Voces e imágenes que surgen al «Espiar a los árboles» desde el Teatro Español

Por Horacio Otheguy Riveira

A menudo escapa del teatro la carga poética que conlleva el duro esfuerzo de los integrantes de cada representación. La inmediatez del espectador suele ser bastante cruel. Con el saludo final hay una emoción en extremo fugaz. Se hace el silencio final y no quedan rastros de la experiencia. De hecho, sentarse en una butaca con el teatro vacío por completo, oír los murmullos fantasmales de las muchas aventuras allí vividas como propias, hacen del espectador más avezado una persona diferente, capaz de escuchar lo que ya no se dice, de sentir más profundamente algunas de las inquietudes experimentadas, e incluso aquellas por experimentarse.

Una posibilidad de acercarse a este fenómeno se presenta en la edición digital de la revista Espiar a los árboles, semestral ya por el segundo número. En ella se dan cita literaria, coloquial, periodística… gente de teatro, mujeres y hombres comprometidos con la diversidad de artes concentradas en el arte escénico: y llegan para quedarse con nosotros, dicen su palabra sobre este o aquel tema, pero sobre todo dejan impreso un nuevo modo de expresar ideas y emociones.

El cartel es muy variado, acompañados los textos por ilustraciones especialmente creadas. Una estética con mucho de lirismo, de fraternidad con el vuelo más sensible de quienes en cada función dejan mucho de su energía más profunda en la piel de seres conocidos como «personajes» sumidos en conflictos o divertimentos que pasan fugazmente, en una de las artes más efímeras… ahora con una pátina de eternidad junto a la robustez y la belleza de árboles que no pueden aplaudirles, aunque todos parecen sonreír.

 

Portada Número 1.

Un niño dijo un día que lo que más le gustaba de su casa era la ventana de su cuarto, porque desde allí podía espiar a los árboles. Pensé que ese niño me acababa de regalar el título y el sentido de la revista que necesitábamos crear. Una mezcla de contar lo que va a suceder a lo largo de la programación del Español y sus Naves, así como un espacio de reflexión, de escucha, de latido ante lo que nos pasa. Un terreno para detenernos o, al menos, ir un poco más despacio, reducir el paso y olfatear o paladear las palabras y los silencios que de ellas se desprenden.
Ese Silencio, que ha cobrado un protagonismo no deseado en nuestras salas, tendrá su espacio para la introspección, valoración y magnitud desde distintas ópticas. Rendir homenajes a ciertos árboles de las artes, figuras emblemáticas como en este primer número son Galdós y Beethoven, y mirar un poco de cerca a personajes que han transformado el teatro en España como lo fue José Tamayo. Los aniversarios de todos ellos nos permiten entrometernos en sus obras… (Trascripción parcial de la Introducción por Natalia Menéndez).

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(Texto completo de Isabel Ordaz sobre El silencio en el número 1. Ilustración: Eva Vázquez. Fotografía de Roberto Carmona).

¿Cómo escribir sobre aquello que invita a callar? Como en el teatro cuando, en uno de esos momentos mágicos de cada representación, el primero de cada noche, se apagan las luces y se convoca lo probable, la ceremonia de pasión y lenguaje, de pensamiento, palabra y obra (y cuerpos y espacio y tiempo) que el teatro despliega ante el público, ante su muda expectación. De la nada, de pronto, algo, una realidad encantada que surge del bullicio que se acalla, que poco a poco va entregando su ruido, su anécdota, el susurro, un tiempo en pausa que atiende a lo que allí va a suceder, la liturgia y, así, el velo se rasga, no hay vuelta atrás y las primeras palabras son dichas:
– “Hipógrifo violento…” o “Pásame la sal…” u “Otro día divino…” o “En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios…”
De dónde nace todo esto sino del silencio al que los poetas se entregan sorteando la nieve, el cúmulo blanco de lo que no existe salvo en el deseo o en sus caóticas señales (desasosiego) y pide ser forma viva, partitura, orden, ritmo. Así el silencio y sus plurales: poesía, teatro, música… pues no existe un silencio en singular o que resida en algún lugar concreto, pero sí una aspiración, un mito necesario y, desde luego, esencial para los enfermos y para los poetas de toda condición. Silencio.
Silencio que el público alienta, junto con los actores, texto, dirección, toda esa colectividad de creación que el teatro, es. El público al unísono o lo unísono, mismo sonido, mismo tono, lo de arriba y lo de abajo, jugando el mismo juego, en la misma dinámica de concentración-atención para conseguir lo completo, lo que desde el escenario siempre se sueña, la esfericidad.
Y para esas playas de silencio trabajamos, suenan los primeros acordes o decimos: “Ay, mísero de mí…” o “El invierno de nuestro descontento…” o “Mujeres de Corinto…” o “Y no quiero llantos. A la muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio!…”
Por supuesto que hay otros silencios, el de la fatalidad, el desamor o el crimen, pero frente a estos no he sabido yo nunca muy bien, sinceramente, cómo enfrentarme cara a cara, así que contemplo un cuadro, escribo un poema o acudo a una representación encontrando así el consuelo o la esperanza que me ofrecen los fértiles silencios del arte.

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Portada Número 2.

Los creadores, por su parte, se debaten en no gestar desde la complacencia, en convertir la escena en opción catártica o en apostar por la dignidad o la justicia… Algunos sienten que es a través del miedo como consiguen ficcionar la realidad, otros a través de la alegría; unos se aferran a la verdad y otros adoran la mentira. Ahondar en el cosmos en busca de regeneración o de sencilla observación… Comprender… Buscar… Y, así, entre el entusiasmo de leer a aquellos que iluminan los caminos venideros como son Rivas Cherif o Amelia Valcárcel, el homenajear a los tramoyistas; el saber algo más de aquellos
creadores que conforman la programación, paseando por sus contradicciones, por el humor, la humildad o la empatía de algunos, y saltar por las ilustraciones que nos aportan cantares en las ramas, llegamos al número dos. Resuenan ecos de aplausos que nos llevan a la soledad del camino de vuelta a casa. Pero esta vez, esa soledad brilla, huele a jazmín o tal vez al limonero de una historia que no se oculta o que tiene el color de las violetas o, puede que, de los ojos nos brote el mar, ese mar que vibra bajo los escenarios… (Natalia Menéndez. Trascripción parcial de su Introducción).

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(Dan Jemmett acerca de la Desesperación, la ambición y el humor. Ilustración: Ana Alonso).

Muchos artistas y pensadores, naturalmente, han identificado la desesperanza como el estado humano fundamental, una angustiante incomprensión frente a nuestra incontestable mortalidad. Kierkegaard y Beckett se me vienen inmediatamente a la cabeza, junto con una frase de Freud, que dijo algo así como: “El papel del psicoanálisis es curar a la persona de la neurosis para permitirle que lleve una vida normal, una vida infeliz”. Quizás la ambición y el humor son respuestas humanas diametralmente opuestas al estado de
desesperanza. La ambición busca rehusar, al menos provisionalmente, la sombra de la desesperanza,
y transformar su melancolía estancada en una autoestima industrial y fabricada. Está profundamente ligada al ego, el cual arma al ser humano con todo lo que necesita para navegar el mundo exterior y con el impulso sexual, que rechaza la muerte e insiste en una presencia absoluta y duradera. Esto me hace pensar en una frase de Cuarteto, de Heiner Müller: “Este se masturba todavía con los gusanos”.
El humor, por otro lado, se ríe de la ambición. Posee un conocimiento instintivo e inconsciente y una apreciación de la mortalidad (y quizás, incluso, de la necesidad de la muerte), es un dócil compañero del estado de desesperanza. El humor percibe la ambición como fútil, como la vanidad de un ego erróneo “revestida de una pequeña y breve autoridad”, como nos dice el Duque en Medida por Medida, de Shakespeare. Uno de los más bellos (y divertidos) ejemplos de cómo funciona el humor es la lápida del
cómico británico Spike Milligan, donde se puede leer “Os dije que me encontraba mal”.

Publicaciones completas para descargar fácilmente.

Dirección: Natalia Menéndez

Coordinación y edición: Josema Díez-Pérez
Diseño y maquetación: Nerea García Pascual

Ilustraciones número 1: Eva Vázquez 

Ilustraciones número 2: Ana Alonso

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