La Piedra Rosetta y la epopeya de Champollion
Por Tamara Iglesias
Quizá no lo sepas, pero de 1798 a 1801 Bonaparte trató de conquistar Egipto con la esperanza de desbancar el poder británico de la India y del Mediterráneo Oriental y resulta que, durante las labores de refuerzo de las fortificaciones francesas en la zona de Rosetta, uno de los destacamentos franceses halló una enorme losa de granodiorita con un texto que aparecía reproducido en tres idiomas diferentes: jeroglífico, demótico y griego.
Este hallazgo, que volvió loco de contento a Napoleón, pronto le dejaría con los dientes largos porque al firmar los términos de la Capitulación de Alejandría (1801) la piedra pasó a ser propiedad del imperio británico, al igual que otras antigüedades egipcias que habían sido tomadas por la Comisión de Ciencias y Artes de Francia y los estudiosos del Institut d’Egypte.
¿Qué decía el texto?
Básicamente se trataba de un decreto para alabar a Ptolomeo V, monarca que (según las inscripciones) aplastó a los enemigos de Egipto, minimizó los impuestos y donó grandes cantidades de grano y plata a los templos de Menfis. Para honrarle por su buena gestión, los sacerdotes dictaban que durante su cumpleaños serían realizadas libaciones, sacrificios y festines (al igual que los días 17 de todos los meses) y que a partir de entonces recibiría el título de Ptolomeo “Epífanes Eucaristos” (o lo que vendría a ser lo mismo, “el amado por Ptah”). Para finalizar con el texto, se ordena situar tablas similares en todos los templos junto a la estatua del gran rey.
¿Cómo consiguieron traducirla?
Desde 1799 a 1822 se trabajó sin descanso para descifrar las inscripciones y ¡os aseguro que fue una ardua tarea! Piensa que el jeroglífico había desaparecido en el 30 a.C. tras la influencia del Imperio Romano con el latín, que la segunda lengua era del todo desconocida y que tan sólo el griego antiguo había llegado a la Edad Moderna. En esta carrera por la traducción compitieron muchos especialistas, pero me parece relevante destacar al filólogo y lingüista británico Thomas Young y al historiador francés Jean François Champollion, siendo éste último quien obtendría el primer puesto el 14 de septiembre de 1822. Su conocimiento del copto (idioma compuesto por el alfabeto griego y varios caracteres demóticos) le permitió comprender que la segunda lengua no era otra cosa más que una derivación del hierático (simplificación del jeroglífico) llamada “demótico” y que no podía implementar las mismas reglas gramaticales y fonológicas para esta curiosa tríada. Los jeroglíficos, por ejemplo, no suponían un símbolo por significado, si no que tenían un valor fonético conjunto, al igual que el griego. Este descubrimiento le permitió elaborar una tabla de valores y recuperar el conocimiento de dos lenguas que habían sido olvidadas por la Historia.
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