con el contenido de intensificar un mensaje veraz. El vate andaluz no se deja llevar por una sencilla suerte de conductas verbales, sino que sabe exprimir una función comunicativa dadora de una clara honestidad lírica. Su capacidad para reescribir una simetría binaria, capaz, en suma, de fusionar a emisor y receptor, funda un territorio secuaz donde se invoca la mudanza de lo transmitido:
Y veo en los demás el movimiento
constante de sus vidas:
todos encaminados a un destino.
Todos vienen y van.
Sujetos a un horario, pero siempre sujetos, al fin y al cabo, al cambio.
En su amplio estudio previo, Ariadna Jaime desgrana las claves de cada uno de los citados volúmenes y anota: “Su obra nos enseña, en definitiva, a un poeta que, con gran lucidez, deja brotar la humana inseguridad de quien vive sin saber cómo, solo buscando respuestas”. Y desde ese afán de contestar y contestarse, nacen los instantes más intensos, más hondos, en los que Diego Vaya redunda en la semántica y semiótica de su discurso y hace posible la uniformidad de un verso donde no hay sombras sino lumbre, donde no hay desabrigo sino cobijo:
Templa el mundo su forma cristalina
en este día nuevo,
repetido y constante.
Y así, con el cuidado de quien trabaja el vidrio,
todo ha sido creado en esa transparencia.