En un lugar tan horrible como la cárcel ¿podemos disfrutar con nuestra vida?
La humanidad se ha transformado. Las personas ya no se mueren, se transforman en seres que caminan, gruñen y buscan, con ahínco, a otras personas para alimentarse de ellas. En este mundo, parece que no quedan personas sanas y que solamente queda la muerte que camina. En esta situación ¿Qué podemos hacer? ¿En qué mundo viviríamos? ¿Cuáles serían nuestras decisiones?
The Walking Dead es, sin ninguna duda, una obra intensa, repleta de dudas y de planteamientos sociales y personales. En esta semana, ECC ha publicado la segunda parte de su renovada reedición de la reconocida serie postapocalíptica. En este volumen se incluyen los números 13, hasta el 24.
Hemos visto, en el número anterior, como el grupo protagonista ha luchado y sobrevivido a situaciones duras. En ese mundo la tragedia es lo único que permanece y la violencia campa a sus anchas. Ya no hay música, sólo silencio. La tecnología digital ha desaparecido prácticamente. Nuevamente, el grupo busca un lugar donde guarecerse de los caminantes y sentirse a salvo. Encuentran una cárcel y toman la decisión de entrar en ella. Es ahí donde aparece una de las paradojas sociales más interesantes de toda la obra (aunque no la única, por supuesto). Un lugar pensado para la exclusión social, parece convertirse en la zona de protección de ese reducto social. La cárcel está repleta de vallas y muros altos que dan seguridad al grupo evitando que los caminantes se acerquen a ellos.
Ahora bien, como iremos comprobando lentamente, la humanidad es el principal peligro (o quizás no; otra paradoja). Un mundo llevado al extremo que hipertrofia la incongruencia, la inconsistencia de los actos y decisiones, la contradicción y el sinsentido. Un contexto basado en la muerte que conduce a los humanos a tomar las decisiones más radicales. ¿La muerte será, entonces, vida? ¿La muerte es la característica principal de la vida? ¿La seguridad está en vivir encerrado? Si pensamos en los caminantes la respuesta es clara. Si pensamos en los humanos surgen multitud de dudas.
En este volumen se instaura una máxima de Rick Grimes: cuando matas, mueres. Una reconstrucción del conocido “ojo por ojo” que está basada en un planteamiento primitivo y un tanto irracional ante lo que sucede alrededor. Ahora bien, posiblemente, sea la única alternativa ante un entorno repleto de depravación.
Es difícil determinar este momento como uno de los cruciales de toda la obra. No obstante, es un momento profundamente hobessiano. Recordemos que Thomas Hobbes en su Leviatán describió los mecanismos internos que estructuraban la sociedad. Según este autor, las necesidades son uno de los principales conformadores de la vida humana. El problema surge cuando existen conflictos y debemos compartir recursos o elementos que disminuyen nuestras posibilidades de vivir placenteramente. Ante esta situación, surgen las luchas y la necesidad de convertirse en un lobo para los demás.
Hobbes, aunque es recordado por esta idea, planteó también que el ser humano, antes de entrar en esa confrontación, debe buscar la paz por cualquier medio. Ello implica un elemento social que transciende lo primitivo. De ahí que la lucha será el recurso final. Este es, a mi entender, el mundo en el que se sitúan los protagonistas, aunque muchas veces esos límites racionales terminan siendo superados. Los demás, en situaciones límites, se pueden llegar a “olvidar” de los límites éticos y buscan sus placeres más bajos (no aquellos de los que hablaba Mill) ante cualquier circunstancia. Ello sitúa a Rick en una situación de defensa enconada del grupo.
Por Juan R. Coca