Otra ronda (2020), de Thomas Vinterberg – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Alrededor de la dipsomanía y sus efectos se han rodado a lo largo de la historia del cine películas muy notables desde Días de vino y rosas de Billy Wilder, el melodrama más descorazonador sobre la adicción alcohólica, o Living Las Vegas de Mike Figgis, manual del suicidio a través de la botella, a comedias descacharrantes como Entre copas de Alexander Payne y, barriendo hacia el cine patrio, la muy notable y bárbara Parranda de Gonzalo Suárez. Los excesos etílicos, dentro y fuera de la pantalla, se suelen asociar con la creatividad.
El director danés Thomas Vinterberg (Frederiksberg, 1969), uno de los epígonos del Dogma, ese movimiento purista que revolucionó el cine como una nouvelle vague nórdica, del que abjuró para acercarse a un cine más comercial (Kurks, sobre la tragedia del submarino ruso hundido, o Lejos del mundanal ruido, la última versión de la romántica novela de Thomas Hardy), construye en Otra ronda una especie de budy movie profesoral en la que cuatro colegas, que imparten sus materias en un colegio de Copenhague, Martín (Mads Mikkelsen), profesor de historia, Tommy (Thomas Bo Larsen), de educación física, Nikolaj (Magnus Millang), de canto, y Peter (Lars Ranthe) de filosofía, deciden experimentar con la bebida al hilo de la teoría del psiquiatra Finn Skárderuk que aconseja tener un contenido en sangre del 0,050 en sangre para ser más brillante.
El film de Thomas Vinterberg, que bascula entre la comedia y el drama y también se centra en esa particular relación de complicidad que se establece entre profesores y alumnos, acaba siendo un canto a la amistad y a la vida. Martín cree que con este comportamiento inducido por la bebida va a solucionar sus problemas conyugales con Anika (Marie Bonnevie) además de conectar mejor con sus alumnos (magistral la secuencia en la que, sin que ellos lo sepan, les da a elegir entre tres personajes históricos, dos de ellos alcoholicos, fumadores y de vidas sentimentales poco ejemplares, frente a un amante de los perros, la naturaleza y abstemio, y todos eligen a este último sin saber que rechazan a Thomas Jefferson y Winston Churchill y se han decantado por Adolf Hitler); Nikolaj está agobiado por sus niños pequeños que se le mean encima todas las noches y lo separan de su mujer; Tommy, el profesor de gimnasia, se siente un fracasado en la vida hacia la que no tiene más apego que su anciano perro medio invalido; Peter ha dejado de disfrutar con sus clases de filosofía desde hace tiempo, y los cuatro amigos, y cómplices (en el curso de una larga cena bien regada deciden fundar esa cofradía clandestina), encuentran en sus rituales alcohólicos un nexo de confraternización que les traslada a otra dimensión mental y vital, e incluso a otra época en la que sus vidas eran más interesantes.
Sin ser una película redonda, Otra ronda rezuma simpatía y verismo por todos sus poros y tiene muchas opciones de obtener el Oscar al mejor film no hablado en inglés de la cosecha pandémica que se añadiría a otros muchos galardones con los que ha sido distinguido (mejor actor para Mads Mikkelsen en el festival de Donostia). Subyace en el film de Thomas Vinterberg, que en algunos momentos parece volver a sus principios del Dogma en su realización ascética (me viene a la memoria, por la forma de dirigir a los actores, Los idiotas de Lars von Trier), las largas secuencias dialogadas y los escasos movimientos de cámara que incluyen barridos, algunas preguntas que el espectador se hace fuera de pantalla. ¿Es positivo el alcohol como elemento desinhibidor y su ingesta controlada (aunque en más de una escena de la película reine el descontrol más absoluto) puede ofrecernos un estado de felicidad transitoria? ¿Qué habrían escrito sin el alcohol Edgar Allan Poe, Scott Fitzgerald, Malcolm Lowry, Ernest Hemingway, Truman Capote y tantos otros? Thomas Vinterberg plantea al espectador este dilema con una puesta en escena realista y unos intérpretes en estado de gracia, y remata la función con esa última escena elegiaca en la que Martín, ante sus sorprendidos alumnos que celebran con alcohol su graduación, se marca un épico baile con el que regresa a su juventud, y ese, la nostalgia de esos maduros profesores por la chispa perdida y la vitalidad de sus años mozos que intentan concitar con su adicción, es el tercer tema subyacente de este film que rebosa vida por todos sus poros y nos regala ese salto épico e icónico al vacío de Mads Mikkelsen, broche genial que consigue que el film suba muchos enteros.