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Raised By Wolves

Por Gerardo Gonzalo.

HBO ha estrenado recientemente Raised By Wolves, la última aventura televisiva en que participa Ridley Scott. Tras esa maravilla que fue la primera temporada de The Terror (2018) aquí el autor inglés se involucra más aún, asumiendo el rol de director en algunos episodios, en una serie que aborda el género que más gloria le ha dado, la ciencia ficción.

Esta serie, nos cuenta la historia de dos androides, Padre y Madre, encargados de criar a unos niños humanos en un nuevo planeta, el Kepler 22b, tras la devastación de la Tierra por las guerras entre ateos y adoradores del Sol.

El primer aval de la película es el binomio Ridley Scott – Ciencia Ficción y el aparente compromiso del realizador inglés, en el que le acompaña en la labor de dirección, junto a otros, su hijo Luke Scott, autor hace unos años de la más que interesante Morgan (2016). Pero sobre todo, está la ambición de una historia que parece querer condensar lo desarrollado por Scott en su filmografía relacionada con este género y a la vez aunar las grandes obsesiones que tanto en cine como en literatura, han alimentado cualquier historia enmarcada en el futuro.

Por un lado, tenemos ese argumento más básico y recurrente, también en la ciencia ficción menos sesuda, que es el del fin del planeta tierra y la colonización de otro mundo, que aquí ya se nos presenta como un hecho dado. Un punto de partida, a partir del cual avanza la historia, donde se entremezcla un gran poderío tecnológico con la lucha básica por sobrevivir en un entorno hostil de tierras apenas fértiles (ahí engarza con The Martian (2015) también de Scott)

Por otro lado, un ámbito de enfrentamiento entre dos mundos que representan dos visiones atemporales de la civilización y cuya lucha por la supremacía, es la génesis de la devastación. El antagonismo entre la razón y la superstición, los adoradores del sol frente a los ateos, la ciencia frente a la fe.

Por último y donde en mi opinión se concentra un mayor interés, es ese discurso que cinematográficamente alcanzó sus cotas más altas en 2001 una odisea en el espacio (1968) o Blade Runner (1982), en el que se nos intenta mostrar ese punto de inflexión en la evolución, en el que las inteligencias artificiales empiezan a alcanzar determinados ámbitos que les asemejan a los humanos, al empezar a tener consciencia de su propia existencia y desarrollar algo parecido a sentimientos que no deberían ser propios de una máquina.

La cuestión es que tras ver la serie y reconociendo el ambicioso viaje que nos propone, los resultados no se ajustan a lo esperado. Es el clásico ejemplo de un argumento que queda mucho mejor contado, que cuando luego lo ves en la pantalla.

Sin duda, podemos reconocerle a esta serie un atractivo y cierta sofisticación argumental que te hace seguirla con atención, al despertarte la curiosidad por ver cómo evoluciona una trama que va añadiendo nuevas y enigmáticas piezas en su desarrollo y que aspiras a que te desvelen un gran puzle que a priori parece potencialmente apasionante. Pero lo que acaba ocurriendo en realidad, es que el ritmo y la forma de contar la historia son algo irregulares, alternando momentos de gran intensidad con otros de absoluta quietud y estancamiento injustificado.

Las mejores fases de la historia vienen siempre determinadas cuando la trama se focaliza en sus protagonistas robots, Padre y Madre, interpretados magistralmente por una excepcional Amanda Collin y un convincente Abubakar Salim. Especialmente Collin lleva el mayor peso de la serie y  junto a su compañero, son capaces de encarnar con verosimilitud y solvencia un rol interpretativo de gran dificultad, como es mostrarnos un punto intermedio entre un ser humano y un robot. Unas interpretaciones llenas de matices, en las que parten desde cierta rigidez e hieratismo, para  al mismo tiempo ser capaces de transmitir un complejo sentimiento de humanidad de fondo, que hacen que como espectador empatices como lo harías con alguien real. Unas interpretaciones que en cierta manera, entroncan con las de Michael Fassbender en Prometheus (2012) o Alien: Covenant (2017).

El problema es que fuera de esto, aunque se apuntan ideas interesantes y hay ambición en la historia, la trama se mueve a trompicones, con escaso ritmo y a veces unas altas dosis de incomprensión de un espectador que no alcanza a entender del todo lo que está sucediendo.

Este problema se va acentuando en una parte final que aunque abre derivadas interesantes, acaba convirtiéndolas en una mezcolanza que flirtea con el absurdo y que te coloca de nuevo en la ficha de salida, para lo que se supone que será una segunda temporada y que te hace cuestionarte para que narices ha servido mucho de lo visto en la primera.

Así que al final, cuando terminas de ver la serie, dos son las conclusiones que pesan fundamentalmente. Por un lado, el viaje propuesto hasta ahora se podría haber hecho con dos o tres episodios menos, ya que es evidente que sobra metraje por todos lados. Por otro lado, no tengo nada claro si voy seguir con esta serie, tengo la impresión de que más que el desarrollo de una historia, lo que se pretende es montar y desmontar un argumento como un mecano poco articulado y con derivadas insospechadas.

En resumen, lo que aquí parece que se pretende es hacer una franquicia pero sin partir desde la robustez inicial de una historia que justifique y haga que esperemos expectantes su continuación. Es como si la primera película de Alien hubiera sido Prometheus y sobre esa única base quisiéramos crear un universo fílmico. Yo personalmente no me subiría a ese carro y a este, creo que tampoco.

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