‘La otra guerra’, de Leila Guerriero
La otra guerra
Leila Guerriero
Anagrama
Barcelona, 2021
93 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Olvidaste lo que te llevó a odiar a alguien hace un segundo, e incluso olvidaste el odio sin ofrecer resistencia, pero mantienes vivo el amor por quien desapareció cuarenta años atrás. En eso consiste la inutilidad del tiempo, en mostrarse a través de bucles y a través de las virtudes de la memoria, y no en expresarse de manera lineal, en escalas de números, como lo hace la distancia, el peso o el volumen. No se trata de caprichos, como se atribuye con frecuencia al comportamiento del tiempo o de la memoria, ni se trata de supervivencia, como apunta quien afirma que cualquier tiempo pasado fue mejor porque echamos el dolor al mismo abismo en que habita lo que nunca fue. Se trata, más bien, de humanidad; incluso de eso que, a falta de otra palabra mejor, llamaremos alma. Esta crónica, esta investigación, La otra guerra, que ha elaborado Leila Guerriero ((Junín, 1967) nos habla de y desde un tiempo que va dejando de existir, como va dejando de existir la destemplada distinción entre cuerpo y alma. Una historia del cementerio argentino de las islas Malvinas, que es el subtítulo del libro, se remonta a la guerra veloz que tuvo lugar en la década de los ochenta, entre el Reino Unido y una Argentina gobernada por la dictadura militar, para enlazar con el presente a través del respeto y el cariño por los desaparecidos.
El cementerio al que se hace referencia surge cuando el equipo británico encargado de despejar el campo de batalla se encuentra con que los fallecidos argentinos permanecen sobre tierra, expuestos al frío y a la lluvia. Se les dará entierro, con el mayor respeto posible, intentando identificar a cada individuo o, al menos, dejar constancia de algún dato con el que las autoridades argentinas puedan identificarlos en el futuro. Han pasado más de treinta años cuando se hace posible la instauración de un cementerio en condiciones allí donde había un campo de cadáveres. Para las familias surge la posibilidad de colocar una lápida con el nombre del hijo o el hermano perdido, de transformar el camposanto en un lugar de oración, en un lugar a partir del cual elaborar el duelo. Guerriero, que es una de las mejores cronistas que respiran sobre el planeta, vuelve a tirar de oficio, inteligencia y talento para exponer los avatares de transición, sobre todo las trabas burocráticas y las mentiras oficiales, mientras va encontrándose con los familiares. La farsa del orgullo nacional, del patriotismo navajero, será un escollo, sí, como demuestra la negativa a acoger de regreso los cuerpos, pues en los documentos británicos se hablará de repatriación y las autoridades argentinas no consentirán ese término, pues repatriar supone traer desde fuera de la patria y las Malvinas, reclaman, son suelo de la misma nación que acoge a Buenos Aires, Córdoba o Mar del Plata.
Pero el acuerdo no implicará repatriación, sino conciliación en el lugar donde entregaron la vida. Se respetará el cementerio creado para albergarlos. Si bien, esta obra nos habla, más directamente, sobre el deseo de serenidad, algo que sólo pueden conseguir los familiares cuando se les entregue con sinceridad la historia completa. Al fin y al cabo, ese el fin de cualquier proceso de duelo: el sosiego.