‘El niño republicano’, autobiografía del escritor Eduardo Haro Tecglen
GASPAR JOVER POLO.
Por lo que he podido leer sobre la trayectoria vital de este autor, parece que Harto Tecglen fue siempre un intelectual serio, muy lúcido pero también adusto, un crítico teatral y un periodista especialmente dotado para escribir artículos del tipo columna, casi tanto o tanto como Francisco Umbral, aunque hay que reconocer que Umbral estaba también dotado para escribir prosa de ficción, para el género de la novela. Eduardo no publicó libros de ficción pero, además de artículos –su oficio era el de periodista–, se dedicó a escribir libros de memorias. Y de esta actividad en concreto es de la que quiero hablar, de una obra autobiográfica que me parece recomendable, magnífica, atractiva, a pesar del tono muy serio, adusto incluso, de cascarrabias tierno que domina en El niño republicano.
La suya no es una autobiografía al uso pues, para empezar, no respeta el orden cronológico, sino que va mezclando anécdotas de distintos tiempos, de distintas etapas de la Segunda República Española y de la Guerra Civil; va dando saltos de atrás hacia adelante y viceversa, y además incluye a propósito el momento presente en esta mezcla premeditada de los tiempos históricos.
Y mezcla también el asunto autobiográfico del niño que fue Eduardo durante la República con otros muchos temas; se puede decir que manifiesta variadas inquietudes e intereses, que hace también crítica de cine, de teatro en esta obra, y que introduce abundantes digresiones de tipo filosófico y sociológico, por lo que su libro está tan cerca del ensayo como del relato puramente autobiográfico. Es así de abierto y de transgresor, transgrede con desenfado el modelo, todos los modelos establecidos. Y a esa capacidad para no seguir el patrón tradicional, le va bien el estilo con que está escrito el libro, que es una prosa en la que combina la frase corta o cortísima, de apenas una o dos palabras –sentenciosa por tanto–, con la frase larga y cargada de aclaraciones entre paréntesis.
No se puede decir que abuse de los neologismos, pero sí que los derrocha con generosidad. Es un estilo quebrado, que sube y baja, y con apretura de conceptos dentro del párrafo o incluso dentro de la frase. Por un lado se declara rojo, hombre netamente de izquierdas; por el otro extremo y casi al mismo tiempo, dice sentirse escéptico, gran pesimista. Pero lo que podría considerarse una grave contradicción, un error de bulto, resulta en su caso más bien una interesante paradoja.
Su pensamiento es complejo, y tiene que recurrir necesariamente a las paradojas para poder comunicarlo. Por ejemplo repite mucho lo de que es un hombre ya muy viejo y que pasa de todo porque ha pasado por todo; pero resulta que en el fondo él no es así; en realidad, todavía mantiene encendida la llama del inconformismo. Muchas veces se declara vencido, incapaz de enfrentarse a la degrada situación en la que vive; pero, la verdad es que no ha arrojado todavía la toalla sino que, al mismo tiempo que se siente aplastado por la situación, sigue vivo y en medio del combate: la desazón intelectual aún domina en su ánimo. Ya quisieran los jóvenes escritores tener un parecido número de opiniones particulares, de puntos de vista propios, de aficiones personales e ideales políticos y culturales.
Otra paradoja que se aprecia en esta obra autobiográfica es que, por un lado, Eduardo afirma que esa idea de que el pasado fue siempre mejor es algo muy subjetivo; sin embargo, en otra parte del libro, notamos que no desaprovecha ninguna oportunidad para resaltar los valores de la etapa republicana; se le nota en el fondo la nostalgia por esa etapa de la historia de España tan cargada de grandes conflictos íntimos y de ideas contrapuestas: en aquella patria perdida para siempre –en la patria de la Segunda República– estaba ya todo lo que ahora se quiere reconstruir. La principal paradoja y lo que más nos atrae de este libro es que el personaje protagonista, el propio Eduardo, sigue muy vivo y activo a pesar de todos los argumentos que utiliza en su contra, de todas las descalificaciones que emplea contra su propia forma de ser y de entender.