Entre la alegría y el desconsuelo, la niñez como espacio de esperanza en Shaun Tan Las Reglas del Juego

Portada de la obra en la que se ve a un dragón de juguete paseando al lado de un niño. Ambos miran a otro niño con un casto en la cabeza con forma de ojo.
Portada de la obra Las reglas del verano.

Uno se acerca a ciertas obras con la ilusión luminosa de la niñez, unas veces por un título evocador, otras por una portada especialmente impactante, a veces por ambas cosas. Este es el caso del libro ilustrado de Shaun Tan Las reglas del verano. Originalmente publicado en 2014 por Barba Fiore Editora, pero que no podemos dejar pasar sin hablar de él.

Esta obra del artista australiano nos ofrece en muy pocas páginas una explosión de significados para los sentidos: cada ilustración, cada frase es una frágil vasija llena de perfumes y sonidos que viene de otros mundos o de rincones olvidados del nuestro. En ocasiones uno quiere explayarse y detallar todo con el más mínimo detalle, pero en esta ocasión simplemente quisiera dejar en el aire algunas ideas de la brillante propuesta que encontramos en las páginas de este fogonazo artístico. Estamos ante el Shaun Tan más poético, minimalista y evocador, casi al nivel de lo que hizo en Emigrantes donde directamente no encontramos textos. Lo que pasa es que, en esa obra, había un aliento dramático que se acercaba a la épica, aunque narrara de manera íntima una experiencia.

Aquí el recurso narrativo, porque haber hay una historia, es más onírico, un poco en el sentido de lo que hizo antes con El árbol rojo, otra joya lírica de su puño, letra y dibujo. La portada deja muy claro lo que vamos a disfrutar, esa mezcla tan mundana de elementos conocidos y esos otros tan intrigantes por desfamiliarizados. Uno mira y quiere ver, quiere entender, pero no es tan fácil, tiene que ponerse “en los zapatos del otro” para ir más allá de sí mismo, para tender un puente con los sueños, con el sabor dulce de la utopía. Así, va a la primera página y de esta a la siguiente y a la siguiente. Nos pasa como en los sueños, vamos de un mundo a otro con una coherencia interna, una coherencia que es incoherente pero que tiene su propia lógica, intuimos, solo que no sabemos ver todavía y por eso insistimos. Esto es un correlato objetivo de la realidad, a la que damos toda la coherencia del mundo para que se nos haga más fácil eso de navegar por el mundo adulto, ese engranaje de usos y costumbres, leyes y normas no dichas, que de niños no sabíamos muy bien cómo funcionaban pero que intentábamos ir aprendiendo a través de los juegos, a través de los libros, a través de las ensoñaciones en las tardes inacabables de verano.

Las Reglas del verano. Nunca rompa las reglas, sobre todo si no las comprendes es la historia de dos niños que…, pero no, ni siquiera es una historia, no como lo entendemos nosotros, pero va de dos niños que…, tampoco, tampoco es eso. Habla de ti, habla de mí, pero sin hablar de nosotros. Habla de todo lo que amamos y perdimos, habla de todo lo que nos daba miedo en la niñez y todavía nos aterra, pero hemos aprendido a disimularlo. Digo que habla, aunque habla más bien poco, quiero decir con esto que el texto es como tantas veces en Shaun Tan muy parco, inexistente casi. No es lo qué se dice, es lo que se sugiere. En esa tensión justa entre el dibujo y las pocas palabras radica una herida de luz que duele a ratos y a ratos enternece, que acoge con dulzura sin dejar fuera esas oscuridades que nos inquietan. La vida, no es otra cosa este libro. Pero todo libro empieza y acaba, como toda vida. La muerte, no es otra cosa este libro, aunque pensándolo mejor, este libro es lo que tú le permitas que sea. Abre los ojos, cae dentro de él, quién sabe dónde saldrás, quién sabe cómo volverás del viaje.

 

Por Francisco José Francisco Carrera.

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