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‘Los chicos de la Nickel’, de Colson Whitehead

GERARDO GONZALO.

No cabe duda de que Colson Whitehead (Nueva York, 1969) es uno de los autores norteamericanos más reconocidos de la actualidad. Con un prestigio especialmente sustentado en sus dos últimas novelas por las que ganó sendos premios Pulitzer, es recurrente la aparición de sus libros en listas de los mejores del Siglo XXI y hasta el propio Barack Obama considera alguna de sus obras como de lectura obligada.

En su última novela, Los chicos de la Nickel (2019), se cuenta la historia de un adolescente negro y su paso por la Academia Nickel, un reformatorio que tras sus paredes oculta un oscuro sistema de maltratos. Girando sobre este eje central, la historia se detiene en la vida del chico antes y “después” de su estancia en esta institución educativa.

La terrible historia racial de EEUU, es el elemento central de los argumentos del autor, que ya en su anterior novela, El ferrocarril subterráneo (2016) nos contaba la odisea de una joven esclava en los campos de algodón del siglo XIX, que decide escapar a través de una  organización o red de fuga. Se trataba de una novela robusta, que estremece por la crueldad y desesperanza de las circunstancias y personajes que aparecen en la narración y en la que se hace un retrato de un sur americano plagado de psicópatas y situaciones terribles. Literariamente hablando, quizás resulta algo irregular en su inicio, pero acaba resultando rotunda en su parte final.

En Los chicos de la Nickel, el autor sigue la estela de la cuestión racial, con un relato que alterna varias épocas, que giran sobre la experiencia de un joven en un reformatorio. El relato del protagonista a lo largo del tiempo y su semblanza, están brillantemente reflejados en la obra y aunque con algún altibajo, la fragmentación temporal otorga un tono adecuado al mensaje que el autor persigue proyectar. Al igual que en su anterior novela, aquí también observo alguna parte en la que decae el pulso narrativo, pero más allá de matices, el tono que despliega resulta adecuado. Además, acierta plenamente al no limitarse a recrear una sucesión de maltratos y torturas en un reformatorio, algo susceptible de clichés y que hubiera desviado la historia hacia la estela de grandes dramones decimonónicos o al más manido relato de terror.

“He crecido entre vosotros, chicos blancos y chicos negros, y sé que sois como yo, solo que vosotros habéis tenido mala suerte”

El personajes protagonista queda perfilado por su humanidad y por su firme convicción de salir de la situación a través de la inteligencia y el ingenio. El autor escoge un tono en el que renuncia a mostrar en exclusiva la oscuridad de su situación, poniendo en valor una expectativa luminosa de un futuro esperanzado, alternando los momentos más turbios con el relato del compañerismo entre los jóvenes que intentan sobrevivir para afrontar un futuro incierto.

“A fuerza de agachar la cabeza, de procurar no llamar la atención y así  llegar a la noche sin percances, Elwood se engañaba pensando que había vencido. Que era más listo que la Nickel porque iba trampeando y no se metía en líos. Cuando, en realidad, habían acabado con él. Era como uno de aquellos negros de los que hablaba el doctor King en su carta desde la cárcel, tan serviles y adormecidos tras años de opresión que se habían adaptado a ello y a dormir en ello como si fuera la única cama posible”.

Mención aparte hay que hacer de su final, a través de un inesperado giro abordado con delicadeza, ahonda más y mejor en un dramatismo sereno pero demoledor, que el lector recibe como un latigazo y que condiciona nuestra mirada sobre el conjunto de lo leído.

Los chicos de la Nickel es un libro que se mueve en varios planos y momentos, pero todos ellos asentados en la cotidianidad de las situaciones, unida a la persecución de un futuro a través de unos ideales. Para mostrarnos todo esto, se entremezcla la entrañable relación del protagonista con su abuela, con la expectativa de un futuro brillante, la ausencia de los padres, con las ganas de aprender y superarse y el día a día en un reformatorio con normas maquiavélicas, donde la suerte y la arbitrariedad marcan tu destino, alternado con los discursos conciliadores de Martin Luther King.

Una obra que no cae en lo fácil ni deriva en la estridencia. Con una prosa seca y directa, huye de cualquier adorno estilístico y tiene por objeto lanzarnos un mensaje, más que sumergirnos en una aventura literaria. Así, es el discurso lo que prima sobre el estilo y nos estremece por la contundencia de lo contado y no tanto por los recursos que utiliza al hacerlo. En cualquier caso, lo acomete con la suficiente calidad como para mantener un tono medido y afrontar alguna audacia argumental llena de originalidad.

Una lectura robusta, estimulante, que se adentra en la oscuridad de la reciente historia norteamericana y que nos enfrenta al abismo de la multitud de vidas rotas, que por un sistema cruel y arbitrario, simbolizado aquí por la Academia Nickel, no pudieron florecer.

No olvidarlo es la mejor manera de no repetirlo.

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