“Me muero”, de Isabel Bono
Por Jorge Ortiz Robla.
Lo justo y necesario.
Me Muero es la nueva entrega de la poeta y novelista Isabel Bono, en la ya mítica editorial madrileña Bartleby Editores y aunque el título nos pueda llevar al equívoco de pensar que estamos ante un libro de naturaleza trágica, creo que es más bien la vida y la celebración de su existencia lo que en él se representa.
El volumen se abre con un más que reseñable prólogo de Juan Marqués, en el que el crítico y también poeta alude a la responsabilidad y la consciencia de los y las poetas a la hora de realizar el acto de la escritura, lanzando preguntas al aire y señalando «cuando se tiene algo que decir, cuando se tiene una habilidad auténtica para rastrear y expresar cosas realmente relevantes, basta, precisamente, con decirlas, con formularlas, sin disfrazar con palabras el vacío». Y eso es precisamente lo que hace Isabel Bono a lo largo de estos poemas cuyos títulos, marcados en negrita y organizados en orden alfabético, se nos presentan en forma de pequeños destellos que podríamos interpretar como aforismos y que, en muchos casos, crean un juego con el poema al que dan nombre, haciendo las veces de entradilla «no tengo prisa / el tiempo es mercurio / y voy a dejarlo caer entre mis dedos».
Ochenta y siete poemas que condensan imágenes donde la duda, el dolor, la soledad, el tiempo, el amor e incluso el humor quedan reflejados. Versos en los que, como es característico en toda su obra, la autora rehúye de la utilización de mayúsculas y de puntos finales «donde todo pasa de largo / en esta ciudad / nadie los mira ni los espera / pasan de largo, los pájaros / vaciando el cielo» cultivando versos libre lleno de musicalidad, donde el lenguaje coloquial no deja de lado el cuidadoso espectro de su vocabulario, para decir lo justo, lo justo y necesario.
in vitro
hace mucho, demasiado
que la luz de las diez de la mañana de la vida
no se me aparece
quizá se haya extinguido
como el alca imperial
el oso del atlas y el sapo dorado
también dorada, amarilla
era la luz sobre la tapia verde
alguien guarda células del delfín de río
esperando quizá
un mundo más razonable para insuflarles vida
pero ¿quién guarda células
del sol de la infancia?
la infancia es ese edificio de escaleras detenidas que nadie nos dice si suben o bajan/si nos llevan al lugar indicado/en los manuales que mamá nos dibujaba en las servilletas/que luego no servían para nada/la infancia es el escondite donde nadie nos encuentra/allí nos hacemos mayores sólo en apariencia/y tatuamos hojas secas en la tierra que oculta nuestra sola calavera.
Gracias Isabel por este hermoso poema